VATICANO - LEVADURA - El movimiento de la Comunidad de San Egidio en una entrevista al Prof. Alberto Quattrucci

viernes, 18 mayo 2007

Roma (Agencia Fides) - “Hoy entre los jóvenes se ha encendido de nuevo una urgente exigencia de espiritualidad”. Es lo que sostiene Alberto Quattrucci, importante miembro de la Comunidad de San Egidio, movimiento de laicos que solo en Roma reúne alrededor de 3.000 jóvenes por debajo de los 30 años. Quattrucci, entre los pioneros de la Comunidad fundada en el 1968, después del Concilio Vaticano II, por Andrea Riccardi, que entonces tenía menos de veinte años, aunque subrayando en esta entrevista a la Agencia Fides como es cada vez más arduo abrir una brecha en la indiferencia y en el individualismo que condicionan las opciones de vida de todos, jóvenes o adultos, reafirma que la misión-desafío de la Comunidad de San Egidio es hoy la misma de ayer, “o sea la de proponer una humanidad verdadera, auténtica y solidaria con todos, proponer un modelo verdadero de felicidad”. Hoy la realidad de los movimientos religiosos católicos en Italia es un fenómeno en crecimiento, Quattrucci, al respecto, individua en los católicos italianos una determinada necesidad de familia, “en el sentido propio de familiaridad”. Coordinador y responsable de los encuentros internacionales de Hombres y Religiones realizados cada año por la Comunidad para favorecer el diálogo entre las religiones y las culturas del mundo (el próximo se realizará a Nápoles del 21 al 23 de octubre y tendrá como tema central “Un mundo de paz y sin violencia”), Quattrucci subraya que “hoy es justamente el tema de la violencia el verdadero desafío de toda confesión”.

Profesor Quattrucci, Ud. ha siempre acompañado sus estudios de pedagogía y teología, desde 1969, en el cuadro, por lo tanto, de la turbulenta y compleja situación estudiantil de entonces, con un compromiso activo eclesial y social. ¿Cómo ha cambiado en las últimas generaciones la relación de los jóvenes con la fe cristiana? ¿Qué se ha perdido poco a poco, y en cambio qué se ha ganado?
Se podría dividir la realidad juvenil de los últimos 50 años en tres grandes períodos, en tres grandes momentos históricos… En el 1968 la relación ente los jóvenes y la fe cristiana era un nuda bastante intrincado y puesto mucho en discusión. Había entonces la búsqueda de una especie de autenticidad, en contraposición con la Iglesia considerada por casi la totalidad de los jóvenes como una entre las instituciones, así como entre escuela y familia, que pecaban de una especie de burocratismo. La búsqueda era así, en este caso, entendida como necesidad de separar la Iglesia por un lado y el Evangelio por otro lado. En esta época era típico escuchar, no solo entre los jóvenes, “yo no creo en la Iglesia, no creo en los curas, pero en fondo en lo que creo es en el Evangelio”.
Nosotros pioneros de la Comunidad de San Egidio hemos iniciado nuestro camino justamente ente aquellos jóvenes, también nosotros en aquellos años teníamos un poco más de 17 o 18 años. A continuación, en los años ’70 la Comunidad se difundió y supo, entonces, confrontarse con diversas generaciones no sólo de jóvenes sino también de adultos, aún manteniendo un contacto activo, privilegiado, con el mundo juvenil, prerrogativa de primaria importancia de toda Comunidad que tenga una experiencia cristiana. Se puede decir, por lo tanto, resumiendo, que los jóvenes católicos de los últimos años 50 son identificables en tres importantes fases: Los del ’68, momento de contestación y, al mismo tiempo, de separación entre Iglesia y Evangelio y búsqueda de valores religiosos auténticos; en este contexto una rica “siembra” nace al interno de grandes movimientos, algunos de los cuales hoy no existen más. Hemos asimismo vivido en los años ’70 hasta los ’90 un período de grande sequía, una fase que se puede definir intermedia…

