VATICANO - El Papa Benedicto XVI en Nápoles - “La fuerza, que en silencio y sin clamores cambia el mundo y lo transforma en el Reino de Dios, es la fe, y expresión de la fe es la oración… La misión de la Iglesia es nutrir siempre la fe y la esperanza del pueblo cristiano”

lunes, 22 octubre 2007

Nápoles (Agencia Fides) - El domingo 21 de octubre el Santo Padre Benedicto XVI se dirigió en visita pastoral a Nápoles. Llegado en helicóptero al Puerto de Nápoles, a la plaza de la Estación Marítima, el Papa fue acogido por el Arzobispo, Card. Crescenzio Sepe, con los Obispos Auxiliares, y por las autoridades civiles y militares. Luego se dirigió a la Plaza del Plebiscito done presidió la Concelebración Eucarística. “Con gran alegría acogí la invitación a visitar la comunidad cristiana que vive en esta histórica ciudad de Nápoles -dijo Benedicto XVI al inicio de su homilía-. “Mi abrazo fraterno va primeramente para vuestro Arzobispo, el Cardenal Crescenzio Sepe, así como un especial agradecimiento por las palabras que, también a nombre vuestro, me ha dirigido al inicio de esta solemne Celebración Eucarística. Lo envié a vuestra comunidad sabiendo de su celo apostólico y estoy contento de constatar que lo apreciáis por sus dotes de mente y corazón… Saludo a la entera familia de creyentes y a todos los ciudadanos de Nápoles: estoy en medio de vosotros, queridos amigos, para partir con vosotros la Palabra y el Pan de la Vida”.
Seguidamente el Papa hizo mención al tema de las lecturas bíblicas del domingo -“la necesidad de rezar siempre sin cansarse”- y subrayando como “a primera vista, esto podría parecer un mensaje no muy pertinente, poco incisivo respecto a una realidad social con tantos problemas” como es la de Nápoles, continuó diciendo: “Pero reflexionando un poco sobre ello, se comprende que esta Palabra contiene ciertamente un mensaje contracorriente, destinado a iluminar en profundidad la conciencia de esta vuestra Iglesia y de vuestra ciudad. Lo sintetizaría del siguiente modo: la fuerza, que en silencio y sin clamores cambia el mundo y lo transforma en el Reino de Dios, es la fe, y expresión de la fe es la oración… Es la oración la que mantiene encendida la flama de la fe… En este día queremos repetir juntos, con humilde valentía: Señor, tu venida entre nosotros en esta celebración dominical nos encuentra reunidos con la lámpara de la fe encendida. ¡Creemos y confiamos en ti! ¡Acrecienta nuestra fe!”
Volviendo sobre las lecturas bíblicas del domingo, Benedicto XVI puso en evidencia que “la viuda del Evangelio (cf. Lc 18-1-8) hace pensar en los ‘pequeños’, en los últimos, pero también en tantas personas simples y recta, que sufren a causa de los atropellos, se sienten impotentes frente al perdurar del malestar social y sienten la tentación del desaliento. A ellos Jesús les repite: observad a esta pobre viuda, ¡con cuánta tenacidad insiste y finalmente obtiene ser escuchada por un juez deshonesto! ¿Cómo podríais pensar que vuestro Padre celeste, bueno y fiel, quien desea tan sólo el bien de sus hijos, no os haga también a su tiempo justicia? La fe nos asegura que Dios escucha nuestra oración y nos atiende en el momento oportuno, aún cuando la experiencia cotidiana parece desmentir esta certeza… Dios no puede cambiar las cosas prescindiendo de nuestra conversión, y nuestra verdadera conversión inicia con el ‘grito’ del alma, que implora perdón y salvación. La oración cristiana no es por lo tanto una expresión de fatalismo o inercia, más bien es lo que se opone a la evasión de la realidad o al intimismo consolatorio: es fuerza de esperanza, máxima expresión de la fe en la potencia de Dios que es Amor y no nos abandona”. En la primera Lectura si cuenta como la suerte de la batalla entre los Israelitas y los Amalecitas (cf. Es 17,8-13a) fue determinada por la oración: “mientras Josué y sus hombres enfrentaban en el campo a sus adversarios, Moisés estaba sobre la cima de la colina con las manos alzadas, en la posición de la persona que ora. Las manos alzadas del gran líder garantizaron la victoria a Israel. Dios era grande con su pueblo, quería la victoria, pero condicionaba su intervención a las manos alzadas de Moisés”. Dirigiéndose luego en particular a los Pastores de la Iglesia de Nápoles, el Papa los exhortó, como Moisés en la montaña, a perseverar en la oración por y con los fieles confiados a su cuido pastoral, “para que juntos podáis afrontar cada día el buen combate del Evangelio”.
Tornando luego a la realidad de Nápoles, Benedicto XVI afirmó que “no faltan las sanas energías, gente buena, culturalmente preparada y con un sentido vivo de la familia”, sin embargo “son tantas las situaciones de pobreza, de falta de vivienda, de desocupación y subocupación, de falta de perspectivas para el futuro” a lo que se añade el triste fenómeno de la violencia, que “tiende lamentablemente a difundirse formando parte de la mentalidad”. “¡Qué importante es por ello -dijo el Santo Padre- intensificar los esfuerzos para una seria estrategia de prevención, que apunte a la escuela, al trabajo y a ayudar a los jóvenes a administrar su tiempo libre. Es necesaria una intervención que comprometa a todos en la lucha contra toda forma de violencia, partiendo de la formación de las conciencias y transformando la mentalidad, las actitudes, los comportamientos en la vida cotidiana”.
Finalmente Benedicto XVI recordó las dos visitas del Santo Padre Juan Pablo II a Nápoles, en 1979 y en 1990, y cómo en aquella ocasión promovió un renacer de la esperanza. “La misión de la Iglesia es siempre nutrir la fe y la esperanza del pueblo cristiano -evidenció Benedicto XVI-. Esto es lo que está haciendo, con celo apostólico, vuestro Arzobispo, que recientemente escribió una Carta pastoral con el significativo título: ‘La sangre y la esperanza’. Sí, la verdadera esperanza nace sólo del a sangre de Cristo y de aquella derramada por Él. Hay sangre que es signo de muerte; pero hay sangre que es signo de amor y de vida: la sangre de Jesús y de los Mártires, como la de vuestro amado San Genaro, es fuente de nueva vida”. Benedicto XVI concluyó luego su homilía invitando a orar al Señor “para que haga crecer en la comunidad cristiana una fe auténtica y una esperanza sólida, capaz de hacer frente eficazmente al desaliento y la violencia”. (S.L.) (Agencia Fides 22/10/1007; líneas 68, palabras 1064)


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