VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (quinta parte)

viernes, 7 marzo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Conferencia del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.

Gracia de Cristo y no cristianos:
«Viis sibi notis» (Ad gentes, n. 7); «Modo Deo cognito» (Gaudium et spes, n. 22)
Teniendo como premisa este cuadro de referencia doctrinal, nos dirigimos ahora a dos asuntos. El primero se refiere al significado y al valor de aquellos caminos, conocidos solo por Dios, mediante los cuales la gracia se infunde en los corazones de los no cristianos. El segundo se refiere a algunas reflexiones epistemológicas sobre el dialogo interreligioso.
Por muy paradójico que pueda parecer, la afirmación de la Iglesia, como sacramento universal de salvación, está en armonía con otra afirmación bíblica sobre la voluntad salvífica universal de Dios (cf. 1 Timoteo, 2, 4-6). Juan Pablo II declara que «Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 9).
Nos podemos preguntar: ¿Existe de hecho esta posibilidad de salvación para todos en relación a Cristo y a la Iglesia?, y si existe, ¿cómo se realiza esta eventual comunicación?
Sobre la posibilidad de la salvación, la DI, citando el magisterio conciliar y pontificio, sostiene su existencia de hecho. También para cuantos no son miembros de la Iglesia, «la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella» (DI n. 20, cita tanto Redemptoris missio, n. 10, como Ad gentes, n. 2).
Se trata de un verdadero y propio don de Dios Trinidad, que proviene de Cristo, es fruto de su sacrificio y es comunicado por el Espíritu de Cristo resucitado, según el designio del Padre. Es una gracia que, mediante la Iglesia, expande sobre toda la humanidad los frutos del sacrificio redentor de Cristo. Es, además, una gracia que obra una verdadera y propia iluminación de los no cristianos en relación a su situación interior y ambiental (cf. DI n. 20). Esto significa que esta gracia trinitaria infunde en su mente y en su corazón un misterioso discernimiento de la verdad y de la bondad, misterioso pero real y recto, por el cual ellos pueden seguir la verdad y obrar el bien. Y tal discernimiento se refiere tanto a su vida personal como a su existencia de relación y comunión con los otros.
El sacrificio eucarístico es el ofrecimiento cotidiano que la Iglesia hace al Padre para que la verdad del Evangelio ilumine a todas las gentes. No solo mediante la missio ad gentes, sino también mediante la oración, la Iglesia intercede ante el Padre para que la redención de su Hijo alcance y convierta los corazones y las mentes de todos los seres humanos.
Confirmada la posibilidad de la existencia de tal gracia, se puede profundizar las modalidades de comunicación y de recepción de esta misteriosa gracia trinitaria, que el Espíritu del Cristo resucitado infunde en la historia sobre toda la humanidad, y que es tomada del sacrificio redentor de Cristo, actualizado en el sacrificio eucarístico de la Iglesia.
A tal fin, la DI dice que «el Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona «por caminos que Él sabe» (DI n. 21). Y cita explícitamente el decreto Ad gentes n. 7, que ubica la afirmación en un contexto claramente eclesiológico: «Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que Él sabe (“viis sibi notis”) a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad» (Ad gentes, n. 7).
En realidad, podemos agregar que, al menos en otro pasaje conciliar se afirma un enunciado análogo al de Ad gentes n. 7. La constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, en un contexto cristológico, en el cual se habla de la gracia de Cristo, que obra invisiblemente no solo en los cristianos sino también en los corazones de todos los hombres de buena voluntad, declara: «Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida (“modo Deo cognito”), se asocien a este misterio pascual» (Gaudium et spes, n. 22).
Cierto la teología no osaría indagar en la mente de Dios. Puede, sin embargo, tratar de aprehender lo que los padres conciliares querían decir con las dos expresiones: viis sibi notis (Ad gentes, n. 7) y modo Deo cognito (Gaudium et spes, n. 22).
A partir del estudio de las Acta Synodalia se descubre que el Concilio ha hecho no pocas afirmaciones, tanto explícitas como implícitas, sobre los caminos de salvación para los no cristianos, todos, sin embargo, relativos a un único plan de salvación querido y actuado por Dios en el misterio de Cristo.
El Concilio explícitamente afirma que los caminos de salvación para los no cristianos son al menos los siguientes:
1. La pertenencia a la Iglesia (Dignitatis humanae, n. 1; Ad gentes, n. 7);
2. La ordenación de la humanidad entera a la Iglesia (Lumen gentium, 13d);
3. La obediencia a la recta conciencia (Dignitatis humanae, n. 3; Lumen gentium, n. 16);
4. Hacer el bien y evitar el mal (Gaudium et spes, n. 16.17).
Pero el Concilio hace referencia también en modo explícito a otros caminos de salvación para los no cristianos, cuando cita la viis sibi notis y la modo Deo cognito. A partir de la historia de la redacción de estos textos se deduce, que para los padres conciliares estos caminos desconocidos a nosotros, pero conocidos a Dios, son los dos siguientes: la adhesión a la verdad y la coherencia entre fe y vida (cfr F. Fernandez, In ways known to God. A theological investigation on the ways of Salvation spoken of in Vatican II, Vendrame Institute Publications, Shillong, 1996).
La Declaración sobre la libertad religiosa, en el contexto de la defensa de la libertad humana, pero no de indiferencia del hombre en relación al verdadero y a lo falso, tras haber reafirmado la subsistencia de la verdadera religión en la Iglesia Católica, y tras haber destacado que todos los hombres están obligados a buscar la verdad, dice: «Confiesa asimismo el santo Concilio que estos deberes afectan y ligan la conciencia de los hombres, y que la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas» (Dignitatis humanae, n. 1).
Adherir a la verdad es un camino de salvación, porque el hombre que busca formar una recta conciencia, se deja guiar cada vez más por las leyes objetivas de la conducta moral (cf. Gaudium et spes, n. 16). Esto se hace cada vez más claro, si se considera que Dios hace al hombre capaz de participar en su ley divina de modo que pueda ser cada vez más consciente de las verdades inmutables. Adhiriendo a la verdad, el hombre manifiesta su total obediencia a la ley divina (cf. Dignitatis humanae, n. 3).
Otra afirmación implícita sobre los caminos de salvación puede ser tomada del rechazo conciliar de la dicotomía entre la fe profesada y la vida cotidiana. El grave peligro para el fiel cristiano es este «divorcio» (discidium illud inter fidem quam profitentur et vitam quotidianam multorum), que pone en peligro su salvación. A partir de este punto continúa el llamado ante aquel «cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación» (Gaudium et spes, n. 43).
Esta afirmación debe ser puesta en relación con lo dicho por el Concilio sobre la relación de la Iglesia con los no cristianos: «Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna» (Lumen gentium, n. 16). Si para el cristiano la dicotomía entre fe y vida puede ser causa de la perdida de la salvación, para el no cristiano la búsqueda de la armonía de una vida recta puede conducir a la salvación. En ambos está presente la gracia divina, ineficaz en el primero, salvíficamente eficaz en el segundo. (5- continua) (Agencia Fides 7/3/2008 Líneas: 108 Palabras: 1533)


Compartir: