Por Gianni Valente
Abu Dhabi (Agencia Fides) - «Creo que no existe otra experiencia igual en el mundo. Una experiencia en la que todos los que comparten la fe católica son emigrantes, así que en cierto modo todos estamos al mismo nivel». Así lo dice el Obispo Paolo Martinelli, con el tono de quien reconoce y describe las cosas tal como son. Desde que fue nombrado Vicario Apostólico de Arabia Meridional, después de haber sido durante ocho años Obispo Auxiliar de Milán, el fraile capuchino milanés vive inmerso en una realidad vital y sorprendente. Un lugar y un entretejido de vidas que le ayudan a ver todo de una manera más singular, y a decir cosas fuera de lo común también sobre el Sínodo que está a punto de abrirse en Roma.
- Monseñor Martinelli, usted también participa en la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad. Pero para usted, y para las comunidades de su Vicariato, el camino sinodal ha comenzado hace tiempo...
- Aquí, la fase diocesana del Sínodo se ha vivido muy intensamente, mientras que sé que en otros lugares el camino ha sido más arduo.
El obispo Paul Hinder, mi predecesor, había impulsado la formación de un comité que ha trabajado para llegar a todos. No sólo a las parroquias, sino también a quienes viven aislados en los llamados Campos de Trabajo, están allí sólo para trabajar y su familia no vive con ellos. Con un grupo de jóvenes logramos ponernos en contacto con ellos, escuchar sus experiencias, hacer que expresaran sus expectativas. Así, el Sínodo se ha convertido en una ocasión de iniciativa pastoral para hacernos cargo de situaciones y problemas reales. Al final, el material recopilado ha sido ingente. Hemos recibido casi 100.000 respuestas al cuestionario, y muchas de ellas no provienen de individuos, sino de grupos comunitarios, asociaciones y movimientos. El resultado es un documento de síntesis que sirve también para comprender el estado general de nuestra Iglesia y reconocer el gran y extendido deseo de un mayor compartir, de caminar más juntos, y así sacar también a la luz el rostro de una Iglesia capaz de un testimonio más intenso.
- Cuál es el rostro de la Iglesia que ha surgido?¿Cuáles son sus connotaciones, sus rasgos distintivos?
- Nuestro pueblo es extremadamente diverso y trae consigo tradiciones, lenguas y rituales diferentes. Esto siempre sale a relucir cuando hacemos visitas a las parroquias: hay grupos nacionales, comunidades lingüísticas y de Iglesias sui iuris, que por tanto tienen tradiciones específicas. Este deseo de compartir más las grandes riquezas que tenemos, de compartir experiencias y proyectos, ha surgido también en el camino sinodal a nivel local. En esta diversidad, somos una sola Iglesia, y entre otras cosas un Vicariato, no una diócesis. Y compartimos el hecho de que todos somos emigrantes. Nadie se quedará aquí permanentemente. Todos han venido a esos países en busca de trabajo, y todos saben que se quedarán ahí quizá diez, o veinte, o treinta años, y luego volverán a sus países de origen. Esto significa que nadie es un “ciudadano”, y la Iglesia es muy “peregrina” y está ligada a las contingencias. Por ejemplo, a raíz de Covid muchos perdieron su trabajo y tuvieron que volver a sus países de origen. Y ahora hay un interesante flujo de retorno.
- Es una condición objetivamente singular. La pluralidad de identidades y diversidades, ¿no genera tensiones?
- Las distintas tradiciones aportan esta riqueza. Hay que apreciar las propias tradiciones, pero también aprender a compartirlas, reconociendo lo que ya se comparte y es común a los demás. Y esto es una gran aventura, un camino de intercambio que siempre enriquece la vida de la Iglesia. Creo que esto tiene algo de profético para todo el mundo.
- ¿Cuáles son los rasgos “proféticos” de vuestra experiencia?
- Lo que se vive en la Península Arábiga creo que puede ser observado con interés por toda la Iglesia. Por una parte, compartimos una experiencia eclesial muy sencilla y esencial. No podemos hacer grandes cosas, nos vemos empujados a centrarnos en los gestos esenciales de la vida de la Iglesia: la celebración litúrgica, los momentos de catequesis y de compartir... Por otra parte, nos damos cuenta de que el pueblo de Dios tiene una enorme riqueza y también un enorme deseo de participar en la vida de la Iglesia. Nuestro problema es que no tenemos espacio suficiente para acoger a todos. Los viernes, sábados y domingos hay misas desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche, y las iglesias también están abarrotadas durante la semana, en la misa matutina de las seis y media, los trabajadores y estudiantes llenan la catedral y luego van a la escuela y al trabajo. Son la imagen de una Iglesia sencilla, rica en tradiciones de vida cristiana. Viniendo de Occidente, para mí ha sido un poco chocante ver al pueblo de Dios tan apasionado por la vida de la Iglesia, con una disposición y una voluntad de implicarse en el voluntariado, y a los catequistas que animan a las masas... todo ello con un entusiasmo desarmante para los que vienen de Occidente, donde es quizá difícil encontrarse, y muchas iglesias están medio vacías... Hay una sencillez y una vitalidad que creo que hay que escuchar.