A finales de los años ’80 surgió, además, el problema de las iglesias cada vez más vacías…
Exactamente. La búsqueda entonces estaba dirigida a una afirmación de sí cada vez más fuerte, una búsqueda de individualismo, de mundo privado en el sentido que “la fe la manejo yo dentro casa, y los valores me los tengo dentro y no los debo externar”. En pocas palabras se difundía la idea de la religión y de la fe como un hecho extremadamente privado, y más en general, de un compromiso que no durase más de un mes o dos meses, o sea: “las experiencias son hermosas cuando se hacen una vez y no continúan”… por lo tanto experiencias que no dejan un signo. La necesidad de este tipo de “privatización” de la fe después ha perdido agudeza durante el largo pontificado de Juan Pablo II. Se llega, entonces, a la tercera fase: para los jóvenes de los años ’90 la figura de Papa Wojtyla ha sido extremadamente importante, un Papa muy activo que daba vueltas incansablemente por el mundo, un pontificado tan largo, tan significativo, importante, que ha coincidido con eventos históricos relevantes como el cambio de Europa, el fin del comunismo. Pienso que Juan Pablo II ha tocado no sólo el corazón de los jóvenes sino su vida misma; las decenas de miles de personas que han entrado a San Pedro para rendir homenaje al cuerpo de Wojtyla son elocuentes también de un mundo juvenil que efectivamente ha sido marcado por el Papa polaco, en quien identificaban al mismo tiempo un hombre, el Evangelio, la Iglesia. Como decir, lanzando una hipótesis, que Juan Pablo II ha sido artífice de una especie de matrimonio recuperado, de una reunificación de un discurso edificante de fe que estaba fragmentándose irremediablemente. En este sentido, los tres momentos de la relación fe cristiana y jóvenes tienen diversas y sustanciales características que las distinguen: en la primera fase - años ’60/’80 - búsqueda en el Evangelio como hecho muy instintivo y que surgía en contraposición a la Iglesia y a las instituciones que se retenían sofocadas por la burocracia; en la segunda fase - años ’80/’90 - crece, como ya se dijo, una especie de “privatización” de la experiencia religiosa; para llegar, así, a la tercera fase - de los años ’90 en adelante - caracterizada por un nuevo resurgir, una verdadera y propia revaloración de la figura del Papa y por lo tanto de la Iglesia misma, vinculada profundamente al testimonio del Evangelio.

¿En qué se diferencia el joven católico de los últimos años ’60 del joven de hoy?
Depende de qué se entiende… Hace 40 años había dos o tres católicos ‘tipo’: el católico de la institución, del catecismo, de la Acción Católica formada, el católico contestador de izquierda, el católico más comprometido en la búsqueda de valores. Hoy, en mi opinión, la identidad del católico tiene aún más facetas. En lo específico de las nuevas generaciones, entre los jóvenes católicos de hoy, en contraposición a la fuerte ‘privatización’ de la fe, se ha encendido de nuevo una exigencia de espiritualidad, es decir el valor del Misterio, de la necesidad de la experiencia religiosa.

¿Piensa que entre los jóvenes hoy haya también más conciencia, más valentía para evidenciar el propio Credo sin el temor de ser ridiculizados por sus coetáneos?
Seguramente en los años ’60 y ’70 el católico era visto socialmente en un cierto modo, era etiquetado también porque, salvo excepciones, no era del área política de la izquierda. Hoy en cambio es mucho más aceptado, no existe el riesgo de un rechazo social fuerte, y esto vale en Italia como en Europa. Aunque, lamentablemente, entre los jóvenes falta, en mi opinión, una verdadera conciencia.

¿Cuál es el papel de la Comunidad de San Egidio en la pragmática sociedad televisiva de hoy, tan distraída de la espiritualidad cuanto atenta a las exigencias del consumismo y del hedonismo a cualquier precio?
A nivel mediático, y por lo tanto de información, la Comunidad hoy tiene un espacio muy amplio donde poder expresar y difundir determinados valores, entendido no sólo como un espacio religioso, sino también como espacio humano, social, un espacio hecho de relaciones con la pobreza, de relaciones con los inmigrantes… Con todas las ventajas y desventajas: de hecho hoy nos tenemos que confrontar, no sin grandes problemas - y este no es un problema solo nuestro sin de todas las realidades eclesiales - con el grande vacío social en el que viven hoy los católicos: un cajón donde no hay espacio para otros valores, para otras ideas, para otras propuestas humanas. Y, de hecho, hoy el problema no es tanto hacer dialogar a los jóvenes, el problema es con quién. El verdadero enemigo hoy es la indiferencia, el individualismo. En este vacío enorme al final uno se puede concentrar a lo más sobre el último modelo de celular, sobre el nuevo auto… también porque, en realidad, no hay nada más… No obstante, pienso que la Comunidad de San Egidio puede tener un papel importante. No sabría decir con qué resultados, pero seguramente tenemos bien presente que ésta es una exigencia hoy más importante de cuanto non lo fuese ayer.

