VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Identidad católica y democracia

jueves, 10 abril 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Una extraña “alianza filosófica” pareciera propagarse hoy en día en todos los países democráticos, sobre todo en Occidente: alianza entre democracia y relativismo. Parece que la única forma para garantizar la supervivencia de la democracia es la renuncia a la verdad, a una posible verdad compartida, para unirse al más radical relativismo: con esto, se renuncia también a la búsqueda de una posible verdad, dejando la mayor parte de las decisiones, incluso aquellas de gran interés social, a la así llamada esfera personal.
Este equivocado convencimiento se traduce, sea culturalmente, sea socialmente y políticamente, en el intento de marginar, lo más posible, a los católicos, sacándolos de la escena pública y, sobre todo, tratando de neutralizar su efectivo peso en el debate cultural y social.
El cristianismo, al contrario, no es una amenaza para la democracia, sino el presupuesto cultural indispensable. Una real democracia, que no se confunda con las tantas oligarquías presentes hoy en día en el mundo, se funda esencialmente sobre “valores compartidos”, sobre una concepción común cultural, en la cual se reconozca que el centro imprescindible de la sociedad es la persona y no el estado.
El ataque sistemático al cristianismo y a la gran cultura y tradición cristiana, incluso a veces sin que los autores sean conscientes, corre el riesgo de traducirse en un ataque a la misma democracia. De este modo, la eliminación de una cultura compartida, capaz, justamente por su historia y su identidad, de acoger democráticamente cuanto es bueno en las otras culturas, coincide con la pérdida de los presupuestos culturales esenciales para la supervivencia de una democracia.
No es una casualidad que las democracias modernas hayan nacido y desarrollado en Países de larga tradición cristiana. Democracia y relativismo no son co-esenciales, al contrario, el relativismo sofoca a la democracia que, no teniendo más referencias, corre el riesgo de colapsar sobre sí misma.
Solamente recuperando la centralidad y la verdad de la persona, superando radicalmente el materialismo (que lamentablemente se ha concretiza históricamente tanto en el marxismo como en el liberalismo desenfrenado), podrá ser garantía de supervivencia para la democracia.
De este modo, son problemáticas y, de hecho, inexplicables, las posiciones de aquellos católicos que prefieren agrandar las filas de los paladines de la laicidad del estado -que en gran parte es el laicismo- en vez de buscar la unidad con los otros hermanos en la fe. ¿Es primero la unidad con los compañeros del partido o aquella con los otros miembros del cuerpo eclesial? De este modo la fe se reduce a una “opción religiosa” y se disuelve la identidad católica.
El fenómeno de la marginalización de los católicos en la vida pública y en la política, hace referencia a un número de países cada vez mayor y pareciera ser una “orden de escudería” filosóficamente fundado y determinado.
El relativismo no es garantía de democracia ni de posible vida socialmente buena. Esperamos que al menos los políticos católicos lo tengan claro, pues los primeros en ser “marginados” son justamente ellos.
Lamentablemente la diáspora política de los católicos es consecuencia de la diáspora cultural. Sobre esto es necesario iniciar una seria reflexión, pues “el espesor cultural alcanzado y la madura experiencia de compromiso político que los católicos en diversos países han sabido desarrollar, especialmente en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, no pueden darles ningún complejo de inferioridad en el confrontarse con otras propuestas que la historia reciente ha mostrado débiles o radicalmente fallidas” (Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones sobre el compromiso y el comportamiento de los católicos en la vida política, Ciudad del Vaticano 2002, n 7 ). (Agencia Fides 10/4/2008; líneas 44, palabras 572)


Compartir: