VATICANO - En la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Benedicto XVI recuerda que “la sangre de los mártires no pide venganza, sino que reconcilia… se presenta como fuerza del amor que supera el odio y la violencia”

lunes, 30 junio 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – El domingo 29 de junio, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, el Santo Padre Benedicto XVI celebró la Eucaristía en la Basílica Vaticana con la participación del Patriarca Ecuménico Bartolomé I. Concelebraron con el Santo Padre los nuevos Arzobispos Metropolitanos, a quienes el Papa impuso el sacro Palio. Tras la lectura del Evangelio, proclamado en latín y en griego, el Patriarca y el Santo Padre pronunciaron la homilía.
Cada año, para la gran fiesta de San Pedro y san Pablo –afirmó el Papa introduciendo la homilía del Patriarca- llega a Roma una Delegación fraterna de la Iglesia de Constantinopla, que este año, dada la coincidencia con la apertura del Año Paulino, es encabezada por el mismo Patriarca, Su Santidad Bartolomé I. “A él dirijo un cordial saludo –dijo Benedicto XVI-, al tiempo que expreso la alegría de tener una vez más la feliz oportunidad de intercambiar con él el beso de la paz, en la común esperanza de ver acercarse el día de la ‘unitatis redintegratio’, el día de la plena comunión entre nosotros”.
El Patriarca ecuménico recordó en su homilía “la alegría y la emoción” por la presencia del Santo Padre en Constantinopla, para la Fiesta Patronal de la memoria de San Andrés Apóstol, en noviembre del 2006. Hoy “hemos venido ante Usted –prosiguió- restituyendo el honor y el amor, festejando junto a nuestro predilecto Hermano en la tierra del Occidente… los Santos Apóstoles Pedro, hermano de Andrés, y Pablo –estas dos inmensas, centrales columnas elevadas hacia el cielo de toda la Iglesia, que –en esta histórica ciudad,- han dado su última confesión de Cristo y dieron aquí su alma al Señor con el martirio, uno por la cruz y el otro por la espada, santificándolas”.
Bartolomé I recordó que “en ambas Iglesias honoramos debidamente y veneramos tanto a aquél que hizo una confesión salvífica de la Divinidad de Cristo, Pedro, así como al cántaro de elección, Pablo, quien proclamó esta confesión y fe hasta los confines del universo, en medio de las más inimaginables dificultades y peligros”. Refiriéndose al dialogo teológico entre las respectivas Iglesias, que prosigue no obstante las dificultades, el Patriarca dijo: “Deseamos verdaderamente y rezamos por ello; que estas dificultades sean superadas y que los problemas sean resueltos lo más pronto posible, para alcanzar el objeto del deseo final, para la gloria de Dios”.
Finalmente el Patriarca ecuménico recordó: “Santidad, hemos proclamado el año 2008, ‘Año del Apóstol Pablo’, así como han hecho Vosotros desde este día hasta el próximo año, por los dos mil años del nacimiento del gran Apóstol”, y concluyó encomendándose a la intercesión de los Santos Apóstoles para que “el Dios Tres veces Santo” done “a todos los hijos de la Iglesia Ortodoxa y Romano Católica la unión de la fe y la comunión del Espíritu Santo en el vínculo de la paz, y que en el cielo nos conceda la vida eterna y la gran misericordia”.
El Papa Benedicto XVI inició su homilía recordando que “desde los más antiguos tiempos, la Iglesia de Roma celebra la solemnidad de San Pedro y San Pablo como única fiesta en el mismo día, el 29 de junio. Mediante su martirio, ellos se convirtieron en hermanos; juntos son los fundadores de la nueva Roma cristiana… la sangre de los mártires no pide venganza, sino que reconcilia… se presenta como fuerza del amor que supera el odio y la violencia, fundando así una nueva ciudad, una nueva comunidad… En virtud de su martirio, Pedro y Pablo están en una recíproca relación por siempre. Una imagen de la iconografía cristiana es el abrazo de los dos Apóstoles camino hacia el martirio. Podemos decir: su mismo martirio, en lo más profundo, es la realización de un abrazo fraterno. Ellos mueren por el único Cristo y, en el testimonio que dan hasta donar la vida, son una sola cosa”.
Recorriendo los escritos del Nuevo Testamento que describen el encuentro de los dos Apóstoles y su unidad “en el testimonio y en la misión” ante el único Evangelio de Jesucristo, Benedicto XVI resaltó que si bien ambos se encontraron por lo menos dos veces en Jerusalén, Pedro y Pablo llegan a Roma al final de su recorrido. “Pablo llegó a Roma como prisionero –recordó el Papa-, y al mismo tiempo como ciudadano romano que, tras el arresto en Jerusalén, como tal hizo recurso al emperador y fue llevado a su tribunal. Pero en un sentido aún más profundo, Pablo vino voluntariamente a Roma”. En efecto para Pablo Roma representaba una etapa del camino hacia España, “es decir –según su concepto del mundo- hacia el extremo de la tierra”, para realizar la misión recibida de Cristo de llevar el Evangelio hasta los extremos confines del mundo. Además “el ir a Roma es parte de la universalidad de su misión como enviado a todos los pueblos… el ir a Roma es para él expresión de la catolicidad de su misión. Roma debe hacer visible la fe a todo el mundo, debe ser el lugar del encuentro en la única fe”.
Y también Pedro fue a Roma, dejando “la presidencia de la Iglesia cristiano judía a Santiago el menor, para dedicarse a su verdadera misión: el ministerio por la unidad de la única Iglesia de Dios formada por judíos y paganos… El camino de san Pedro hacia Roma, como representante de los pueblos del mundo, se define con la palabra ‘una’: su tarea es el crear la unidad de la católica, de la Iglesia de todos los pueblos. Y es esta la misión permanente de Pedro: hacer que la Iglesia no se identifique nunca con una sola nación, con una sola cultura o con un solo Estado. Que siempre sea la Iglesia de todos. Que reúna a la humanidad más allá de cualquier frontera y, en medio de las divisiones de este mundo, haga presente la paz de Dios, la fuerza reconciliadora de su amor”.
El Papa destacó que hoy gracias a la técnica, a la red mundial de informaciones, a la reunión de intereses comunes, existen en el mundo “modos nuevos de unidad, que sin embargo hacen surgir nuevos contrastes y dan un nuevo ímpetu a aquellos viejos. Frente a esta unidad externa, basada en las cosas materiales, necesitamos mucho de la unidad interior, que proviene de la paz de Dios –unidad de todos aquellos que mediante Jesucristo se han convertido en hermanos y hermanas. Es esta la misión permanente de Pedro y también la tarea particular confiada a la Iglesia de Roma”.
Dirigiéndose a los hermanos Arzobispos Metropolitanos venidos a Roma para recibir el palio, el Papa explicó que este “nos recuerda al Pastor que toma en sus espaldas a la oveja perdida, que solo no encuentra más el camino hacia casa, y la lleva al rebaño. Los Padres de la Iglesia vieron en esta oveja la imagen de toda la humanidad, de toda la naturaleza humana, que se ha perdido y no encuentra el camino a casa… así el palio es símbolo de nuestro amor por el Pastor Cristo y de nuestro amar juntos con Él… se convierte en símbolo del llamado a amar a todos con la fuerza de Cristo y en vista de Cristo, para que puedan encontrarlo y en Él encontrarse”. Un segundo significado del palio fue evidenciado por el Pontífice: “Nadie es Pastor por sí mismo. Estamos en la sucesión de los Apóstoles solo gracias al estar en la comunión del colegio, en el que se encuentra la continuación del colegio de los Apóstoles. La comunión, el “nosotros” de los Pastores hace parte del ser Pastores, porque el rebaño es uno solo, la única Iglesia de Jesucristo. Y con este “con” nos lleva a la comunión con Pedro y con su sucesor como garantía de la unidad. Así, el palio nos habla de la catolicidad de la Iglesia, de la comunión universal de Pastor y rebaño. Y nos lleva a la apostolicidad: a la comunión con la fe de los Apóstoles, sobre la cual está fundada la Iglesia”.
El Papa concluyó su homilía reflexionando sobre san Pablo y su misión: “Cuando el mundo en su conjunto se habrá convertido en liturgia de Dios, cuando en su realidad sea adoración, entonces habrá llegado a su meta, entonces estará sano y salvo. Es este el objetivo último de la misión apostólica de san Pablo y de nuestra misión. A este ministerio nos llama el Señor. Recemos para que Él nos ayude a realizarlo en el modo justo, a ser verdaderos liturgistas de Jesucristo”.(S.L.) (Agencia Fides 30/6/2008; líneas 91, palabras 1462)


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