VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (segunda parte)

viernes, 15 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Conferencia del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.

La Declaración Dominus Iesus (2000)
Después de 10 años mantiene toda su actualidad la afirmación de la Comisión Teológica Internacional, que afirmaba, en su documento El Cristianismo y las religiones (1997): «La teología de las religiones no presenta todavía un estatuto epistemológico bien definido» («La Civiltà Cattolica», 148 (1997), I, p. 4). En todo caso su finalidad es la interpretación de las religiones a la luz de la Palabra de Dios y de la perspectiva del misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia.
Entre los varios modelos propuestos — sustancialmente tres: exclusivista, inclusivista y pluralista — es teológicamente plausible el llamado modelo inclusivista, inspirado en los textos del Vaticano II (cf. Lumen gentium, n. 16-17; Ad gentes, n. 3, 7, 8, 11, 15; Nostra aetate, n. 2; Gaudium et spes, n. 22). Dicho modelo propone un horizonte cristocéntrico-trinitario, con Jesús como mediador de la salvación para toda la humanidad (cf. Hechos de los Apóstoles, 4, 12; 1 Timoteo, 2, 4-6). Esta interpretación es contestada por el modelo pluralista, que considera un mito la unicidad cristiana y propone una teología pluralista de las religiones, negando la universalidad salvífica de la redención cristiana. Dicho modelo se basa sustancialmente en dos presupuestos ideológicos: la aceptación del relativismo absoluto, como única posibilidad para expresar la verdad completa, y la admisión del pluralismo religioso, como único modelo para describir el misterio inefable de Dios.
En continuidad con el Concilio Ecuménico Vaticano II y con la encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II, la Declaración Dominus Iesus (en adelante DI) de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicada durante el Gran Jubileo del año 2000, fue una respuesta competente del Magisterio de la Iglesia a la teología cristiana del pluralismo religioso que, haciendo suyo el pensamiento débil de la postmodernidad, ponía en riesgo la verdad de fe central del Cristianismo.
La Declaración parte de los datos bíblicos para reafirmar que la misión evangelizadora de la Iglesia nace del mandado explícito de Jesús y se realiza en la historia a través de la proclamación del misterio de Dios Trinidad, del misterio de la encarnación salvífica del Hijo de Dios y del misterio de la Iglesia sacramento universal de salvación. De hecho estos son los contenidos fundamentales de la profesión de fe cristiana del Credo niceno-constantinopolitano, que aún hoy rezamos en la liturgia de los domingos y solemnidades.
La Declaración concuerda con lo afirmado por Juan Pablo II, según el cual esta misión universal, al final del segundo milenio cristiano, a pesar de la fidelidad al Evangelio y a la perseverancia en el anuncio, está lejos de su cumplimiento (cf. DI n. 2). Es un dato de hecho que la humanidad vive en una pluralidad de religiones y es también un hecho que la Iglesia católica, aún valorando lo que hay de bueno y santo en las otras religiones (Nostra aetate, 2), no puede dejar de lado su misión evangelizadora, de la que forma parte también el diálogo interreligioso (DI n.2).
En la práctica y en la profundización teórica del diálogo «el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio)» (DI n. 4). Es precisamente a estas teorías a las que se dirige en primer lugar la Declaración para refutar sus premisas y rechazar sus conclusiones.
Entre los presupuestos de naturaleza filosófica y teológica que subyacen a estos planteamientos pluralistas se puede mencionar: la convicción de la inaferrabilidad de la verdad divina, ni siquiera por parte de la revelación cristiana; el comportamiento relativista, en virtud del cual lo que es verdad para algunos no lo es para todos; la contraposición entre mentalidad lógica occidental y mentalidad simbólica oriental; el considerar a la razón como la única fuente del conocimiento y por lo tanto la dificultad de aceptar la presencia de eventos definitivos y escatológicos en la historia; el vaciamiento metafísico del misterio de la encarnación; el eclecticismo teológico, la interpretación de la Sagrada Escritura fuera de la tradición y del magisterio de la Iglesia (DI n. 4).
Es importante precisar que la Declaración fue expresamente aprobada por el Sumo Pontífice con una fórmula de especial autoridad: «El Sumo Pontífice Juan Pablo II (...) con ciencia cierta y con su autoridad apostólica [certa scientia et apostolica Sua auctoritate], ha ratificado y confirmado esta Declaración (...) y ha ordenado su publicación» (DI n. 23). Por lo tanto, el documento tiene un valor magisterial universal. No se trata de una simple nota orientativa. Es un texto que propone verdades de fe divina y católica y verdades doctrinales que deben mantenerse con firmeza. Por lo mismo la aceptación que se les pide a los fieles es definitiva e irrevocable (ver el comentario del arzobispo Tarcisio Bertone en «L'Osservatore Romano» del 6 de setiembre de 2000, p. 9).
Es más, en el Ángelus del domingo 1 de octubre de 2000, el Santo Padre confirmó explícitamente su total aprobación de la Declaración: «En la cumbre del Año jubilar, con la declaración Dominus Iesus — Jesús es el Señor —, que aprobé de forma especial, quise invitar a todos los cristianos a renovar su adhesión a él con la alegría de la fe, testimoniando unánimemente que él es, también hoy y mañana, “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Nuestra confesión de Cristo como Hijo único, mediante el cual nosotros mismos vemos el rostro del Padre (cf. Jn 14, 8), no es arrogancia que desprecie las demás religiones, sino reconocimiento gozoso porque Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito de nuestra parte. Y él, al mismo tiempo, nos ha comprometido a seguir dando lo que hemos recibido y también a comunicar a los demás lo que se nos ha dado, porque la verdad dada y el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres.
«Con el apóstol san Pedro confesamos que “en ningún otro nombre hay salvación” (Hch 4, 12). La declaración Dominus Iesus, siguiendo las huellas del Vaticano II, muestra que con ello no se niega la salvación a los no cristianos, sino que se señala que su fuente última es Cristo, en quien están unidos Dios y el hombre. Dios da la luz a todos de manera adecuada a su situación interior y ambiental, concediéndoles su gracia salvífica a través de caminos que sólo él conoce (cf. Dominus Iesus, VI, 20-21). El documento aclara los elementos cristianos esenciales, que no obstaculizan el diálogo, sino que muestran sus bases, porque un diálogo sin fundamentos estaría destinado a degenerar en palabrería sin contenido» (Juan Pablo II, Ángelus del 1 de octubre de 2000). (Agencia Fides 15/2/2008)


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