Roma (Agencia Fides) – Pasco, como la llamaban cariñosamente tenía 18 años y acudía a la parroquia de San Cirilo en Korba Heliópolis, un barrio de El Cairo, Egipto. El viernes por la noche, mientras regresaba en autobús con sus compañeros de una peregrinación a Artena, ciudad a 30 kilómetros de Roma, se le paró el corazón. En el Circo Máximo, había podido participar en el rito penitencial del Jubileo de los Jóvenes y recibió el sacramento de la reconciliación por última vez.
Pascale Rafic formaba parte del grupo católico greco-melquita que peregrinó con el obispo Jean-Marie Chami desde El Cairo para participar en el Jubileo. En la Ciudad Eterna, la joven pasó de la peregrinación terrenal a la vida eterna. Un destino compartido con María Cobo Vergara, la joven española de veinte años que también falleció de camino a Roma. No pudo completar la peregrinación, regresó a Madrid y murió después de una enfermedad. La joven caminaba en la fe en la parroquia de Nuestra Señora de la Paz de Madrid.
Los más de 50 chicos y chicas egipcios greco-melquitas (ver Fides 23/7/2025) se habían preparado junto con Pascale para los días en Roma con un itinerario espiritual por aquellos lugares ligados a los acontecimientos y las figuras de santos italianos: San Pío, en San Giovanni Rotondo, San Francisco y Santa Clara en Asís y el joven Carlo Acutis. “La Eucaristía diaria y la adoración al Santísimo Sacramento serán el eje de nuestros días”, anunciaba monseñor Chomi a Fides.
Según cuentan sus amigos, Pascale, que acababa de terminar el instituto, quería ser fisioterapeuta. Era hija única. También era scout y asistía a catequesis. Estaba muy contenta con su experiencia en Roma. La causa exacta de su muerte se aclarará mediante la autopsia. Mientras tanto, las palabras que han ayudado a todos a esclarecer el misterio de esta muerte, este impacto de dolor que se produjo en medio de días llenos de promesas de felicidad, fueron las que dirigió el Papa León XIV a los compañeros de peregrinación de Pascale.
El Pontífice bendijo personalmente a los jóvenes de este grupo egipcio durante un encuentro con ellos la mañana del sábado 2 de agosto. “Evidentemente, la tristeza que nos trae la muerte a todos es algo muy humano y muy comprensible, sobre todo, estando tan lejos de casa y en una ocasión como esta, cuando nos reunimos para celebrar nuestra fe con alegría. Y entonces, de pronto, se nos recuerda con fuerza que nuestra vida no es superficial, ni tenemos control sobre ella, ni sabemos, como dice el mismo Jesús, el día ni la hora en que, por alguna razón, nuestra vida terrena terminará. Pero, como cuenta el Evangelio, Marta y María - cuando murió su hermano Lázaro, Jesús no estaba con ellas al principio y luego regresó varios días después de su muerte- comprendieron que Jesús es vida y resurrección”, les explicó el Papa.
“Así pues, en cierto sentido, al celebrar este Año Jubilar de la Esperanza, se nos recuerda con fuerza cuánto nuestra fe en Jesucristo debe formar parte de nuestra identidad, de nuestra vida, de cómo nos apreciamos y respetamos mutuamente y, sobre todo, de cómo seguimos adelante a pesar de experiencias tan dolorosas”, añadió. El Papa León además citó a San Agustín: “Nos dice que cuando alguien muere, es natural y muy humano llorar, sentir dolor, sentir la pérdida de un ser querido. Y también nos dice: no lloréis como los paganos porque nosotros hemos visto a Jesucristo morir en la cruz y resucitar. Y nuestra esperanza está en la resurrección, la fuente última de nuestra esperanza y en un Año Jubilar de la Esperanza, nuestra esperanza está en Jesucristo resucitado”.
(PR) (Agencia Fides 3/8/2025)