EUROPA/ESPAÑA - El rostro cubierto de una madre argelina y la voluntaria de Marruecos de la Caritas y de la Media Luna Roja. Cuando existe la voluntad de encontrarse, lo imposible se hace posible. Culturas, creencias diversas, ya no son barreras, sino que se convierten en ocasión de progreso y democracia. (correspondencia desde España de Luca De Mata - 2 parte)

miércoles, 30 julio 2008

Cuenca (Agencia Fides) – Es mi segundo día en Cuenca en la España de la Mancha. Paisajes. Casas bajas. El blanco. La tierra se matiza en los colores del trabajo y de lo salvaje. Montañas de piedra. Castillos y molinos, pueblos pequeños sobre las cimas de cerros dominantes. Todo es cansancio de siglos. Generaciones de campesinos han puesto orden. Trabajo y competencia. Muros en seco. Límites y calles. Un gran escenario de torres, catedrales y molinos de viento. El grano todavía está verde. Las lluvias no deben haber faltado este invierno. Observo. Fotografío mentalmente y con la cámara. Uso el tele. Un potente binocular para escrutar lo que está más lejos. Toda la España que he amado, representada en la pintura y en la palabra, en la poesía, está aquí. Visible. La miro. Perfumes ásperos de ganado. Flores. Hierba cortada. Desde el pueblo abajo apenas un sonido. Una campana bate el tiempo. El sol se dirige hacia el atardecer. El anaranjado de la luz se encuentra sobre los muros y los árboles. Así lo verde es más verde. Así las sombras son más netas. El paisaje libre de la bruma se pierde en el horizonte. Los contrastes son netos. Los muros más blancos. Desde la altura donde me encuentro es una gran pintura que se enciende para mí. Casi olvido para que estoy aquí, casi olvido que también aquí existen las presiones de los flujos migratorios. Es todo simplemente hermoso. Es todo tan lleno de olores, de perfumes de la infancia, de cuando corría entre los campos con mis amigos de entonces, que olvido lo que mis ojos han visto en estos años: lo que he escuchado de quien en los varios continentes ya se vende. Esclavo con tal de comer. La realidad del por qué estoy allí y de lo que tengo que hacer me despierta de un sueño que no existe, y que nunca ha existido. El Hombre-Dios desde la Cruz, el Cristo Resucitado, nos recuerda que somos todos hermanos, todos Personas. Estoy aquí para que a estas personas se les reconozca su dignidad, denunciando con palabras e imágenes los derechos atropellados. El primero: la libertad de cada uno de nosotros de ser uno mismo, de escoger quien es, y libre y en libertad, poder cambiar su quién es, su donde ir, el por quién gastar la propia vida, si sólo por sí mismo o también y sobre todo, y antes que todo, por los demás.
Miro la hora. “Se ha pasado el tiempo de la cita”, digo, dirigiéndome a mis amigos que han organizado el encuentro con la misteriosa mujer argelina. Ella ha pedido el anonimato. Mi asiento es una piedra. Grande y plana. Seguramente parte del muro del viejo castillo decadente cuyo portón cerrado es el lugar de la cita. Está aislado. No es lugar de turistas. El Caballero enamorado y su fiel escudero Sancho dan vueltas por acá. No los veo. Pero es como si escuchase la risa de Cervantes que me ve en espera de Dulcinea del Toboso. Non he sido nunca un héroe, ni siquiera con las fantasías del Caballero Errante. Con todo me sentiría honrado de poder saludar al Caballero de la Mancha y a su Escudero. Es solo cuestión de tiempo. En Roma falsos centuriones dan vueltas en la fontana de Trevi y en el Coliseo, no me asombraría de que aquí falsos Caballeros de la Mancha sobre improbables rocines apareciesen desde atrás de los castillos y de los viejos molinos para los marcos de las fotos digitales. La espera se alarga. Espero con paciencia. También porque estar aquí me gusta. Pienso a los asentamientos más antiguas que desde aquí dominaban el valle. La llegada de las centurias romanas. Las tropas de la conquista árabe y todo aquello que viene después de la guerra civil. Muertos. Dolores, odios y perdones. De ambas partes. Hermanos contra hermanos. Un millón de muertos. Católicos y no católicos. Obispos. Todos masacrados, religiosas violadas y asesinadas en nombre de la locura ideológica que durante el siglo pasado