VATICANO - El Papa Benedicto XVI en París y Lourdes (3) - "Dios tiene la humildad de pasar a través de nosotros para sembrar su Palabra. Llegamos a ser su voz después de haber vuelto el oído a su boca. Ponemos su Palabra en nuestros labios para ofrecerla al mundo"

lunes, 15 septiembre 2008

París (Agencia Fides) – El viernes 12 de septiembre por la tarde, el Santo Padre Benedicto XVI presidió la celebración de las Vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y los diáconos, en la Catedral de Notre-Dame de París. "Estamos en la Iglesia Madre de la Diócesis de París, la catedral de Notre-Dame, que se yergue en el corazón de la cité como un signo vivo de la presencia de Dios en medio de los hombres" ha dicho el Papa al inicio de la homilía, recordando luego la larga historia del templo, cuya primera piedra fue puesta por el Papa Alejandro III. "La fe de la Edad Media edificó catedrales, y vuestros antepasados vinieron aquí para alabar a Dios, encomendarle sus esperanzas y profesarle su amor. Grandes acontecimientos religiosos y civiles se desarrollaron en este santuario, en el que los arquitectos, los pintores, los escultores y los músicos aportaron lo mejor de sí mismos” ha subrayado el Pontífice.
Tomando ocasión del Salmo 121, apenas cantado en la Liturgia vespertina, Benedicto XVI ha subrayado que la alegría del Salmista - “¡Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’!” - se expande en nuestros corazones y suscita en ellos un eco profundo. Alegría en ir a la casa del Señor, porque, los Padres nos lo han enseñado, esta casa no es más que el símbolo concreto de la Jerusalén de arriba, la que desciende hacia nosotros (cf. Ap 21,2) para ofrecernos la más bella de las moradas”. A continuación el Pontífice ha dicho: “durante estas vísperas, nos unimos con el pensamiento y la oración a las innumerables voces de los que han cantado este salmo, aquí mismo, antes que nosotros, desde hace siglos y siglos … ¡Qué gozo, pues, saber que estamos rodeados por tan gran muchedumbre de testigos! Nuestra peregrinación hacia la ciudad santa no sería posible, si no se hiciera como Iglesia, semilla y prefiguración de la Jerusalén de arriba. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1). Quién es este Señor sino Nuestro Señor Jesucristo. Fue Él quien fundó la Iglesia, quien la ha edificado sobre la roca, sobre la fe del Apóstol Pedro”.
“Agustín se plantea la cuestión de saber quiénes son los albañiles, y él mismo responde: “Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora”; pero es sólo Dios quien, en nosotros, “edifica, quien exhorta, quien amonesta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a las verdades de la fe”. Después el Santo Padre ha afirmado: ¡Qué maravilla reviste nuestra actividad al servicio de la divina Palabra! Somos instrumentos del Espíritu; Dios tiene la humildad de pasar a través de nosotros para sembrar su Palabra. Llegamos a ser su voz después de haber vuelto el oído a su boca. Ponemos su Palabra en nuestros labios para ofrecerla al mundo. La ofrenda de nuestra plegaria le es agradable y le sirve para comunicarse con todos los que nos encontramos”.
"Vuestra catedral - ha continuado Benedicto XVI - es un himno vivo de piedra y de luz para alabanza de este acto único de la historia humana: la Palabra eterna de Dios entrando en la historia de los hombres en la plenitud de los tiempos para rescatarlos por la ofrenda de sí mismo en el sacrificio de la Cruz. Las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a la celebración de un Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente su infinita densidad. En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir”.
El Pontífice ha recordado a los sacerdotes que "la Palabra de Dios nos ha sido dada para ser el alma de nuestro apostolado, el alma de nuestra vida de sacerdotes" y los ha exhortado con estas palabras: “no tengáis miedo de dedicar mucho tiempo a la lectura, a la meditación de la Escritura y al rezo del Oficio divino. Casi sin saberlo, la Palabra leída y meditada en la Iglesia actúa sobre vosotros y os transforma” A los seminaristas "esta Palabra se os entrega como un bien precioso", en cuánto, el Papa ha recordado, que "vosotros estáis destinados a ser depositarios de esta Palabra eficaz, que hace lo que dice. Aprended, por su medio, a amar a todos los que encontréis en vuestro camino. Nadie sobra en la Iglesia, nadie. Todo el mundo puede y debe encontrar su lugar”.
Dirigiéndose a los diáconos, el Santo Padre los ha invitado a continuad amando la Palabra de Dios poniendo el Evangelio que proclaman en el corazón de la celebración eucarística, en el centro de su vida, del servicio al prójimo, de toda su diaconía. A los religiosos, religiosas y a todas las personas consagradas, el Papa ha recordado: "Vuestra única riqueza –la única, verdaderamente, que traspasará los siglos y el dintel de la muerte– es la Palabra del Señor”.
El Papa ha concluido su homilía afirmando que "no un amor en la Iglesia sin amor a la Palabra, no una Iglesia sin unidad en torno a Cristo redentor, no frutos de redención sin amor a Dios y al prójimo, según los dos mandamientos que resumen toda la Escritura santa" y recordando que “en María tenemos el más hermoso ejemplo de fidelidad a la Palabra divina”. (S.L) (Agencia Fides 15/9/2008)


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