- En esa condición, ¿qué papel juega el carácter de transitoriedad, esa cierta precariedad que ha mencionado anteriormente?
- Una Iglesia de emigrantes es por condición una “Iglesia peregrina”, que habita el presente reconociendo su carácter transitorio. E incluso en las estructuras que establecemos debemos tener en cuenta este hecho.
- Una condición como ésta puede liberarnos de la pretensión de construir algo definitivo con nuestras propias fuerzas. ¿Cómo facilita esto el camino?
- En nuestra Iglesia peregrina y migrante, todos son así, incluidos obispos, sacerdotes y religiosas. Por tanto, todos estamos en la misma condición. Todos debemos aprender a habitar el presente con fe, reconociendo la transitoriedad de lo que vivimos. Y esto nos hace libres y fervientes en nuestra vida cotidiana.
- ¿Qué caminos puede tomar el deseo de testimoniar el Evangelio de Cristo en la Península Arábiga?
- En un contexto como el nuestro, se puede vivir y comunicar el Evangelio mediante formas sencillas de testimonio. Evidentemente, nada que se parezca en modo alguno al proselitismo.
Para nosotros, el primer paso es tender la mano a nuestros fieles. Apoyarles en sus trabajos. No ambicionar una “conquista”, sino acompañar a cada uno en una experiencia de fe que, como tal, se convierta en testimonio en la vida familiar, en el trabajo, en la escuela, en los encuentros cotidianos con personas de distintas confesiones. La fe que nace de la gracia está abierta al encuentro y al testimonio hacia todos, y sabe caminar junto a los demás, hasta en el conocimiento mutuo y la superación de los prejuicios. Esta es una experiencia que se vive especialmente en los Emiratos, donde incluso las autoridades insisten mucho en la tolerancia para fomentar la convivencia, y ahora se ha creado esta casa abrahámica, donde se hace hincapié en el diálogo interreligioso en la línea del Documento sobre la Fraternidad firmado en Abu Dabi por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al Azhar Ahmed al Tayyeb. Siguiendo esa línea, las comunidades de creyentes pueden aprender a estimarse mutuamente y reconocer que tienen una contribución que aportar juntas, para la buena vida de todos.
- De su relato se desprende claramente que a usted le preocupan otras cosas y otras dinámicas distintas de las cuestiones que otros muchos sitúan en primer lugar en la agenda del Sínodo, como las cuestiones de ética sexual o la redistribución de las cuotas de poder en la Iglesia...
- Algunos de los temas que muchos medios de comunicación presentan como los “puntos candentes” de los próximos debates sinodales nos parecen totalmente lejanos. Realmente parecen un poco cosas de “occidentales”. Y tal vez lleven también la marca de una cierta pesadez cultural frente a la frescura de una experiencia de fe que está toda ella inmersa en la vida cotidiana y reconoce la fe como el factor mismo que sostiene el camino de la vida. De ahí el deseo de poder crecer, de caminar juntos. Así somos, y más bien debemos aprender a aceptarnos como somos, y a estimarnos en las diferencias que nos separan. Las diferencias culturales también son fuertes, porque alguien de la India es diferente de alguien de Filipinas, o de Italia, o de Nigeria.
- A la luz de todo esto, ¿cuáles son los bienes que hay que custodiar y hacer florecer para crecer juntos?
- De lo que se trata es de que los cristianos puedan experimentar un verdadero compartir en medio de estas diferencias, y reconocer y experimentar que todo puede ser reconocido como un valor, y puede ser valorado en la fe, porque lo que nos mantiene unidos es el bautismo. Nos une el mismo bautismo, independientemente de quién venga de Sri Lanka, o de Pakistán, o del Líbano, o de Senegal. Somos tan diferentes y, sin embargo, el mismo bautismo nos ha hecho a todos hijos de Dios y parte del misterio de la Iglesia. Esto es realmente fascinante: ver todas estas diferencias abrazadas dentro de la unidad de la Iglesia.
- El cardenal brasileño y franciscano Paulo Evaristo Arns decía: «Vivir el bautismo es lo que nos hace Iglesia, lo demás son ministerios y servicios».
- Si existe un camino que recorrer juntos, en una experiencia sinodal, éste es el camino a seguir.
(Agencia Fides 2/10/2023)