segó millones de vidas inocentes. Para subir hasta aquí he dejado a mis espaldas un minúsculo pueblo de campo. Los colores de Goya. La España que he vivido sumergido en los versos de García Lorca está por todos lados hasta donde los ojos alcanzan en el horizonte. Sigo mirando alrededor, sobre la cima de una torre que no está. Mi espera al borde de esta especia de pequeño altiplano sigue alargándose. ¿Vendrá? ¿No vendrá? La persona que en los acuerdos no me dirá su nombre, no podré fotografiarla sino de espaldas. Solo su historia. Es lo único que me querrá decir. Ninguna pregunta. Ella conoce el tema de mi investigación, quiere hablarme “de la mujer migrante” e incluso más “de quien es musulmana”. Llegaremos al acuerdo de una grabadora siempre y cuando se le garantice también en la voz el anonimato. Me habían hablado de ella ya antes de llegar. Es una mujer que ha sufrido y que sufre. Viene de la pobreza de su nación y vive la pobreza de un inmigrado, además mujer en todas sus conjugaciones. Llegó inicialmente clandestina y ahora dice que está en regla. Llegó porque aquí los nacimientos se han detenido desde hace tantos años y ella está orgullosa de sus muchos hijos. “Ustedes nos necesitan, son un pueblo de viejos”, es la primera cosa que me dice. “Para ustedes no abortar es de beatos, para ustedes la vida vale si tienes dinero y haces dinero. Si alguien sufre por vuestro hacer dinero no os importa”. Sus palabras me recuerdan las del ateo Bertold Brecht. En una poesía dice: “¿La vida? Bebedla a grandes tragos, ya nada será vuestro cuando debáis perderla”. Hoy que también de Brecht se pierde la memoria y en algunos de sus últimos escritos inéditos se descubre que también él, el poeta del régimen, estaba en búsqueda de Dios, esta desesperada afirmación suya podríamos parafrasearla con una más actual, que podríamos escuchar de uno de los tantos piratas del capitalismo salvaje: “¿El dinero? Bebedlo a grades tragos, porque ya nada será vuestro cuando debáis perderlos”. Una frase que me recuerda a los frescos del Apocalipsis. El demonio que engulle la obtusidad humana. Sobre esta pequeña montaña, este altiplano, me vienen a la mente fragmentos de discursos, palabras y frases de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Las palabras de la mujer del rostro cubierto son punzantes y precisas. Un testimonio de miseria vivida y de esperanzas. ¿Es que acaso la vida, la dignidad, el amor tienen un precio? Si no el de testimoniar incluso con la vida que nada vale más que amar a nuestro prójimo. Quien ha organizado el encuentro me recuerda que ella es una mujer musulmana. No me está permitido rozarla ni siquiera dándole la mano. Si hay un retraso es para no encontrarla sola, sino con el marido o con un familiar cercano. Es su Fe. Conozco todo esto y los tranquilizo diciendo que la espera no ha sido inútil.
Viene, efectivamente, con un señor, probablemente su hermano; creo que el marido es clandestino y por lo tanto no acompaña a la mujer. Acercándose no la rozo ni con la mirada, mi respeto es apreciado y ella se abre. Estrecho la mano al hombre que la acompaña mientras llevo la mano al corazón. Él me sonríe. Miro las manos de la mujer. Largas. Ya no son jóvenes. Ahusadas. Hermosísimas. Las marcas del trabajo en los campos están todos.
Terminan los saludos. Las primeras frases de intercambio concluyen. El hombre que la acompaña da un paso atrás. Como diciendo: somos musulmanes, pero ella es una mujer libre y puede decir lo que quiera. No la interrumpo.
“La paz esté con vosotros. Soy argelina. Llegué aquí a España para buscar trabajo. La vida en nuestro país es difícil. Incluso si se tiene un trabajo todo sigue costando cada año más. La diferencia entre Argelia y España es la libertad, y especialmente la de la mujer. Es distinto aquí en España. Aquí la mujer goza de una libertad de derechos absoluta. En Argelia nosotras mujeres estamos condicionadas por gran parte de la sociedad, por mentalidades que no te dejan ser libre, libre para expresar tus opiniones. Aquí en España soy completamente musulmana, pero puedo manejarme a mí misma, expresarme, y vivir libre de los condicionamientos de los demás y de la sociedad en general”.
