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por Cosimo Graziani
Samarkanda (Agencia Fides) – El reciente encuentro entre los líderes de la Unión Europea y los de los países de Asia Central, celebrado en Samarkanda el 4 de abril, marca probablemente un nuevo comienzo en las relaciones entre ambas regiones. Se trata, de hecho, del primer encuentro con la Unión Europea que sigue el formato «5+1», ya utilizado en el pasado en las reuniones entre los países centroasiáticos y otras naciones como Alemania, Francia, China, Japón o Rusia.
Durante la cumbre se abordaron numerosos temas de interés común: desde la situación en Afganistán hasta el terrorismo, pasando por la conectividad, las relaciones económicas, los derechos humanos y los recursos estratégicos de los que la región es particularmente rica. Las relaciones entre la UE y los cinco países centroasiáticos -antiguas repúblicas soviéticas- se han elevado a la categoría de asociación estratégica, señal de que Bruselas desea establecer vínculos estables y sólidos a largo plazo.
Se prevén, además, importantes inversiones en el marco del Global Gateway, el plan europeo de infraestructuras concebido como alternativa a la iniciativa china Belt and Road (BRI), así como en el ámbito de la extracción de materiales críticos y tierras raras.
El hecho de que la Unión Europea adopte el formato «5+1» demuestra su intención de tratar a todos los Estados por igual, consolidándose como un actor fuerte frente a otros competidores internacionales.
Actualmente, con Kazajistán y Kirguistán está en vigor un Acuerdo de Asociación y Cooperación Reforzado (ARPC) que regula sus relaciones jurídicas y económicas con la UE. Sin embargo, dicho acuerdo aún no se aplica a Tayikistán ni Uzbekistán, y no hay planes inmediatos para firmarlo con Turkmenistán. Estas diferencias limitan el margen de maniobra de las instituciones europeas, que parten en desventaja frente a actores como China y Rusia, beneficiados además por factores históricos, geográficos y demográficos que les otorgan una influencia arraigada en la región.
El proceso en curso no parece ser simplemente una reedición del «Big Game» o Grande juego del siglo XIX entre potencias como Rusia e Inglaterra, como sostienen algunos analistas que minimizan la relevancia actual de la geopolítica en Asia Central. Ese enfoque, centrado en las acciones de las potencias externas, pasa por alto la creciente autonomía estratégica de los Estados locales. Si esta visión ya era reductiva en los años noventa, cuando comenzaban a perfilarse los intereses nacionales, lo es aún más hoy, cuando dichos intereses están claramente definidos. Las potencias extranjeras que pretendan entablar relaciones con la región deben asumir que los gobiernos locales están ahora menos dispuestos a hacer concesiones y más preparados para defender con firmeza sus propios intereses.
La cumbre del 4 de abril puso también de relieve un fenómeno clave de la política centroasiática: su regionalización. La adopción del formato «5+1» indica que los países de la región están empezando a coordinarse entre sí para actuar de forma conjunta en el ámbito de las relaciones exteriores, consolidando intereses comunes.
¿Es posible que en el futuro surja una organización regional similar a ASEAN o incluso a la Unión Europea? Es difícil preverlo. Tal escenario implicaría la creación de un mercado común y el reparto de recursos como el petróleo, el gas y las tierras raras, que constituyen -en la mayoría de estos países- la principal fuente de ingresos nacionales, bajo estricto control estatal. También supondría una convergencia en los modelos de desarrollo económico, que actualmente difieren considerablemente: desde la apertura a la inversión extranjera en Uzbekistán, hasta la economía fuertemente dependiente del gas en Turkmenistán.
Con todo, el hecho más relevante es que algunas cuestiones políticas se perciben ya como intereses comunes. Esto sugiere que, aunque el camino sea largo, existe la posibilidad real de avanzar hacia una mayor integración regional.
(Agencia Fides 21/5/2025)