VATICANO - AVE MARIA de don Luciano Alimandi - La Virgen Maria y "la hermana muerte"

miércoles, 7 marzo 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El tiempo del Cuaresma es particularmente propicio para pensar y meditar sobre los "Novísimos" (muerte, cielo, purgatorio, infierno) y, naturalmente, de modo particular sobre la muerte, pero no sólo sobre el sentido de la muerte en general, sino sobre el de nuestra muerte en particular. En aquella hora, que sólo Dios conoce, el tiempo terrenal se parará para siempre y ya no estará en nuestra posesión: ¡entraremos en un "tiempo" donde nos encontraremos fuera de espacio para entrar en la beatitud eterna!
¿Por qué el pensamiento de la muerte es a menudo tan extraño cuándo, por el contrario, debería estar siempre presente, particularmente en aquellos momentos de reflexión personal, dónde replanteamos toda nuestra vida? Siempre reflexionamos sin tener en cuenta esa hora, antes bien, ni siquiera la valoramos y se ha convertido en un tabú para nosotros mismos. Se nos ha dado la vida para vivirla hasta el fondo, la muerte no debe ser entendida como si estuviera "fuera" de nuestra vida. Cada uno de nosotros, en efecto, sigue un recorrido terrenal con un principio y un fin: el nacimiento y la muerte. Visitando el cementerio - mejor sería llamarlo el campo de los santos - y si nos paramos delante de una tumba, leemos dos fechas pero la que más cuenta es la segunda, la del despegue, o mejor del "nacimiento a la eternidad”. Este día misterioso debería ser más veces contemplado, no sólo como una etapa, sino como la etapa final, la más decisiva, a la cual nos deberíamos preparar de forma mucho más consciente. La meta, en efecto, se acerca de día en día y cuando tengamos que atravesar ese umbral sería bueno que cada uno de nosotros se presentase con el vestido cándido de la vida eterna.
Por desgracia, el mundo asocia el pensamiento de la muerte a un acontecimiento solamente natural; para el mundo, llegados a este punto sólo existe la tierra y basta. El mundo a causa de una ideología errónea aleja la idea de la muerte lo más posible, porque está convencido de que la muerte le quita todo al hombre y no le da nada a cambio. Desde siempre el mundo habla de la muerte como de un encuentro como la nada.
Éste es el razonamiento del mundo, es la prisión mental del no creyente, pero para un cristiano la muerte no es un absurdo, no es entrar en la nada, es tomar la vida es eterna. Hay tantos modos por medio de los cuales el pagano trata de exorcizar el pensamiento y la realidad de la muerte; pero un creyente, decididamente encaminado hacia la Pascua, ¿puede sustraerse del pensamiento de la misma muerte, como si esta realidad pudiera conmoverlo? ¡Evidentemente no! Todos necesitan una seria conversión, se trata de pasar de una mentalidad terrenal a una mentalidad sobrenatural, adhiriéndose con todas sus fuerzas a la firme verdad que aquella hora es el tiempo de la mayor visitación: ¡Dios mismo nos visitará! ¡Cuánto ilusiones terrenales cesarían si pensáramos en nuestra muerte!
La hora de este encuentro especial, día y lugar, están ya marcados en el calendario de nuestro Señor. Cada uno de nosotros está allí apuntado, está escrito en la palma de su mano, en la agenda de la vida eterna. En aquella hora, como Jesús nos ha asegurado, Él vendrá personalmente a nuestro encuentro para tomarnos y llevarnos consigo (cfr. Gv 14, 3). ¡Qué bello y consolador se es pues, para un cristiano, a pesar del miedo, el pensamiento de la propia muerte!; no es una caída libre en el abismo de la nada, sino que es un dejarse definitivamente, en plena confianza, en el océano ilimitado de la Misericordia de Dios.
¿Cómo prepararse mejor a nuestra muerte? Sobre todo, por medio de la sincera conversión cotidiana. La Cuaresma es tiempo propicio para esto, y el Virgen Maria nos acompaña en el camino de este gran Éxodo hacia la tierra prometida: el Paraíso. De vez en cuando recitamos el Ave Maria pidiendo precisamente a la Virgen que haga algo importante en nuestro paso, le decimos "ahora y en la hora de nuestra muerte".
Cuando rezamos el Rosario, no sólo el pensamiento de nuestra muerte vuelve a la mente y reaparece en el horizonte de nuestras cotidianas valoraciones sino la alegría de la solicitud de Maria hacia nosotros nos tranquiliza, porque estamos seguros de que esta Mamá hará que "hermana muerta" no nos encuentre desprevenidos en la gran visita de Dios. ¡Qué papel haríamos si un huésped nuestro de honor, invitado al almuerzo, no encontrara nada preparado y nada para comer! Nos llenaríamos de vergüenza.
De este mismo modo debemos pensar en preparar con tiempo la definitiva visita de Dios, el día de ese banquete tan especial, en el que nuestro Dios será nuestro huésped. Un bonito canto y conocido, titulado “cuando llame a tu puerta", dice así: "Señor… tendré frutos para llevar, tendré cestas de dolor, tendré racimos de amor. Habré amado a mucha a gente, tendré amigos a los que encontraré de nuevo y amigos por los que rezar!” Cuando el Señor llame a nuestra puerta, habrá una Mamá que la abrirá y acogiendo al Hijo resucitado, como nadie mejor que Ella sabe hacer, nos lo presentará y le dirá: "he aquí ese hijo que tú me diste desde la Cruz"! (Agencia Fides 7/3/2007; Líneas: 60 Palabras: 902)


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