El hombre que la ha acompañado está poco lejos. Escucha. Asiente. Me pregunto cuanto más debo esforzarme por comprender el Islam en todas sus expresiones. Existen lugares comunes que tratan de dividirnos. Cada vez más comprendo las razones del Papa Benedicto XVI sobre la necesidad del encuentro libre entre las culturas. Pero se hacen aún más claras ante esta mujer velada, las razones del Papa: es decir, la importancia de insistir en superar el viejo concepto de diálogo interreligioso para ir con mayor conciencia hacia “el encuentro con las demás culturas y las demás creencias”. Dicho por quien dirige la Agencia Fides, que el Santo Padre haya trazado con gran inteligencia el camino del encuentro entre las diversidades, puede parecer obvio, pero de cuanto Él ha afirmado, en este momento que estoy viviendo, experimento la realidad y la entereza tangible. Este encuentro con la mujer velada leído a través del Magisterio del Papa me fortalece en mi fe y me hace sentirla cercana y amiga. Me doy cuenta de que estoy descubriendo concretamente el valor del pensamiento que encuentra otro pensar. Aunque yo prácticamente no hablo, de hecho es un diálogo en plena libertad.
Libertad de pensar en libertad. Este es el primer don que toda persona lleva dentro de sí.
Ella habla. Yo pienso. Reflexiono. Es un entretejido real que suscita en mí asombre. Todo e más verdadero y cercano de cuanto lo pensase hace un minuto. Ella sigue su narración. Pasan imágenes de miseria. Miseria que te hace sentir toda tu poquedad en la imposibilidad de hacer cualquier cosa por toda esta desesperación. Más entras y más te sientes culpable, y quisieras escapar, no haber visto. Pero todo existe a 360 grados sobre todo nuestro planeta y entonces te sientes todavía más extranjero. Un imbécil turista de la miseria. El único sentido de tu estar allí lo justificas porque luego piensas que tu investigación pueda cambiar a otro y luego a otro y luego a otro… ¿pero a quién cambias? ¿qué cambias? África está llena de lastes de piedra con nombres de misioneros y misioneras que han dado toda su vida. La mujer velada sigue hablando, casi no la escucho mientras mi grabadora no pierde ni una sola sílaba. Pienso en la capa inmensa de miseria que cubre nuestro planeta, es una miseria de la que quisiera huir para tener solamente el recuerdo de los atardeceres. Colores que rebotan sobre las piedras calentadas por el sol. Las palmas lejanas. La pereza del viento que mueve las cimas de las dunas, más que su ferocidad cuando se desata como tempestad para comer refugios y seres vivos. La mujer velada ahora se ha ido. Regreso al inicio de lo grabado y escucho de nuevo sus palabras: “Viniendo a España he conservado mi religión musulmana. Las tradiciones. Las costumbres de mi país. ¿Por qué he venido aquí? Necesitaba un trabajo. Para mí, mis hijos, mi familia. Las cuatro cabras y el camello de mi marido no alcanzaban para nadie. La tierra que tenemos allá es solamente roca. Aridez. Desesperación porque los hijos están lejos de cualquier escuela. La cosecha no es sino un puñado de piedras de las que no sale ni siquiera el cansancio de los surcos trazados, ¿y entonces qué haces? Huyes hacia lugares que sueñas. Sueños de cuentos, de alimento, de trabajo para todos. Y entonces subes al barco aunque sabes que no hay certeza de que llegarás allá, donde los demás de tu piel te esperan con sus cuentos. Y luego cuando llegas desafiando a la muerte que sube del mar descubres que todo es sólo cuentos. Cuantos compatriotas argelinos he visto vagar acá en la desesperación del chantaje de los ladrones de vidas humanas. No es fácil encontrar un trabajo que te de seguridad y entonces los ladrones de vidas te proponen los mercados que te llevan a la perdición, a la prisión. Te conviertes para ellos tan sólo en un camello que se coloca en las calles a vender aquello que los ladrones de vidas no quieren vender directamente. Otros no aceptan el chantaje y se lanzan en trabajos muy duros. Otros se negaron. Otros volvieron atrás. Pero volver tampoco es fácil.
