EUROPA/ESPAÑA - “Deseo para mí y para mi madre un lugar donde el viento y la lluvia no puedan entrar”. (correspondencia desde España de Luca De Mata - 3ra. Parte)

jueves, 31 julio 2008

Cuenca (Agencia Fides) – Estoy casi al final de mi estancia en Cuenca. El tiempo es indeciso: llueve y no llueve, el cielo abierto y cerrado. Los colores se encienden y se apagan, o más bien se vuelven opacos junto con el paisaje. Me hablan de un antiguo orfanato, que hoy se ha convertido en un centro que acoge sobretodo a niñas de familias en dificultad. Decido ir a visitarlo.
Algunos están preocupados por los desembarcos de clandestinos y no se dan cuenta de que es todo el mundo el que está desembarcando en una realidad nueva que nos ha cogido a todos por sorpresa. O más bien, ha cogido por sorpresa a quienes no han querido escuchar y ver a los que lo venían anunciando desde nuestros numerosos territorios de misión.
Los europeos envejecen inexorablemente y tienen cada vez menos hijos. ¿Las causas? Se ha hecho énfasis en la secularización y en una sociedad vaciada de principios de solidaridad real. Cada vez menos barreras al aborto. Ideales egocéntricos. Los Mass Media cada vez más concentrados en temas superficiales y en posiciones relativistas. Son pocos los nichos de información real y de debate. Todo ello ha ido dando impulso a un proceso acelerado de deshumanización en nuestras sociedades. Para una agencia católica como Fides, reconocer que existe una alejamiento de las raíces cristianas, como se verificó, por ejemplo, en la constitución de la Comunidad Europea, produce una insatisfacción que es al mismo tiempo un estímulo para esforzarnos más en la defensa de la persona-creatura de Dios, con coherencia en la información y en la fidelidad al Magisterio.
Los campos, las fábricas, las empresas, necesitan de brazos, de trabajadores, de profesionalidad, que si se paga menos, mejor. La plaga de los caporales, de la explotación, es hoy en día un fenómeno que se difunde y en el cual el crimen ha encontrado nuevas fuentes para sus ganancias ilegales, si bien en esta zona de España donde me encuentro en estos momentos no es tan evidente como en otras partes.
La casa de acogida a la que me estoy dirigiendo ha sido confiada por el Obispo de Cuenca a una nueva orden, eficiente y extendida, de jóvenes vocaciones que provienen de altos niveles de estudio, todas hermanas políglotas. Se trata de una comunidad generosa y eficiente que vive la pobreza y la oración. La joven comunidad se llama Siervas del Hogar de la Madre. En Roma tuve la oportunidad de conocer al fundador: un sacerdote de mi edad, sotana y ordenador. Es un motivo más para visitar este lugar, sobretodo porque tiene que ver con mi investigación: entender los flujos migratorios y saber hasta que punto están relacionados con la complejidad del reto de la Evangelización de los Pueblos y, en consecuencia, qué significa hoy ser misionero, sin que por ello las temáticas sociales nos hagan olvidar el Evangelio y el Magisterio del Santo Padre, o nos quiten el tiempo para encontrarnos con Dios en la oración.
Poco más de 20 minutos por las carreteras de España, esa España de molinos y de poblados de casas blancas y ordenadas. Llego a la meta. Sor María me está esperando. En torno a ella veo rostros de niñas y jóvenes felices, la mayoría sudamericanas. Sor María camina conmigo explicándome dónde estoy y respondiendo a mis preguntas.

Sor María, hábleme un poco acerca de este centro. ¿Qué hacéis? ¿Cómo nace y qué cosa tenéis en mente para el futuro de estas jóvenes que acogéis? Esta casa fue ayer un orfanato y hoy es sobretodo un hogar para hijas de familias pobres...
Si, éste es un centro de acogida para niñas pobres y huérfanas. Fue fundado hace más o menos 40 años con el legado de una mujer pía, rica, generosa y sin hijos. Donó todos sus bienes para ayudar a aquellas que consideraba sus hijas predilectas: niñas pobres y huérfanas. Niñas que no tenían medios para estudiar o construirse una vida. Desde entonces la sociedad ha cambiado profundamente. Hay cada vez más niñas con familias problemáticas, huérfanas de afecto, más que de padres. Mujeres jovencísimas que necesitan ayuda, dedicación, para ir olvidando poco a poco el sufrimiento y el abuso. Nosotros tratamos de darles el amor que nunca conocieron para que recuperen la confianza en sí mismas y en el prójimo. El Obispo es el Presidente de esta obra, coadyuvado por el alcalde, que es una mujer, y nosotras, religiosas, somos las educadoras. El ambiente aquí es el de una familia con muchos momentos de vida común. Cada joven tiene su propia habitación. Tratamos de hacer que aprendan todo, desde las cosas caseras más simples hasta el gusto en la decoración. Aquí aprenden a hacer de todo, sencillamente como nosotras.

