Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre para el mes de Octubre del 2003 a cargo de Su Em. el Cardenal Crescencio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. “Por la Iglesia para que no falten pastores sabios y santos dispuestos a difundir la luz del Evangelio hasta el fin de mundo”.

lunes, 22 septiembre 2003

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10,11). Estas palabras de Jesús expresan bien la figura del Pastor que para el pueblo del Antiguo Testamento era Dios mismo, aquel que había guiado a Israel desde la esclavitud a la libertad, desde Egipto hasta la Tierra Prometida. El Hijo de Dios relevará plenamente este Amor, dando su vida por las ovejas, liberando al nuevo Pueblo de los creyentes de la esclavitud del pecado y de la muerte, ofreciendo el don de la vida divina. Todos nosotros, que pertenecemos al Pueblo de Dios por medio del Bautismo, hemos sido salvados mediante la sangre de Cristo. Jesús lleva a cada uno de nosotros a las espaldas y diríamos que lleva incluso con más amor las ovejas de la grey que El se ha elegido para convertirlas – a su imagen - en guías humildes y autorizadas de Su Pueblo.
La imagen de Cristo “Buen pastor” nos revela los trazos esenciales de la naturaleza del sacramento del Orden. ¿Qué quiere decir ser Pastor, recibir de la iglesia el ministerio ordenados? Significa dar la vida por la grey confiada: servirla humildemente anunciando y enseñando la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos de Cristo, buscar a las ovejas perdidas y conducirlas con amor a la grey del Señor. Esta caridad Pastoral, don espiritual que los Pastores han recibido en la ordenación “no los prepara para una misión limitada o restringida, sino para una vastísima e universal misión de salvación hasta los últimos confines de la tierra, dado que todo ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles” (Presbyterorum ordinis 10).
El peligro de utilizar el ministerio del orden para la realización de si mismo es grande. El peligro de llevar un estilo de vida ministerial separada del latir concreto de la vida de la comunidad cristiana es una gran amenaza al desarrollo armónico y al crecimiento de la Iglesia, como también la tentación de reducir los horizontes de la propia misión a un ámbito restringido y limitado. Ya el apóstol Pedro llamaba a los presbíteros a ponerse totalmente al servicio de la comunidad cristiana: “Exhorto a los ancianos que están entre vosotros: ... apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar sino siendo modelos de la grey” (1Pe 5,1-2).
Hoy más que nunca, los hombres y las mujeres de nuestro mundo buscan en los Pastores no personas “separadas”, sino hombres “ricos en sabiduría y santidad” que hayan abandonado los propios bienes y seguridades humanas para vivir en una disponibilidad total el Anuncio del Evangelio. La sabiduría es ese don que el rey Salomón pidió a Dios para poder gobernar al pueblo: “”Porque nos has pedido para ti ni una vida larga, ni riqueza, ni la muerte de tus enemigos sino que has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio en inteligente” (1 Re 3,11-12).
En el Pastor se busca un hombre que sepa escuchar, un guía que ayude a comprender la propia vida para poder dirigirla por senderos justos: en el se busca la santidad, esto es, que esté efectivamente unido a Cristo por medio de la meditación y el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos –de modo particular la Eucaristía – y mediante un testimonio de amor y de unidad que sea sobre todo expresión del vinculo que lo una a la Iglesia el Cuerpo de Cristo. La santidad de los Pastores está pues estrechamente unida a la difusión del mensaje de salvación : vivir intensamente el amor que Cristo Pastor tiene hacia todos los hombres y mujeres del mundo dilata el horizonte del propio servicio pastoral, hace nacer el celo por llevar la alegría de la fe a quien no la ha recibido, empuja para salir al encuentro de quien está lejos de Cristo, “Camino ,Verdad y Vida”.
Los primeros Pastores, los Apóstoles, recibieron del Señor un misión importantísima: “Ir por todo el mundo y enseñar a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20).
Al inicio de este Tercer Milenio, el Santo Padre llama de nuevo a la Iglesia a remar mar adentro para la nueva Evangelización e indica a toda la Iglesia, de modo particular a los Pastores, algunos signos de esperanza para la Misión: “El Evangelio sigue dando sus frutos en las comunidades parroquiales, en las personas consagradas, en las asociaciones de laicos, en los grupos de oración y apostolado, en muchas comunidades juveniles, así como también a través de la presencia y difusión de nuevos movimientos y realidades eclesiales. En efecto, el mismo Espíritu sabe suscitar en cada uno de ellos una renovada entrega al Evangelio, disponibilidad generosa al servicio, vida cristiana caracterizada por el radicalismo evangélico y el impulso misionero” (Ecclesia in Europa, 15). Los pastores están llamados pues en primera persona a acoger y animar esta “renovada dedicación al Evangelio” suscitada por el Espíritu Santo para dar una respuesta concreta a los desafíos y las necesidad de actuales.
Los Obispos, llamados por su ministerio al servicio de la Iglesia Universal y unidos por la fuerza del sacramento del Orden al presbiterado en su conjunto y a cada uno en particular, tienen la grave responsabilidad de “despertar” y animar la vocación misionera de los sacerdotes inherente sacramentalmente en cada uno de ellos. Así nos recordaba el Decreto Ad gentes : “Pero creciendo cada vez más la necesidad de operarios en la viña del Señor y deseando los sacerdotes diocesanos, participar cada vez más en la evangelización del mundo, el Sagrado Concilio desea que los Obispos, considerando la gravísima penuria de sacerdotes que impide la evangelización de muchas regiones, envíen algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan a la obra misional, debidamente preparados, a las diócesis que carecen de clero, donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misional con espíritu de servicio”. (n. 38).
En este Mes Misionero pedimos al Señor, por la intercesión de los nuevos Santos Daniel Comboni, el P. Arnold Janssen y el P. Freinademetz – ejemplos de donación total a la misión de la Iglesia – que no falten nunca pastores sabios y santos dispuestos a difundir la luz del Evangelio hasta los últimos confines de la tierra. + Card. Crescencio Sepe.
(Agencia Fides 22/9/2003 Líneas: 81 Palabras: 1.156)


Compartir: