VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (primera parte)

viernes, 8 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Introducción del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.
En 1990 el Siervo de Dios Juan Pablo II, en su encíclica misionera, Redepmtoris missio, afirmaba que la misión de Cristo redentor confiada a la Iglesia estaba bastante lejos de su realización y que, más bien, se encontraba todavía en sus inicios.
Asimismo, recordando las palabras de San Pablo — «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!». (1 Corintios, 9, 16) — había destacado que, en sus numerosos viajes hasta los extremos confines de la tierra, el contacto directo con los pueblos que ignoran a Cristo lo habían siempre convencido de la urgencia de la misión, que pertenece a la identidad profunda de la Iglesia, fundada dinámicamente en la misma misión trinitaria. Finalmente, considerando que la fe se fortalece donándola, consideraba la misión como el primer servicio que la Iglesia podía ofrecer a cada hombre y a la humanidad toda, desde el momento en que el anuncio de la redención obrada por Cristo mediante la cruz había dado de nuevo al hombre la dignidad y el verdadero sentido de su existencia en el mundo.

La missio ad gentes
Sin embargo, el Pontífice no podía ocultar «una tendencia negativa», a saber, que la misión específica ad gentes parecía en fase de disminución: «Dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo» (Redemptoris missio, 2).
Para hacer frente a esta preocupación, él proponía de nuevo en los primeros capítulos de la encíclica tres sólidos pilares doctrinales: 1. el anuncio de Jesucristo, como único salvador de toda la humanidad, y de su Iglesia como signo e instrumento de salvación; 2. el cumplimiento y la realización del Reino de Dios en Cristo resucitado; 3. la presencia del Espíritu de Jesucristo como protagonista de la misión.
Después de haber indicado los horizontes inmensos de la missio ad gentes señalaba asimismo las «vías» concretas para realizarla. Ante todo el testimonio, luego el primer anuncio de Cristo Salvador, la conversión y el bautismo. Las otras vías: la formación de las Iglesias locales y de las comunidades eclesiales de base; la inculturación del Evangelio; el diálogo con los hermanos de otras religiones; la promoción del desarrollo y, finalmente, el testimonio de la caridad, fuente y criterio de la misión.
Como se puede ver, entre las vías de la misión está también el diálogo interreligioso, que no constituye una vía primaria, desde el momento que las vías principales son el testimonio, el anuncio, la conversión y el bautismo. Además, el Papa no pone el diálogo fuera de la missio ad gentes. Ya que la salvación viene de Cristo, él reafirma que «el diálogo no dispensa de la evangelización». Es necesario poner de acuerdo el anuncio de Cristo y el diálogo interreligioso en el ámbito de la missio ad gentes. No se les debe confundir, instrumentalizar, ni considerarlos «equivalentes, como si fueran intercambiables» (Ivi, 55).
Nos podemos preguntar, entonces, qué recepción tuvo tal encíclica por parte de la comunidad eclesial, en general y, en modo particular, por parte de los teólogos. Se puede decir que la encíclica fue acogida con admiración, pero que inmediatamente fue calificada como «encíclica misionera»: el acento se puso en la pastoral y en la espiritualidad misionera. Por su parte los teólogos mantuvieron más bien una actitud de desatención, por dos motivos: aquellos que — sobre todo en el área asiática y norteamericana — ya habían elaborado una propia teología pluralista de las religiones no podían compartir la posición del Papa. Los otros, sobre todo los teólogos europeos, no habían sido sensibilizados todavía sobre las diversas teorías de la teología de las religiones. Para ellos la encíclica parecía poco innovadora, ya que no hacía sino reafirmar la muy conocida afirmación de fe sobre la universalidad salvífica de Cristo y de su Iglesia. Asimismo, la reflexión sobre el diálogo interreligioso, en occidente, estaba todavía en sus inicios.
En todo caso la encíclica tuvo el mérito de inaugurar un decenio caracterizado justamente por la pregunta teológica sobre el significado y el valor salvífico de las otras religiones, a partir de la revelación cristiana. En tal período se delinearon con suficiente aproximación las diversas propuestas de la teología de las religiones, una nueva disciplina, que antes era relegada al ámbito específico de la misionología, y que ahora, en cambio, forma parte de los loci de la metodología teológica. (1- continua) (Agencia Fides 8/2/2008 Líneas: 63 Palabras: 851)


Compartir: