VATICANO - Benedicto XVI en el tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo II: "Damos gracias al Señor por haber donado a la Iglesia este fiel y valiente siervo. Que la Iglesia, siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, continúe fielmente y sin compromisos su misión evangelizadora"

miércoles, 2 abril 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “La fecha del 2 de abril ha quedado grabada en la memoria de la Iglesia como el día de la partida de este mundo del siervo de Dios Papa Juan Pablo II.… Como hace tres años, también hoy no ha pasado mucho tiempo desde la Pascua. El corazón de la Iglesia está aún profundamente inmerso en el misterio de la resurrección del Señor. En verdad, podemos leer toda la vida de mi amado predecesor, especialmente su ministerio petrino, bajo el signo de Cristo resucitado". Son las palabras con que el Santo Padre Benedicto XVI ha iniciado esta mañana la homilía durante la celebración de la Santa Misa con los Cardenales en el III aniversario de la muerte del Siervo de Dios el Sumo Pontífice Juan Pablo II.
Durante el rito que ha tenido lugar en la Plaza de San Pedro, el Papa ha recordado que Juan Pablo II "entre sus numerosas cualidades humanas y sobrenaturales tenía también la de una excepcional sensibilidad espiritual y mística. Bastaba observarlo cuando oraba: se sumergía literalmente en Dios y parecía que en aquellos momentos todo lo demás le resultaba ajeno… La santa misa, como repetía a menudo, era para él el centro de cada jornada y de toda su vida”. Juan Pablo II murió la vigilia del segundo domingo de Pascua, ha recordado el Papa y su pontificado, en su conjunto y en muchos momentos específicos, “se presenta como un signo y un testimonio de la resurrección de Cristo. El dinamismo pascual que hizo de la existencia de Juan Pablo II una respuesta total a la llamada del Señor no podía expresarse sin participación en los sufrimientos y en la muerte del divino Maestro y Redentor". En efecto desde niño Karol Wojtyla encontró la cruz en su camino, en su familia y en su pueblo. " Pronto decidió cargarla juntamente con Jesús, siguiendo sus huellas - ha subrayado Benedicto XVI -. Quiso ser su fiel servidor hasta acoger la llamada al sacerdocio como don y compromiso de toda la vida. Con él vivió y con él quiso también morir. Y todo ello a través de la singular mediación de María santísima, Madre de la Iglesia, Madre del Redentor, asociada de forma íntima y efectiva a su misterio salvífico de muerte y resurrección”.
Tomando ocasión de las lecturas bíblicas proclamadas, y en particular de la invitación "¡No tengáis miedo!” que el ángel de la resurrección dirigió a las mujeres que fueron al sepulcro vacío, Benedicto XVI ha evidenciado que estas palabras “se convirtieron en una especie de lema en labios del Papa Juan Pablo II, desde el inicio solemne de su ministerio petrino. Las repitió muchas veces a la Iglesia y a la humanidad en camino hacia el año 2000, luego durante aquella meta histórica, y también después, en el alba del tercer milenio… Su "¡No tengáis miedo!" no se apoyaba en las fuerzas humanas, ni en los éxitos obtenidos, sino solamente en la palabra de Dios, en la cruz y en la resurrección de Cristo. … Como aconteció a Jesús, también a Juan Pablo II, al final, las palabras dejaron su lugar al sacrificio extremo, al don de sí mismo. Y la muerte fue el sello de una existencia totalmente entregada a Cristo, configurada a él incluso físicamente por los rasgos del sufrimiento y del abandono confiado en los brazos del Padre celestial”.
El Santo Padre ha dirigido después un pensamiento particular a los participantes en el primer Congreso mundial sobre la Divina Misericordia, presentes en la plaza de San Pedro, que quiere profundizar el rico magisterio de Juan Pablo II sobre este tema. "Quería que el mensaje del amor misericordioso de Dios llegara a todos los hombres y exhortaba a los fieles a ser sus testigos … El siervo de Dios Juan Pablo II había conocido y vivido personalmente las enormes tragedias del siglo XX, y durante mucho tiempo se preguntó qué podía detener la marea del mal. La única respuesta posible era el amor de Dios. En efecto, sólo la Misericordia divina puede poner un límite al mal; sólo el amor todopoderoso de Dios puede derrotar la prepotencia de los malvados y el poder destructor del egoísmo y del odio”.
Por último, Benedicto XVI ha concluido la homilía con estas palabras: " Demos gracias al Señor por haber hecho a la Iglesia el don de este fiel y valiente servidor suyo. Alabemos y bendigamos a la santísima Virgen María por haber velado sin cesar sobre su persona y su ministerio, en beneficio del pueblo cristiano y de la humanidad entera. Y, a la vez que ofrecemos por su alma elegida el sacrificio redentor, le pedimos que continúe intercediendo desde el cielo por cada uno de nosotros, a los que la Providencia ha llamado a recoger su inestimable herencia espiritual, y por mí de modo especial. Quiera Dios que la Iglesia, siguiendo sus enseñanzas y sus ejemplos, prosiga fielmente y sin componendas su misión evangelizadora, difundiendo incansablemente el amor misericordioso de Cristo, fuente de verdadera paz para el mundo entero”. (S.L) (Agencia Fides 2/4/2008; Líneas: 57 Palabras: 887)


Compartir: