“Por los catequistas de las Iglesias jóvenes, para que testimonien fielmente su adhesión al Evangelio” Comentario de la intención Misionera indicada por el Santo Padre para el mes de agosto del 2003 a cargo de Su Em. el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Congregación para el Clero

martes, 22 julio 2003

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Pues bien, Yo os digo: alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega” (Jn 4,35). Estas palabras del Señor resuenan también hoy en nuestro corazón y muestran el inmenso horizonte de la misión de amor del Evangelio encarnado, misión que ha sido transmitida a toda la Iglesia: El la deja en consigna y herencia a cada cristiano y de modo especial a las jóvenes iglesias particulares y a sus catequistas en tierras de misión. ¡Es ciertamente grande el misterio de amor del que se hacen servidores!
Y es con estas palabras que deseo situar mi breve comentario a la intención mensual del mes de agosto, para alzar nuestra súplica a Dios y cantar las maravillas del Señor, cuya grandeza y misericordia se manifiestan especialmente al suscitar en la Iglesia a los catequistas – sacerdotes, diáconos y fieles cristianos – llamados de modo particular a hacer resplandecer la Verdad de la fe en las tinieblas del alejamiento del hombre de Dios, en la oscuridad del rechazo de la presencia de Dios que todavía hoy después de dos mil años existen en no pocos corazones. En este sentido también nosotros nos unimos a los catequistas para repetir con renovada alegría la antigua palabra de la gratitud “Misericordias Domini in aeternum cantabo” (Sal 89,2)
No podemos olvidar que la catequesis es, ante todo, la traditio Evangelii que, en el significado profundo de la teología paulina significa transmisión de la dynamos Theou, de la “fuerza de Dios” para la salvación de todos los creyentes” (Rom 1,16) y, esto se realiza ante todo y principalmente mediante la Palabra, los Sacramentos y el régimen pastoral del sacerdote ordenado “hombre de Dios” (1 Tm. 6,11) y “servidor de Cristo” (1Cor 4,1). La actividad catequística es anuncio , testimonio e irradiación de la buena noticia toda centrada en la Persona de Cristo que viene a hablar de si al hombre y a “mostrarle el camino en el que es posible alcanzarlo” (Tertio Millenio Adveniente n.6). Se comprende entonces que para llevar el Evangelio a los otros, para acercarse los hombres a Cristo, necesitan siempre acoger el Evangelio en si mismos, sirviendo con docilidad a la Palabra viviente que no dejará de actuar en aquellos que son “obedientes a la fe” (Rom 1,5) en la libertad y el amor.
Para este objetivo prioritario la Iglesia y el mundo necesitan catequistas santos , esto es, catequistas que , aún conociendo sus limitaciones y debilidades, se esfuercen, sin embargo, con decisión en recorrer el camino de adhesión a la verdad en la caridad, en fiel correspondencia a la gracia divina, según los diversos carismas recibidos y en armonía con los diferentes estados de vida de cada uno. “¡Todo hombre puede, en Cristo, ver la salvación de Dios! Por ello, debe encontrarlo, conocerlo y seguirlo. Esto, queridos, es la misión de la Iglesia;¡esta es vuestra misión! El Papa os dice “¡Id! Como el Bautista, preparad el camino al Señor que viene” Resuenan todavía en nuestros corazones las palabras del Santo Padre, que en la Jornada Jubilar de los catequistas y docentes de religión se dirigió (Homilía de la Concelebración Eucarística del 10. 2.2000) así a todos los que estaban reunidos provenientes de los cinco continentes en la Plaza de San Pedro: parecían entrelazarse dando nuevo vigor a aquel mandato siempre vigente de Cristo: ¡Duc in altum!
Ante la timbal del Apóstol Pedro, fundamento de la Iglesia (Mt 16,18) y de Pablo el apóstol de las gentes (Hch 17,21) en el lugar santificado por la sangre de tantos mártires, en gran parte “desconocidos casi militi ignoti de la gran causa de Dios” (Tertio Millennio Adveniente n. 37), el Pontífice recordó que el catequista está llamado a señalara en Jesucristo al Mesías esperado, el Cristo. Su trabajo es el de invitar a fijar la mirada en Jesús y seguirlo porque solo El es el Maestro, el Señor, el Salvador. Como el Precursor, el catequista no debe ponerse el de relieve sino a Cristo “queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Esta petición hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que se habían acercado a Jerusalén hace dos mil años, resuena espiritualmente todavía hoy en tierras de misión.
También a las iglesias jóvenes del inicio del tercer milenio se aplica el oráculo del Profeta Isaías: “La oscuridad cubre la tierra y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece” (Is 60,2). Es la Iglesia joven misionera que con renovado sentido de responsabilidad es llamada a revestirse de luz (IS 60,1) para brillar como una ciudad construida sobre el monte: “la iglesia - afirma el Santo Padre comentadnos estos versos del profeta - no puede permanecer escondida (cfr. Mt5, 14) porque los hombre necesitan recibir el mensaje de luz y esperanza y dar gloria al Padre que está en los cielos (cfr. Mt 5,16) (Homilía del 6.1.1999, solemnidad de la Epifanía del Señor).
Es necesario repartir a Cristo, encontrarlo ante todo en la oración, conocerlo y amarlo en la Sagrada Escritura para poder reflejar en nosotros, cristianos, su Rostro y ser así miembros vivos de su cuerpo, que es la Iglesia. Cada uno podrá así surcar las olas de la historia de la humanidad “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” como escribía San Agustín (De civitate Dei, XVIII 51,2: PL 41,614) anunciando a todos los hombres la Pasión y muerte del Señor hasta que El venga (cfr. 1 Cor 11,26). Escribe San Gregorio de Nissa “Para que las disposiciones del Evangelio y la actividad del Espíritu Santo se desarrollen en nosotros es necesario que Cristo nazca en nosotros” (Contro Eunomio III).
Me uno junto a los catequistas, dirigiéndome a Maria, la primera catequistas de la Iglesia. ¿Quién mejor que Maria puede ayudarnos y animarnos en esta labor? ¿Quién mejor que Ella puede enseñarnos a amar y anunciar aquel Rostro que Ella miró con inmenso amor y con total dedicación durante toda su vida, desde el momento del nacimiento hasta la muerte en la Cruz y después al alba de la Resurrección? De la Madre de la Iglesia podremos obtener la energía indispensable para anunciar y testimoniar a todos el mensaje del Evangelio imitando su fe.
Ella, mujer “eucarística”, “primer tabernáculo de la Historia” (Ecclesia de Eucharistia n. 55), que unió el Cielo y la tierra con su “fiat” a las palabras del Ángel nos enseñe a pronunciar un amén lleno de “estupor eucarístico” y de fe, cada vez que nos acerquemos a los hombres para ofrecerles esa Verdad que anhelan muchas veces sin saberlo: Cristo Jesús, “el que Vive” (Ap. 1,18) “aquel que es, que era y que va a venir” (Ap. 1,4). Card. Darío Castrillón Hoyos
(Agencia Fides 22/7/2003 Líneas: 80 Palabras: 1.172)


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