VATICANO - “AVE MARIA” por Mons. Luciano Alimandi - “¿Vosotros quien decís que soy?”

miércoles, 2 julio 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “¿Vosotros quien decís que soy?” (Mt 16,15). Es esta la pregunta del Señor a sus apóstoles, en Cesaréa de Filipo, y en nuestros días se presenta con la misma intensidad de entonces. De la respuesta no depende el crecimiento o no de la figura de Cristo, porque Él, siendo Hombre y Dios, es Aquel que es, es el mismo “ayer, hoy y siempre” (Heb 13, 8). En cambio para nosotros seres humanos, la respuesta determina el curso de la existencia. Si podemos responder con palabras y con la vida que Jesús es el Señor, nuestro Salvador, entonces nuestra existencia se conforma cada vez más a Él. Estamos en comunión con Dios y esta unión es “transformante”: nos hace criaturas nuevas.
Es esto lo que vivieron los primeros convertidos a Jesús, los apóstoles. Simón Pedro, que como los otros discípulos “creyó y conoció” que “Jesucristo es el Santo de Dios” experimentó durante su vida que esta sin Él sería vana y lo confesó al Señor: “Señor, donde quién iremos. Solo Tú tienes palabras de vida eterna” (cfr. Jn 6, 68-69).
Aquellos que no entran en comunión con Jesús, mediante la fe y el amor, ¿qué respuesta podrán dar a la pregunta del Señor? Para conocerlo realmente es necesario creer en Él y amarlo, en otras palabras es necesario “seguirlo”. “Seguir a Jesús”, en el lenguaje evangélico significa creer en Él, confiar en Su palabra. Solo de este modo el amor podrá llenar la existencia del creyente en Cristo y este Amor, el Espíritu Santo, cambiará todo en él.
Ya que toda persona es un ser en relación, la propia existencia no puede prescindir de su relacionarse, sino que este “relacionarse” falta la relación con Dios Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo... ¿qué de esta existencia? En cambio si se establece la relación con el Señor mediante aquel “permanecer” en Él (cfr. Jn 15, 4), que tan frecuentemente es citado en el Evangelio de Juan, entonces la existencia cambia porque no se está solos, aislados, sino que se está en comunión con el Resucitado y por lo tanto con todos los creyentes dirigidos hacia la eternidad.
La verdadera conversión de mide en este “permanecer” en relación con Jesús. No basta convertirse al Señor una vez por todas, es necesario recurrir a Él, re orientase hacia Él, día tras día. Dios nos ha donado la voluntad, la inteligencia, la memoria y son justamente estas facultades superiores de nuestra alma las que deben “convertirse” a Jesús, dirigidas firmemente a Él. Quien lo hace experimente, infaliblemente, una fuerza particular, una providencia que dirige y abarca la vida, un amor que no se cansa jamás de amar, una paz cada vez más profunda.
El Año Paulino, apenas iniciado, es un gran auxilio para no dudar en el camino de la conversión personal, sino acoger generosamente la luz que irradia el Señor Jesús. En su Santa Liturgia, esta luz de verdad y de gracia es particularmente intensa y es “verdaderamente una cosa buena y justa”, en cada Santa Misa, dar gracias dignamente a Dios, tanto con la dignidad de la celebración litúrgica como con la oferta a Dios de un corazón puro, totalmente abierto a Él.
Para quien cree en Cristo la digna participación en la Santa Misa es un responder con la adoración, la alabanza, el ofrecimiento de la vida a la pregunta puesta por el Señor.
El Santo Padre nos ayuda a vivir más dignamente la celebración de la Santa Misa, como cuando nos recuerda que “en la Iglesia antigua existía el hábito de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortase a los creyentes: ‘Conversi ad Dominum’ – dirigíos ahora hacia el Señor. Esto significaba sobre todo que ellos se dirigían hacia el Este, en la dirección donde surge el sol como signo del Cristo que vuelve, al cual encontramos en la celebración de la Eucaristía. Donde por alguna razón, aquello no era posible, ellos se dirigían hacia la imagen de Cristo en el ábside o hacia la Cruz para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, del dirigirse de nuestra alma hacia Jesucristo y de este modo hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. Después era relacionada con la otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, es dirigida a la comunidad creyente: ‘Sursum corda’ – en alto los corazones, lejos de nuestros problemas, de nuestras complicaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestras distracciones – en alto vuestros corazones, vuestra alma. En ambas exclamaciones somos exhortados a una renovación de nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum – en modo siempre renovado debemos salir de las direcciones erróneas, en las que nos movemos con frecuencia con nuestro pensar y actuar. Debemos siempre dirigirnos hacia Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. En modo siempre renovado debemos ser ‘convertidos’, dirigidos con toda la vida hacia el Señor. Debemos dejar que nuestro corazón sea liberado de la fuerza de gravedad que lo atrae hacia abajo, y elevarlo interiormente en alto: en la verdad y el amor” (Benedicto XVI, homilía del Sábado Santo, 22 marzo 2008).
Que la Virgen nos ayude a tener siempre abierto el corazón y la menta al Señor Jesús, que ella nos acompañe, como niños, a la Fuente de la Vida, a la Santísima Eucaristía, para eliminar nuestra sed de amor y de unidad. (Agencia Fides 2/7/2008; 60 líneas 915 palabras)


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