Roma (Agencia Fides) – Cartas, documentos, peticiones de objetos especiales e incluso la orden directa del Papa de reservar una acogida especial a quienes habían viajado durante meses a través del continente asiático para llegar a Roma con el fin de conocer y aprender la doctrina católica en su máxima expresión.
Esto es lo que revelan los documentos conservados en los Archivos de Estado y de instituciones eclesiásticas de las ciudades italianas visitadas por la “Embajada Tenshō”, cuya llegada a Roma tuvo lugar hace exactamente 440 años.
Corría el mes de marzo de 1585 cuando, por primera vez, una delegación procedente de Japón fue recibida oficialmente por el Papa. El nombre de la embajada hace referencia al momento en que tomó forma, según el calendario japonés de la época: el décimo año de la era Tenshō.
La iniciativa de enviar a cuatro jóvenes dignatarios japoneses a Europa partió de Alessandro Valignano, jesuita italiano que desde 1574 llevaba adelante actividades misioneras en el Extremo Oriente, tras haber sido nombrado Visitador por la Compañía de Jesús. Valignano eligió personalmente a dos jóvenes de algunas de las principales familias cristianas daimyō del Japón de entonces. Los daimyō eran poderosos señores feudales que, desde el siglo X hasta mediados del siglo XIX, gobernaban gran parte del país gracias a vastos latifundios hereditarios.
A estos dos jóvenes se sumaron otros dos nobles y un pequeño grupo de acompañantes, entre los que se encontraba el padre jesuita portugués Diogo de Mesquita, quien actuó como guía e intérprete. Con este viaje, que duró en total ocho años (1582–1590), Valignano aspiraba a fomentar el conocimiento de Japón dentro de la Iglesia y a disipar algunos estereotipos sobre el país nipón.
Hoy, las crónicas de aquellos hechos cobran vida en el libro titulado “TENSHŌ 天正. Diario de una peregrinación japonesa a la Curia romana (1585). Fuentes manuscritas e impresas” (Todi, Tau Editrice, 2025, 530 pp.). El volumen ha sido editado por el arzobispo de Lucca, Paolo Giulietti, y por los profesores Olimpia Niglio y Carlo Pelliccia, en el marco de las iniciativas del proyecto “Thesaurum Fidei” de la archidiócesis de Lucca, creado para conmemorar al dominico fray Angelo (Michele) Orsucci, uno de los primeros misioneros que llegaron a Japón. El libro se presentará el jueves 29 de mayo a las 15:00 horas, en el Aula Newman de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.
En la investigación, como explica el profesor Pelliccia a la Agencia Fides, «han intervenido archivos estatales y diocesanos situados en las ciudades visitadas por los embajadores en su viaje, de Livorno a Roma y de Roma a Génova, gracias a los esfuerzos del colega Niglio. Para nosotros, estudiosos, ha sido como revivir su viaje por la península italiana a través de fuentes manuscritas e impresas».
La recogida de fichas que componen el texto, añade Pelliccia, «ha sido muy sencilla: todas las instituciones contactadas se han mostrado particularmente entusiastas de participar en la investigación. Muchas de las fichas proceden de Venecia». De estos documentos surge una rutina detallada que marcó la travesía de los embajadores: «Por ejemplo, se ha hallado una nota en los archivos diocesanos de Lodi en la que se solicitaban candelabros de plata a la ciudad de Milán para adornar la catedral. Peticiones similares aparecen en cartas de otras ciudades, referidas a la visita del joven japonés que llegó a Roma en marzo de hace más de cuatro siglos y fue testigo del Cónclave que condujo, el 24 de abril de 1585, a la elección de Sixto V, nacido Felice Peretti».
Antes de abandonar Roma, el joven japonés participó en los eventos de aquellos días, ocupando un lugar destacado. Siguiendo el ejemplo de su predecesor, Gregorio XIII, que había recibido a los embajadores con todos los honores, Sixto V los invitó a participar en la cabalgata de la asunción de la Cátedra en la Basílica de Letrán. Este gesto quedó inmortalizado en un fresco de la Sala Sixtina de la Biblioteca Apostólica Vaticana, analizado también en el volumen de Giulietti y Niglio.
El mismo tratamiento, apunta Pelliccia, se les reservó en otras ciudades, con un guión que parece repetirse: «A su llegada eran recibidos solemnemente, participaban en suntuosos banquetes, a menudo animados con música; en otras ocasiones se declamaban oraciones y panegíricos en su honor. En cada etapa, el grupo visitaba los principales lugares de culto y devoción, veneraba reliquias, observaba obras de arte y objetos de extraordinaria belleza».
Entre los documentos también se ha encontrado una carta del cardenal dominico Bonelli que, en nombre del Papa, ordenaba reservar al embajador japonés un trato honorable y una acogida real. Una misiva similar, con la misma fecha, se ha hallado en los archivos de Camerino. «Es fácil pensar», subraya el profesor Pelliccia, «que cartas como éstas fueron enviadas a muchas de las ciudades del Estado Pontificio visitadas por los japoneses, quienes también se detuvieron en Loreto para venerar la Santa Casa».
Los investigadores han recuperado documentos de diversa índole, algunos incluso escritos en japonés, como el mensaje dejado a la ciudad de Imola, informes de viaje, y notas contables con los gastos asumidos por las comunidades civiles y religiosas. Entre los hallazgos más curiosos destacan descripciones detalladas sobre la vestimenta o el aspecto físico de los jóvenes japoneses, redactadas por notarios de la época.
«Aunque hoy se habla de misión diplomática, el término no es del todo exacto», precisa Pelliccia. «Uno de los objetivos de la misión Tenshō era promover el conocimiento mutuo y la interacción cultural. Los jóvenes japoneses debían visitar también la ciudad de Nápoles, pero finalmente no lo hicieron. Oficialmente, se alegó que el clima era demasiado cálido y el aire insalubre; sin embargo, la verdadera razón fue la situación política inestable que atravesaba la ciudad en ese momento. A estos visitantes del Lejano Oriente solo se les debía mostrar la grandeza y la belleza de Europa y de la doctrina católica, de la que luego serían testigos a su regreso».
Incluso la terminología utilizada en los documentos revela ciertas distorsiones respecto a los usos actuales: «En algunos escritos se les describe como príncipes indios, ya que en el siglo XVI el continente asiático se identificaba genéricamente como las Indias Orientales. También varía la forma de referirse a los cuatro muchachos: algunos documentos los llaman príncipes, otros nobles aristocráticos», señala Pelliccia.
Sin duda, la embajada Tenshō representó, en palabras del profesor, «una gran oportunidad de diálogo entre culturas». Valignano puede considerarse un verdadero promotor de este intercambio entre Oriente y Occidente. «Su intención era mostrar a los japoneses una Europa feliz y avanzada, y hacerles comprender que los misioneros llegaban al País del Sol Naciente únicamente por una profunda vocación religiosa y evangelizadora», concluye.
(F.B.) (Agencia Fides 27/5/2025)