VATICANO - Papa Benedicto XVI durante la Celebración Eucarística de la Noche Santa: “En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono —la Cruz— corresponde al nuevo inicio en el establo”

lunes, 24 diciembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo”. Con estas palabras el Santo Padre, durante la Misa de Medianoche en la Natividad de Nuestro Señor, anunció el momento tan esperado, preanunciado en Nazaret por el Ángel. Durante la homilía pronunciada en la Basílica Vaticana, el Papa reflexionó sobre la tierna maternidad de maría, sobre su “preparación interior”, sobre el grande amor de esta Madre que “envolvió en pañales” al Hijo de Dios. Este gesto maternal “nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido”. Al nacimiento de Jesús, sin embargo, el mundo no respondió en modo adecuado, “en la posada no había sitio”. “En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía - afirmó Benedicto XVI -. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro”.
El Santo Padre prosiguió: “¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?”. A pesar de lo inadecuado del mundo para la venida de Jesucristo, “Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo”, y a quien lo acoge, como los pastores o los magos, el Señor les da el poder de convertirse en Hijo de Dios: “Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera”.
En su homilía el Papa se detuvo también para ilustrar la nueva regalidad introducida por Jesucristo en el Misterio de la Encarnación: “José, el descendiente de David, es un simple artesano; de hecho, el palacio se ha convertido en una choza. David mismo había comenzado como pastor… En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono —la Cruz— corresponde al nuevo inicio en el establo”. El establo se convierte por lo tanto en el palacio real y la regalidad que trae el Hijo de Dios hecho carne es “el poder de la bondad que se entrega” en la Cruz. Los hombres “que ponen su voluntad en la suya” tienen la gracia de transformarse “en hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo”.
Finalmente el Santo Padre afirmó que “en el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan”, recordando, con las palabras de San Agustín, que el cielo del que se habla “no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo”. Luego Benedicto XVI concluyó la homilía invitando a salir al encuentro de este cielo: “si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo”. (Agencia Fides - líneas 58, palabras 764)


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