¿Son todas católicas? Me gustaría saber cómo unas religiosas jóvenes y comprometidas logran hacer convivir diversidades culturales y religiosas, e historias complejas...
Ciertamente no podemos y no queremos obligar a ninguna de ellas a practicar nuestra Fe, pero está presente nuestro ejemplo cotidiano. Educamos con el estilo de San Juan Bosco y, por las noches, en la capilla, les damos lo que llamamos “Buenas Noches”, buscando enseñarles el amor al Señor y a la Madre de Jesús. No tratamos de ocultar aquello que para nosotras constituye el sentido de nuestra vida. Hoy, en España, se presta poca atención a Dios. A veces nos da la impresión de que estamos frente a inmensas barreras de prejuicios, nos sentimos impotentes frente a las heridas que estas niñas llevan dentro. Pero ese Crucifijo en el muro nos recuerda que no podemos abandonarlas. Si la Madre del Señor las ha traído hasta aquí, debe ser por algún motivo. Por ello no las abandonamos a su propio destino. Nuestro esfuerzo está en hacerles sentir en familia, en mostrarles el afecto que no han conocido. Les indicamos el camino hacia el Bien.

Crecer hacia el bien no es una cosa de poco, pero veo que Usted ha subrayado el término “indicar” el camino hacia el Bien. Pero luego estas muchachas, cuando frecuentan cotidianamente la escuela fuera, en contacto con un mundo diverso del que respiran aquí con vosotras, ¿cómo reaccionan? ¿Hasta que punto advierten en un ambiente no protegido como este las diversidades culturales y de proveniencia? La escuela es en el fondo un sistema que debe integrarse en una cultura común. ¿Todo esto no se convierte en un obstáculo? ¿En cierto modo no interfiere con vuestro método que trabaja por recuperar la autoestima y el deseo de vivir?
Sí, en parte es verdad, existen problemas. Provienen de historias difíciles y no es fácil ayudarlas. A veces más que la integración es justamente el querer emular la sociedad que las rodea lo que las contamina con todos los problemas que tiene la juventud de hoy. La diferencia está en que esta juventud, digamos autóctona, no ha conocido nunca el verdadero sufrimiento, mientras que ellas sí. Se desencadenan por lo tanto procesos de emulación y no de integración, y si el modelo es negativo todo se complica. Incluso si luego todo esto es verdadero sólo en parte, porque si las muchachas provienen de familias de inmigrantes reconocen que tienen necesidad de ayuda. Son historias de miseria que escapan hacia un sueño. Nuestra tarea es transformar el sueño en realidad positiva, con nuestro ejemplo de una fe vivida integralmente. Si quieres entender más lee sus pensamientos, pero que permanezcan anónimos.
Sor María abre dos cuadernos, busca las páginas y con una gran sonrisa me invita a leerlas. El primero es de una niña colombiana: “No teníamos dinero, ni qué comer, y así desde Colombia mi madre vino aquí a España por trabajo, y mandaba un poco de dinero a la abuela. Yo estoy aquí para poder tener de la vida algo más de aquello que he tenido hasta ahora. Quisiera vivir una vida normal con mi mamá cerca de mí en una bonita casa. No quiero que todo esto quede en un sueño, he aprendido de las hermanas que puedo lograrlo incluso partiendo desde cero. Para muchas muchachas de vuestras naciones es normal aquello que para nosotros es una conquista cotidiana, como poder comer, tener agua que corre en casa, una cama, una cocina y no el fuego en una esquina donde viven otras 8, 10 personas, como en la mía. Para mí y para mi mamá quiero un lugar donde el viento y la lluvia no entren”.
El segundo es el cuaderno de una niña de Honduras: “No teníamos dinero para poder venir todos juntos. Yo me quedé con mis tíos por un año. Ahora estoy en esta casa porque mi papá murió. Extraño mucho mi país, pero me he acostumbrado al frío de acá”. Mientras desde la ventana del auto el paisaje me pasa por delante, alejándome pienso en la última frase, la del frío, ¿a qué frío se refería? Probablemente al de nuestra indiferencia, incapaces de acoger, de ver en el otro a una persona. (desde Cuenca, Luca De Mata) (3 - sigue) (Agencia Fides 31/7/2008)


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