Dada nuestra realidad social, donde el aparentar es cada vez más un valor dominante, ¿cuál es la misión y el desafío de la Comunidad?
El desafío-misión de la Comunidad es el mismo de ayer, es decir el de proponer una humanidad verdadera, auténtica y solidaria con todos, por lo tanto proponer un modelo verdadero de felicidad. Y, aunque parezca absurdo, no hay modo de indicar un modelo verdadero de felicidad, de realización plena de la propia vida, si no es haciendo frente al problema de la muerte. Se puede entender el valor de la vida solo si se enfrenta el problema de la muerte; de la negación de esto nace la necesidad del aparentar a todos los costos. No es una coincidencia que en la sociedad pragmática de hoy el anciano no existe, cuando sin embargo somos una sociedad que cada vez es más anciana, en la que la vida se ha alargado gracias al desarrollo de la ciencia así como del Señor. Debe ser considerado un don el tener hoy en día al menos 10 años más de vida respecto a veinte años atrás; pero, considerando la realidad que se presenta evidente a nuestros ojos, aquello que se presenta a la humanidad como bendición se convierte en una suerte de maldición. Hoy es frecuente escuchar personas que afirman preferir morir a 70 años siempre y cuando estén sanos y sin problemas, que llegar a los 90 o a los 100 años: pero esto es una verdadera estupidez, una verdadera fuga del problema de la muerte. El énfasis no debe estar tanto en un buen discurso evangélico, pues podría ser acogido solamente como doctrina; el problema es como es ofrecido el mensaje, el verdadero problema es si luego puede ser percibido como algo interpersonal, por lo tanto familiar, o se queda como un fin a sí mismo. La gran diferencia es esta. Hoy, el verdadero desafió de toda experiencia eclesial y humana es el testimonio. Aquello que falta hoy en día, lamentablemente, es la presencia de profetas, de testigos, y no tanto del énfasis en las doctrinas o en las ideas.

Como coordinador de los ‘Encuentros Internacionales Hombres y Religiones’ usted tiene un rol de observador privilegiado en el camino del diálogo interreligioso. Según su parecer, ¿qué fase está atravesando aquello que puede ser considerado el más importante y más urgente desafío religioso del nuevo Milenio?
El recorrido iniciado en Asís en 1986 está dando muchos frutos. En nuestros encuentros anuales crece cada vez más la participación de los representantes de las religiones de todo el mundo. Este año, siempre en el camino del diálogo entre religiones y culturas, la orientación de nuestro meeting mira hacia un mundo de paz contra toda violencia, un mundo sin violencia. Y es justamente hoy en día el tema de la violencia, según mi parecer, el gran desafío para todas las religiones; pues entra en juego el gran contraste entre la verdadera religión, la religión de la paz y del dialogo y la religión de la violencia y de la determinación, infantil, de encontrar la propia identidad en la oposición al otro, un trágico error que, en el fondo es la tentación de tantos. No estamos en un momento de crisis del diálogo interreligioso, sino en un momento de positiva conciencia y búsqueda. Pienso que los tiempos no están aún maduros para tener la ambición de resolver, de allanar, de cambiar la incomunicabilidad entre las grandes religiones del mundo. Durante mucho tiempo se ha vividos alejados, separados; los grandes movimientos de diálogo inician solamente tras la segunda post guerra, y 50/60 años de trabajo y compromiso en este frente no son nada en comparación con los 20 siglos de incomprensión. (P.P.) (Agencia Fides 18/5/2007, líneas 147, palabras 2108)


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