VATICANO - La misión de la Iglesia en el Magisterio post conciliar (segunda parte) - por el P. Adriano Garuti y Lara De Angelis

martes, 4 diciembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Papa Benedicto XVI en su primera encíclica “Deus caritas est” (25 de diciembre de 2005) ha afirmado que “tarea de la Iglesia es comunicar incesantemente este amor divino, gracias a la acción vivificante del Espíritu Santo. Es en efecto el Espíritu quien transforma la vida de los creyentes, liberándolos de la esclavitud del pecado y de la muerte, y haciéndolos capaces de testimoniar el amor misericordioso de Dios, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una única familia” (cfr. n. 19). Además en el discurso a los participantes del Congreso promovido por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (en mayo del 2006) destacó el renovado impulso dado a la misión de la Iglesia por el Decreto Ad Gentes con estas precisas palabras: “La Iglesia ha asumido en modo más claro la conciencia de su innata vocación misionera, reconociendo un elemento constitutivo de su misma naturaleza, obedeciendo a la orden de Cristo, que mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio a todas las gentes (cfr.Mt 28, 18-20), no como algo facultativo, sino que pertenece a la propia vocación del pueblo de Dios, un deber que le incumbe por orden del mismo Señor Jesucristo”. El mismo Pontífice, citando nuevamente su primera encíclica, afirma que la caridad es “el alma de la misión”, pues “la misión, si no está orientada por la caridad, es decir, si no brota de un profundo acto de amor divino, corre el riesgo de reducirse a mera actividad filantrópica y social”. Si la misión es animada por este espíritu constituye para todos los creyentes “un compromiso irrenunciable y permanente” (Mensaje por la LXXX Jornada Misionera Mundial, 22 de octubre de 2006).
Es aún más explícita en afirmar la necesidad de pertenecer a la Iglesia la Declaración “Dominus Iesus” de la Congregación para la Doctrina de la fe (2000), que si bien tiene un carácter prevalentemente cristológico, se refiere a la Iglesia como misterio salvífico, cuando afirma que Cristo, único mediador entre Dios y los hombres, Aquel que ha realizado el designio de salvación del Padre, “constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia está en Él; por eso, la plenitud del misterio salvífico de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor. Jesucristo, en efecto, continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia” (DI 16).
Para conseguir la salvación es entonces necesario pertenecer a la Iglesia, si bien es verdadero que en diversos modos todos los hombres “están llamados a formar el nuevo pueblo de Dios”, al cual “en diversos modos pertenecen o están ordenados, sean estos fieles católicos, sean los otros creyentes en Cristo, sean, en fin, todos los hombres que por la gracia de Dios son llamados a la salvación” (LG 13; cf GS 22).
Como conclusión de esta recopilación de textos del Vaticano II y del Magisterio post conciliar, emerge que la Iglesia nace como misión del acto del Padre que envía a su Hijo a nosotros, aceptado y creído gracias a la misión del Espíritu: el Cristo, enviado por el Padre, realiza su misión en plena fidelidad filial, conducido por el Espíritu. Sin Cristo no hay misión: él es principio, objeto y agente principal de la misión.
Cristo es el primer misionero de Dios, el profeta del Reino, el único y último Mediador de la salvación. Él ha sido enviado por el Padre, con un proyecto de salvación trinitario ideado y preciso, que realiza en toda su vida, pero en modo especial en la Encarnación y en la Hora pascual. En la misión de la Iglesia continúa la misión de Cristo, no en el sentido que a la misión de Cristo sigue la de la Iglesia, sino en el sentido que la misión de Cristo continúa en la misión de la Iglesia, Cristo realiza su misión con ella, es más, como Cristo es el misionero principal, la Iglesia realiza su misión con él. Se realiza así el gran evento de la contemporaneidad de Cristo. Cristo puede ser nuestro salvador solo si es contemporáneo a nosotros.
La misión de la Iglesia hace contemporáneo a Cristo, para que él pueda salvar a todos los hombres. Sobre esta base se fundan las modalidades concretas de la misionariedad de la Iglesia y el diálogo interreligioso, este también re-conducible por una modalidad de la evangelización. En efecto, dejando firme este compromiso, “conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad… Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera” (DI 22). (6 - continua) (Agencia Fides 4/12/2007; líneas 50, palabras 780)


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