VATICANO - En la Solemnidad de Pentecostés, el Santo Padre Benedicto XVI recuerda que "la Iglesia puede ser fermento de aquella reconciliación que viene de Dios… sólo si queda dócil al Espíritu y da testimonio al Evangelio"

lunes, 12 mayo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "En Pentecostés, la Iglesia no queda constituida por la voluntad humana, sino por la fuerza del Espíritu de Dios. E inmediatamente se puede ver que este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo única y universal, superando así la maldición de Babel. De hecho, sólo el Espíritu Santo, que crea unidad en el amor y en la recíproca aceptación de las diversidades, puede liberar a la humanidad de la constante tentación de una voluntad de potencia terrena que quiere dominar y uniformar todo". Así se ha expresado el Santo Padre Benedicto XVI en la homilía de la Celebración Eucarística que ha presidido en la Basílica Vaticana el domingo 11 de mayo, solemnidad de Pentecostés.
Después de haber analizado la narración de Pentecostés según como viene descrito en la primera Lectura del día, sacada de los Hechos de los Apóstoles, el Santo Padre se ha detenido en "la relación entre multiplicidad y unidad" de la que habla la segunda Lectura. "En el acontecimiento de Pentecostés queda claro que pertenecen a la Iglesia múltiples lenguas y culturas; - ha afirmado el Santo Padre -; en la fe pueden comprenderse y fecundarse mutuamente. San Lucas quiere transmitir claramente una idea fundamental, esto es, que desde su nacimiento, la Iglesia es ya "católica", universal. Habla desde el inicio todos los idiomas, pues el Evangelio que se le ha confiado está destinado a todos los pueblos, según la voluntad y el mandato de Cristo resucitado. La Iglesia que nace en Pentecostés no es ante todo una comunidad particular -la Iglesia de Jerusalén-, sino la Iglesia universal, que habla las lenguas de todos los pueblos. De ella nacerán después las demás comunidades en todas las partes del mundo, Iglesias particulares que son siempre expresión de la única Iglesia de Cristo. Por tanto, la Iglesia católica no es una federación de Iglesias, sino una realidad única: la prioridad ontológica le corresponde a la Iglesia universal. Una comunidad que no fuera en este sentido católica, ni siquiera sería Iglesia”.
El Santo Padre ha destacado otro aspecto: "entre los pueblos representados en Jerusalén en el día de Pentecostés, Lucas también cita a los 'extranjeros de Roma'. En aquel entonces Roma estaba todavía lejos… era símbolo del mundo pagano en general. Pero la fuerza del Espíritu Santo conducirá los pasos de los testigos 'hasta los últimos confines de la tierra', hasta Roma". Cuando San Pablo llega a la capital del Imperio y anuncia el Evangelio, "el camino de la Palabra de Dios, iniciado en Jerusalén, llega a su meta, porque Roma representa todo el mundo y encarna por tanto la idea lucana de la catolicidad. Se realiza la Iglesia universal, la Iglesia católica, que es la continuación del pueblo de la elección y hace propia su historia y misión”.
La última reflexión propuesta por el Papa estaba sacada del Evangelio de Juan. Dos veces Jesús resucitado, cuando se aparece a los discípulos en el Cenáculo, usa el término "Shalom - ¡paz a vosotros! ". "La expresión 'shalom' no es un simple saludo; es mucho más - ha explicado el Papa -: es el don de la paz prometida y conquistada por Jesús a precio de su sangre, es el fruto de su victoria en la lucha contra el espíritu del mal. Es pues una paz 'no como la da el mundo', sino como sólo Dios puede darla. En esta fiesta del Espíritu y de la Iglesia queremos dar gracias a Dios para haber donado a su pueblo, elegido y formado entre todas las gentes, el bien inestimable de la paz, de su paz! "
La Iglesia tiene la responsabilidad de ser “constitucionalmente signo e instrumento de la paz de Dios para todos los pueblos" y realiza este servicio "sobre todo en la presencia y acción ordinarias entre los hombres, con la predicación del Evangelio y con los signos de amor y de misericordia que la acompañan. Entre estas signos se debe naturalmente subrayar de modo especial el Sacramento de la Reconciliación, que Cristo resucitado instituyó en el mismo momento en que hizo el don a los discípulos de su paz y su Espíritu”.
El Papa ha evidenciado a continuación la importancia "y por desgracia no suficientemente comprendido" el don de la Reconciliación, que apacigua los corazones. "La paz de Cristo se difunde sólo a través de corazones renovados de hombres y mujeres reconciliados, servidores de la justicia,- ha explicado el Santo Padre -, dispuestos a difundir en el mundo la paz con la única fuerza de la verdad, sin rebajarse a compromisos con la mentalidad del mundo, pues el mundo no puede dar la paz de Cristo: de este modo la Iglesia puede ser levadura de esa reconciliación que procede de Dios. Sólo podrá serlo si permanece dócil al Espíritu y da testimonio al Evangelio, sólo si lleva la Cruz como y con Jesús". (S.L) (Agencia Fides 12/5/2008; Líneas: 56 Palabras: 851)


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