ÁFRICA/CONGO RD - "Bukavu es una ciudad abandonada al hambre y al desorden”: testimonio desde la capital de Kivu del Sur

lunes, 12 mayo 2025 guerras  

Bukavu (Agencia Fides) – “Con un sentimiento de alegría y esperanza por la elección del Papa León XIV, salí a la ciudad ayer por la mañana (10 de mayo), y me pareció percibir ese mismo ánimo en las personas que encontré, a pesar de que la realidad sigue siendo la misma”. Así comienza el relato de una misionera–quien ha solicitado permanecer en el anonimato por motivos de seguridad–, desde Bukavu, capital de Kivu del Sur, al este de la República Democrática del Congo. La ciudad fue tomada por el grupo armado M23 el pasado 16 de febrero (véase Fides 17/2/2025) y desde entonces vive en una especie de limbo, atrapada entre la ausencia de servicios públicos y la creciente inseguridad.

“En un tubo al borde de la carretera – continúa la misionera -, estaba sentado un niño de siete u ocho años, con uniforme escolar y un cuaderno en el regazo. ‘¿Cómo es que estás en la calle a estas horas en vez de en la escuela?’, le pregunté. ‘Me echaron porque no pagué el trimestre. Mi hermano se quedó; mis padres pagaron por él ayer, pero no pudieron pagar por mí también. Le espero a la salida y nos vamos juntos a casa’. La tristeza del niño me atravesó. ‘No es culpa tuya ni de tus padres. Los niños tienen derecho a estudiar gratis. Es el país el que está mal...’. Asintió en silencio y yo seguí mi camino.

En esta época de cierres prolongados de bancos y cooperativas, incluso la ayuda humanitaria se ve obstaculizada. La pobreza se extiende día tras día: muchos han perdido su trabajo por el saqueo de depósitos, por la escasez de efectivo, o –en el caso de los funcionarios– por haber sido reemplazados por personas afines a los nuevos jefes, e incluso por negarse a someterse a su ideología.

Desde hace tres meses, Bukavu no cuenta con presencia policial, ni comisarías, ni prisión central, ni tribunales, jueces o abogados. La ley la impone la rama militar del M23, de manera arbitraria y sin garantías. Hace pocos días, un hombre que se dirigía a su trabajo a las siete de la mañana, caminando por las callejuelas de su barrio, fue interceptado por hombres armados que lo acusaron de ladrón y lo mataron a tiros en el acto.

A veces, el lago Kivu devuelve cadáveres a los que inútilmente se les había atado piedras para que no salieran a la superficie. No hay investigaciones, y a menudo ni siquiera se sabe quién ha matado durante la noche: ¿un miembro del M23? ¿Un ladrón aprovechando las armas abandonadas por los soldados congoleños que huyeron? ¿Un ex convicto, entre los más de dos mil liberados poco antes de la llegada del M23 el 16 de febrero? ¿Ajustes de cuentas? ¿Enfrentamientos? Para eliminar a alguien, basta con acusarlo de ser un ladrón, un soldado o un miembro de los Wazalendo.

¿O fue un grupo de personas exasperadas por la inseguridad y el hambre? Los casos de ‘justicia popular’, ejecuciones sumarias por clamor público, son cada vez más frecuentes. Desesperadas, sin ningún recurso legal, las multitudes detienen a uno o varios presuntos ladrones y los ejecutan en el acto. Pero estos linchamientos no disuaden que los hechos se repitan.

No se realizan investigaciones: Bukavu es una ciudad sin autoridad, abandonada al hambre y al caos, sostenida únicamente por la conciencia que aún conservan sus habitantes. Numerosos vehículos, tanto privados como públicos, han sido apropiados por sus ocupantes y luego utilizados o enviados a la vecina Ruanda. Por cada carga que llega del campo -en motocicleta o en autobuses abarrotados- se cobran tasas arbitrarias; se imponen multas por infracciones inexistentes. La fruta ha desaparecido de los mercados.

En estas últimas semanas del año, el mayor sufrimiento es el de los niños, expulsados de las escuelas, como si no bastara con el trauma que arrastran desde hace semanas a causa de los constantes tiroteos. También son testigos de la violencia cotidiana. ¿Qué se está sembrando en sus corazones en un momento de la vida en que deberían soñar con cosas hermosas?

La gente llena las iglesias, se aferra con todas sus fuerzas al Dios en el que cree y que sabe escuchar a los oprimidos, pero, humanamente, no ve salida. Las autoridades permanecen distantes, incapaces incluso de pronunciar una palabra de compasión. Las grandes potencias persiguen sus propios intereses, y las reuniones internacionales se perciben como un teatro sin consecuencias reales. Se llega a escuchar frases como: ‘¡Que se lleven todos los minerales, pero que nos dejen vivir!’.

Estar hoy en el este de la República Democrática del Congo es como asistir a una larga agonía. Sin embargo, la tenacidad de su gente para sonreír, el coraje de ser solidarios, de casarse, de volver a dar a luz, y de dar gracias a Dios cada día por seguir vivos, es como una caricia que reaviva la esperanza.

Testimonio de esa resistencia es una madre de una de las comunidades eclesiales de base, conocidas como shirika, que se turnan para llevar comida al Hospital General:
«Ayer le tocó a nuestra shirika hacer apostolado en el hospital. Había comida suficiente para los enfermos y sus cuidadores; también comieron las enfermeras de guardia, el personal de mantenimiento y los agentes de seguridad. Los heridos de guerra, los combatientes... son atendidos por el CICR y Médicos Sin Fronteras. Muchos no saben cómo pagar el tratamiento y, aunque están curados, no pueden abandonar el hospital. El grupo ha ayudado a pagar las facturas médicas de algunos de ellos y a comprar medicinas para otros sin recursos… El número de pacientes disminuye y, con ello, también los ingresos del hospital. ¿Cómo abastecer la farmacia, pagar al personal, adquirir material médico en medio de esta crisis? Es un círculo vicioso. Cada vez se atiende a más niños desnutridos… Es la multiplicación de los panes».
(Agencia Fides 12/5/2025)


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