En cuanto a mí, apenas llegué a España me dirigí a la Caritas. Ésta me ayudó y también ayudó a mis familiares. Lo que en mi país de origen me decían que era imposible se hizo posible. Para los de Caritas no era una emigrante sino una persona. Nadie me preguntó cuál era mi fe aun cuando yo llevaba, y llevo, el velo con convicción. Francamente hoy ya no tengo problemas. Gracias a Dios he recibido la ayuda necesaria sin esperarlo y precisamente de una organización católica. Y gracias a esa ayuda he podido superar todos los obstáculos hasta el día de hoy. Y gracias también a esa ayuda he descubierto que podemos hablar y que nosotras mujeres somos un valor, una realidad que siempre se debe respetar”.
Mientras volvía a escuchar sus palabras me pregunté, y se lo pregunté también a mis amigos, ¿por qué la mujer y no el hombre me ha contado todo esto? No tengo una respuesta, no me han dado una respuesta, probablemente se habían reunido y querían demostrar que en el Islam también una mujer puede hablar en nombre de la propia comunidad.
Mi deseo de entender me llevó a pedir una entrevista con la responsable de la Caritas que se ocupa de los africanos del norte en Cuenca
Al día siguiente a las 8,30 en punto estaba ahí con ella. Aquí la Caritas tiene una sede muy bonita. No muy lejos un río de aguas bajas y veloces ha dejado en los siglos un surco profundo en los montes y los campos. Ahí, muy cerca a uno de los arcos del puente, duerme una joven gitana que conoceré en los próximos días. Uno de los muchos gitanos que han huido de los campamentos incendiados en Nápoles, el campamento del barrio Ponticelli. El destino quiso que pocos días antes de tan funesto acontecimiento yo estuviera precisamente ahí para ver sus bailes y recoger sus historias. Pero esa es otra historia de la que ya hablaremos.
Regresemos a la Caritas de Cuenta. Ella, nacida en Marruecos, está en la puerta esperándome. Subimos por las escaleras y llegamos a un aula donde enseña español a quien lo necesite.
Es musulmana y no lleva el velo, pero no se siente por eso menos creyente que la mujer con quien me encontré el día de ayer. “¿Quieres un café?”. “No, gracias”, le respondo. Apenas me da el tiempo de iniciar a grabar y ya ella comienza a contarme su experiencia de cooperadora voluntaria. Es una historia de emigración que se convierte en ayuda a quien toca la puerta. Nos cuenta su historia personal así como la de las personas que ha ayudado para que no agonizarán en la desesperación. “Mi nombre no tiene importancia, vengo de Marruecos y trabajo aquí en España como voluntaria de la Caritas. Detrás de cada emigrante hay una historia dramática. Llegan en barcas muy viejas. Muchos de ellos pierden la vida durante el viaje marítimo y los que llegan casi siempre son arrestados por la policía que los regresa a sus países de origen, pero ellos no se rinden y regresan de nuevo a España para encontrar trabajo, para poder ayudar a sus padres y a sus hijos. He podido asistir a muchos desembarcos y son siempre historias tristes, historias de desesperación. Trabajo como voluntaria en la Caritas pero también para la Media Luna Roja, por lo tanto tengo conocimiento directo de las condiciones de vida de los emigrantes que llegan aquí para poder ayudar a sus hijos y padres. La pobreza y el hambre los empujan a venir a España, como a cualquier otra parte del mundo. Si no existiera la Caritas en muchos casos no sé que sería de ellos”. Se interrumpe y llora. Quizás una de las historias que nos acaba de contar la ha tocado de cerca. Pero no nos lo dirá nunca. Ella es una voluntaria pero es siempre una emigrante. Durante mi investigación alrededor del mundo me voy dando cuenta cada vez más que ninguno de ellos te dirá nunca toda la verdad del dolor que ha visto o ha vivido. En los ojos de cada uno de nosotros hay imágenes que se graban para toda la vida y, aunque tratemos de removerlas, ellas permanecen ahí. Son centinelas que nos dicen que la vida es cruda y la vía de la esperanza de quien viene de los acantilados de la desesperación es dura, violenta, construida con el cinismo y la explotación.
¿Y la palabra amor? Mientras más profundizo mi investigación entre los pueblos que vagan en búsqueda de esperanza en la tierra de los ricos me doy cuenta de que no cuenta para nada sino hasta que encuentras un cordero que ha hecho de su vida “una misión de amor al prójimo”. (desde Cuenca, Luca De Mata) (2 - sigue) (Agencia Fides 30/7/2008 líneas 178 palabras 2886)


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