VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (sexta parte)

viernes, 14 marzo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Conferencia del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.

Reflexiones epistemológicas sobre el diálogo interreligioso
La categoría del «diálogo» tuvo durante el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-65) un impulso extraordinario, sobre todo con la Encíclica de Pablo VI, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964 (cf. Acta Apostolicae Sedis, 56 [1964] pp. 609-659), con la declaración conciliar Nostra aetate, sobre la relación de la Iglesia con las religiones no-cristianas, del 28 de noviembre de 1965 (cf. Acta Apostolicae Sedis, 58 [1966] pp. 740-744; Acta Synodalia Sacrosanti Concilii Oecumenici Vaticani II, IV, V pp. 616-620) y con la declaración conciliar Dignitatis humanae, del 7 de diciembre de 1965, sobre la libertad religiosa (Acta Apostolicae Sedis, 58 [1966] pp. 929-941; Acta Synodalia Sacrosanti Concilii Oecumenici Vaticani II, IV, V pp. 663-673).
Para no convertir el diálogo en una suerte de absoluto que sustituya a la verdad, puede resultar conveniente proponer algunas consideraciones epistemológicas, tanto sobre el diálogo ecuménico como sobre el diálogo interreligioso. Esto nos ayudará a asumir actitudes que estén en sintonía con la propia identidad y con la realidad de las cosas.

Epistemología del diálogo ecuménico
Se puede constatar en el campo ecuménico un doble diálogo: el de la caridad y el de la verdad. El «diálogo de la caridad» tuvo su inicio con el Vaticano II, con la invitación hecha a los no católicos a participar como observadores en las asambleas conciliares. En lo que respecta, por ejemplo, a las relaciones entre la Iglesia católica y las iglesias ortodoxas, podemos recordar la importante publicación del Tomos Agapis de 1971, que recoge la documentación intercambiada entre 1958 y 1970 entre la Santa Sede y el Fanar (Tomos Agapis, Vatican-Phanar (1958-1970), Roma-Estabul, 1971). Son 284 documentos que testimonian la voluntad de unidad y de comunión en el misterio de Cristo por parte de católicos y ortodoxos.
Este diálogo de la caridad consiste en el conocimiento, la comunicación, el respeto, la amistad, la apertura recíproca, la superación de los prejuicios comunes de orden cultural, psicológico, histórico. Es un diálogo que reconforta y anima, por las edificantes manifestaciones de reconciliación y de estima recíproca.
Diversamente a este diálogo de la caridad, el «diálogo de la verdad» procede más lentamente y con no pocas dificultades. Tal diálogo, en efecto, no puede ser genérico, sino bilateral: uno es el diálogo con las antiguas iglesias orientales, otro aquel con las iglesias ortodoxas y otro a su vez el diálogo con las comunidades de la reforma. El diálogo de la verdad requiere de un conocimiento profundo del otro, de su historia, de su teología y de su liturgia. Y no faltan con frecuencia las contingencias que obstaculizan en gran medida el camino de la unidad.
Afortunadamente, en septiembre del 2006, casi diez años después, se retomó el diálogo de la comisión mixta católico-ortodoxa, que estudió el tema «Las consecuencias eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia: comunión eclesial, conciliaridad y autoridad en la Iglesia», llegando incluso a la publicación de un documento (Rávena 8-14 octubre del 2006).
No faltan, sin embargo, noticias poco reconfortantes (se habla hoy en día de un «invierno» ecuménico; véanse las reflexiones contenidas en el número monográfico «Los lazos del ecumenismo» de la revista «Creer hoy», 27, 2007, n. 160). Las últimas decisiones de algunas comunidades anglicanas de tomar posiciones éticas inaceptables («ordenación» de mujeres, ordenación de «obispos» homosexuales, bendiciones de convivencias homosexuales), criticadas al interior mismo de dichas comunidades, hacen más arduo para los católicos el diálogo ecuménico, que tiene como finalidad la unidad de todos los cristianos en una única Iglesia de Cristo y concretamente «la comunión en la doctrina de los Apóstoles, en los Sacramentos y en el orden jerárquico» (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 35).
El diálogo ecuménico de la verdad no puede ser conducido con superficialidad, sino con cuidado y atención. Véase en relación al diálogo luterano-católico la Declaración conjunta sobre la doctrina de la Justificación de 1999, que ofrece un extraordinario ejemplo de precisión lingüística y de contenidos.
Sin embargo, para superar las tensiones doctrinales, convendría tal vez que el diálogo ecuménico se ejercitase más bien en el diálogo de la acción, por ejemplo, en el esfuerzo compartido por una cristianización de Europa, mediante una obra de defensa y promoción de los principios cristianos, para así superar el secularismo laicista y toda forma de fundamentalismo religioso. (6- continua) (SL) (Agencia Fides 14/372008 Líneas: 65 Palabras: 820)


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