VATICANO - Durante las Vísperas del primer Domingo de Adviento el Papa recuerda que “el Adviento es un tiempo favorable para redescubrir una esperanza no vaga ni ilusoria, sino cierta y confiable, porque está ‘anclada’ en Cristo, Dios hecho hombre, roca de nuestra salvación”

lunes, 3 diciembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Cada año, esta actitud fundamental del espíritu se despierta en el corazón de los cristianos que, mientras se preparan para celebrar la gran fiesta del nacimiento de Cristo Salvador, reavivan la espera de su retorno glorioso, al fin de los tiempos”. Durante la celebración, en la Basílica Vaticana, de las Vísperas del primer Domingo de Adviento el pasado sábado 1 de diciembre, el Papa Benedicto XVI quiso destacar en modo particular la invitación que nos hace la liturgia a vivir la esperanza. “Al tema de la esperanza -dijo el Papa en la homilía- he querido dedicar mi segunda Encíclica, que ha sido publicada el viernes. Estoy contento de ofrecerla a toda la Iglesia en este primer Domingo de Adviento, para que, durante la preparación para la Santa Navidad, las comunidades y los fieles puedan leerla y meditarla, para redescubrir la belleza y la profundidad de la esperanza cristiana. Esta, en efecto, está inseparablemente unida al conocimiento del rostro de Dios, aquel rostro que Jesús, el Hijo Unigénito, nos ha revelado con su encarnación, con su vida terrena y su predicación, y sobre todo con su muerte y resurrección... el Adviento, por lo tanto, es un tiempo favorable para redescubrir una esperanza no vaga ni ilusoria, sino cierta y confiable, porque está ‘anclada’ en Cristo, Dios hecho hombre, roca de nuestra salvación”.
Desde los inicios del Cristianismo, “una nueva esperanza distinguió a los cristianos de cuantos vivían la religiosidad pagana”, y tal situación se refleja también hasta nuestros días, afirmó el Santo Padre haciendo referencia al nihilismo contemporáneo “que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y en torno a él reina la nada: nada antes del nacimiento, nada después de la muerte. En realidad, si falta Dios, la esperanza no tiene valor. Todo pierde su ‘espesor’... Está en juego la relación entre la existencia aquí y ahora y aquello que llamamos el ‘más allá’: este no es un lugar donde terminaremos después de la muerte, es en cambio la realidad de Dios, la plenitud de la vida a la cual todo hombre tiende. A esta espera del hombre Dios respondió en Cristo con el don de la esperanza”.
Benedicto XVI evidenció que “el hombre es la única criatura libre para decir sí o no a la eternidad, es decir a Dios. El ser humano puede apagar en su persona la esperanza eliminando a Dios de la propia vida”, sin embargo “Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo niega no ha conocido su verdadero rostro, y por esto no deja de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en busca de acogida. He aquí la razón por la cual el Señor concede más tiempo a la humanidad: ¡para que todos puedan llegar a conocerlo! Es también este el sentido del nuevo año litúrgico que inicia... a la humanidad que no tiene más tiempo para Él, Dios le ofrece mucho tiempo, un nuevo espacio para entrar en sí misma, para ponerse nuevamente en camino, para reencontrar el sentido de la esperanza”.
Nuestra esperanza es precedida por la espera que Dios cultiva por nosotros: “Dios nos ama y justamente por esto espera que nosotros regresemos a Él, que abramos el corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y recordemos que somos sus hijos. Esta espera de Dios precede siempre nuestra esperanza, exactamente como su amor nos alcanza siempre en primer lugar. En tal sentido, la esperanza cristiana es llamada ‘teologal’: Dios es su fuente, su apoyo y su fin… Cada hombre está llamado a esperar, correspondiendo así a la espera de Dios sobre él… Cada niño que nace es signo de la confianza de Dios en el hombre y es confirmación, al menos implícita, de la esperanza que el hombre nutre por un futuro abierto a la eternidad de Dios. A esta esperanza del hombre, Dios ha respondido naciendo en el tiempo como pequeño ser humano”. El Santo Padre concluyó la homilía confiando el camino del Adviento a “Aquella que ha llevado en el corazón y en el vientre al Verbo encarnado” con esta invocación: “Oh María, Virgen de la espera y Madre de la esperanza, reaviva en toda la Iglesia el espíritu del Adviento, para que la humanidad entera se ponga nuevamente en camino hacia Belén, a donde vino, y nuevamente vendrá a visitarnos el Sol que nace de lo alto, Cristo nuestro Dios. Amén”. (S.L.) (Agencia Fides 3/12/2007; líneas 51, palabras 795)


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