VATICANO - “Los derechos humanos necesitan siempre ser defendidos. Necesitan de nuestra fidelidad, ya que fácilmente pueden perderse de vista o ser reinterpretados de manera restrictiva, o incluso negados”: el Card. Bertone en el Acto conmemorativo por el 60° Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

jueves, 11 diciembre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – En el Aula Pablo VI, en el Vaticano, se desarrolló al mediodía del 10 de diciembre un Acto solemne promovido y organizado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, con ocasión de la conmemoración del 60° Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Card. Renato R. Martino, Presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, al introducir el solemne Acto celebrativo articulado en tres momentos, destacó que “en el campo de los derechos humanos existe una larga tradición católica. Este itinerario histórico de la tradición cristiana de los derechos humanos no ha sido ciertamente un itinerario pacífico. En efecto, ha habido incluso por parte del Magisterio muchas reservas y condenas frente a la afirmación de los derechos humanos en el contexto de la Revolución Francesa; pero dichas reservas, manifestadas repetidas veces por los Pontífices, especialmente en el siglo XIV, eran debidas al hecho que esos derechos iban en contra de la libertad de la Iglesia, en una perspectiva inspirada por el liberalismo y el laicismo... En la visión católica, una correcta interpretación y una tutela eficaz de los derechos dependen de una antropología que abraza la totalidad de las dimensiones constitutivas de la persona humana. La dignidad humana, que es igual en todas las personas es, por lo tanto, la razón última por la que los derechos pueden ser reivindicados para sí y para otros con mayor fuerza. Todos los seres humanos pueden legítimamente reivindicarlos, ante todo, porque son hijos de un mismo y único Padre, y no en razón de su pertenencia étnica, racial o cultural. El conjunto de los derechos del hombre debe corresponder, por lo tanto, a la sustancia de la dignidad de la persona humana. Ellos deben hacer referencia a la satisfacción de sus necesidades esenciales, al ejercicio de su libertad, a su relación con las demás personas y con Dios”.
En su intervención, el Card. Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de Su Santidad, recordó ante todo que “en el momento en el que se adoptó, la Declaración Universal expresaba el primado de la libertad contra la opresión, de la unidad de la familia humana respecto de las divisiones ideológicas y políticas, así como de las diferencias de raza, sexo, lengua y religión. Se quería defender a la persona de la idolatría del Estado, al que los totalitarismos habían llegado a divinizar”.
El conjunto de derechos y facultades de la persona que la Declaración propone, de facto exalta la libertad y la pertenencia a la familia humana. “No estamos sólo frente a una proclamación –continuó el Cardenal–, sino más bien frente a una nueva consideración y colocación de la dignidad humana por parte de la Comunidad internacional y de las diversas comunidades políticas que la animan, hasta entonces poco inclinadas a admitir a la persona como protagonista. Es una aproximación que sigue siendo válida e insustituible, pues llama a la persona a vivir sus propios derechos con una actitud de compartir los derechos ajenos, y a mirar a los demás no como objeto de contraposición o de límite, sino con el reconocimiento de su “igualdad sustancial” y comprometiéndose a vivir en ‘espíritu de fraternidad’.”
La Iglesia ha visto en la Declaración un “signo de los tiempos”, “una acción en grado de sintetizar el sentido de la libertad humana uniendo a principios inmutables las exigencias actuales, capaz de ofrecer indicaciones antropológicamente fundadas y jurídicamente capaces de responder a las necesidades humanas más profundas”. El Card. Bertone recordó luego que la idea de los derechos fundamentales tiene profundas raíces en la tradición cristiana y en la doctrina de la Iglesia: “la tutela de la persona humana evoca la subsidiariedad como principio regulador del orden social y que, partiendo de la persona, garantiza derechos y libertades individuales, así como también aquellos ligados a la dimensión comunitaria”. El Card. Bertone recordó luego el aprecio de la Iglesia por el gran valor de la Declaración Universal de los Derechos humanos expresado por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI con ocasión de sus intervenciones frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Lamentablemente en nuestros días “los derechos basilares parecen depender de mecanismos anónimos sin control y de una visión que se esconde en el pragmatismo del momento, olvidando que la clave del futuro para la familia humana es la solidaridad”. Surge por ello la interrogante de “si son las estructuras económicas y sus recientes mutaciones la causa del deniego de los derechos o si no se debe más bien al abandono de una visión de la persona que de ser sujeto se ha convertido cada vez más en objeto del devenir económico”. El Secretario de Estado destacó que el criterio que da a los derechos humanos el carácter de universales es la universalidad de la persona. “La falta de tutela de los derechos humanos que no pocas veces se evidencia en el comportamiento de muchas instituciones y funciones de las autoridades, es el fruto de la disgregación de la unidad de la persona, en torno a la cual se pretende proclamar otros derechos para construir amplios espacios de libertad que, sin embargo, carecen de todo fundamento antropológico”.
A sesenta años del 10 de diciembre de 1948, “ya no parece posible garantizar los derechos si se descuida su indivisibilidad y no se abandona la idea de que la tutela de los derechos civiles y políticos pasa por un ‘no hacer’ del aparato institucional, mientras el esfuerzo por los derechos económicos, sociales y culturales ha de considerarse sólo pragmático”.
Deteniéndose en particular en el derecho a la libertad religiosa, el Card. Bertone recordó qu e”objeto de ese derecho no es el contenido intrínseco de una determinada fe religiosa, sino la inmunidad frente a cualquier coerción”. “Es un dato evidente que el hecho religioso tiene una influencia directa en el desarrollo de la vida interna de los Estados y de la comunidad internacional. Esto es así, no obstante se perciban, cada vez más, signos y tendencias que parecen querer excluir a la religión y a los derechos relacionados con ella de la posibilidad de contribuir a la construcción del orden social, siempre en el pleno respeto del pluralismo que distingue a las sociedades contemporáneas. La libertad religiosa corre el riesgo de ser confundida con la simple libertad de culto o en todo caso de ser interpretada como elemento perteneciente a la esfera privada y cada vez más sustituida por un impreciso ‘derecho a la tolerancia’. Todo esto, ignorando que la libertad religiosa, como derecho fundamental, marca la superación de la tolerancia religiosa”.
“Aún habiendo sido reconocidos e incluso fijados en una eventual convención –prosiguió el Card. Bertone–, los derechos humanos necesitan siempre ser defendidos. Necesitan de nuestra fidelidad, ya que fácilmente pueden perderse de vista o ser reinterpretados de manera restrictiva, o incluso negados... necesitan ser recordados y reafirmados en nuestra conciencia, y ser llevados una y otra vez a la vida.”
En la parte conclusiva de su discurso, el Secretario de Estado destacó que “es cada vez más difícil prever una tutela de los derechos, eficaz y universal, sin no hay una conexión con aquella ley natural que fecunda a los derechos mismos y es la antítesis del proceso de degradación que en muchas de nuestras sociedades busca poner en tela de juicio la ética de la vida y de la procreación, del matrimonio y de la vida familiar, así como de la educación y de la formación de las jóvenes generaciones, introduciendo una visión exclusivamente individualista sobre la cual se pretende construir arbitrariamente nuevos derechos, menos precisos en su contenido y en su lógica jurídica... Sólo una visión débil de los derechos humanos es capaz de considerar al ser humano como el producto de sus derechos, dejando de lado que los derechos son más bien un instrumento creado por el hombre para dar plena realización a su dignidad innata”. (S.L.) (Agencia Fides 11/12/2008)


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