Agosto de 2004: "Para que crezcan el compromiso, la comunión y la cooperación entre los Institutos que trabajan activamente en Misiones" Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre a cargo de Su Eminencia el Card. Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos

martes, 27 julio 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está todavía muy lejos de su cumplimiento" (Redemptoris Missio 1). Esta afirmación del Santo Padre Juan Pablo II tiene que resonar continuamente como compromiso, objetivo, aguijón, en los oídos y sobre todo en el corazón de todos los bautizados, como el máximo desafío para la Iglesia del tercer milenio. Todos los miembros de la Iglesia están llamados en efecto a ser protagonistas activos de la misión universal y a comprometerse con todas sus fuerzas, según las posibilidades individuales, en una constante colaboración espiritual y material: es un derecho y un deber que mana de los sacramentos del Bautismo y Confirmación. "La Iglesia universal, todas las Iglesias particulares, todas las instituciones y asociaciones eclesiales y todo cristiano tienen el deber de comprometerse para que el mensaje del Señor se difunda y llegue hasta los últimos confines de la tierra y el Cuerpo Místico alcance la plenitud de su madurez en Cristo" (Cooperatio Missionalis 1).
La misión, aún siendo deber de cada uno, no es sin embargo, obra de personas individuales. El mismo Cristo eligió un grupo de personas a quienes confiar la realización de su mandato. "Los Doce son los primeros operadores de la misión universal: ellos constituyen un "sujeto colegial" de la misión, habiendo sido elegidos por Jesús para estar con él y ser enviados 'a las ovejas perdidas de la casa de Israel"' (RM 61). Si el Papa es el "primer misionero" del Evangelio, junto a él caminan por los caminos del mundo, Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y, en número creciente, laicos. La Congregación para la Evangelización de los Pueblos, a la que corresponde la tarea de "dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de la evangelización de los pueblos y la cooperación misionera" (Constitución Apostólica Pastor Bonus art.85) no podría ciertamente realizar ella sola la misión que le ha sido confiada, sin el apoyo concreto de toda la Iglesia.
Entre los llamados específicamente a la misión, los miembros de los institutos de vida consagrada ocupan un puesto particular: si la dimensión misionera forma parte de la naturaleza misma de la Iglesia, sin duda no puede ser facultativa para religiosos y religiosas, ya que " más allá de los carismas propios de los Institutos dedicados a la misión ad gentes o comprometidos en actividades de tipo específicamente apostólico, se puede decir que la vocación misionera está inscrita en el corazón mismo de toda forma de vida consagrada." (Vita consecrata, 25).
Por otra parte, la historia de las Misiones se ha escrito con la vida y el testimonio heroico, con frecuencia hasta el martirio, de millares de religiosos y religiosas que han llegado hasta los confines más apartados y a veces desconocidos de la tierra, para llevar el anuncio de Cristo. Sería ciertamente mucho más concisa la historia de la Iglesia si hubiera faltado la aportación generosa de tantos misioneros, que empujados y no ciertamente por la sed de dominio territorial o de un estéril protagonismo, se han esparcido como la simiente evangélica, desde los glaciares de Alaska hasta las sabanas de África, del diversificado mundo cultural de Asia a las inmensas extensiones de agua de Oceanía.
Hoy, la situación social y religiosa del mundo es extremadamente mudable, compleja, a veces contradictoria. Se persiguen fenómenos desconocidos, situaciones nuevas, que piden ser iluminadas por la Palabra. ¿Cómo permanecer insensibles a este grito de la humanidad mientras disminuye el número de misioneros? No es ciertamente solo cuestión de números, cuánto de fortalecer nuestra fe, reforzar nuestro compromiso, coordinar mejor las fuerzas disponibles, sin dispersar las energías, sino concentrándose en lo esencial. En una palabra, tenemos que volver a la radicalidad evangélica, sabiendo coger los signos de los tiempos, confiados en la Palabra del Señor, sin dejarnos frenar por dudas, incomprensiones, espíritu de autosuficiencia. El Espíritu Santo empujó al primero grupo de creyentes a "hacer comunidad", y uno de los objetivos centrales de la misión es precisamente vivir la comunión fraterna, ser un solo corazón y una sola alma (cfr RM 26) porque la comunión es la primera forma de misión.
"En la prometedora estación de la nueva evangelización, que estamos viviendo, es necesario seguir cultivando una fecunda comunión entre los Institutos Misioneros, los Obispos y las Iglesias particulares, con un constante diálogo animado por la caridad, tanto a nivel diocesano como nacional, con las Uniones de Superiores masculinos y femeninos, en el respeto de los diversos carismas, tareas y ministerios" (Juan Pablo II Audiencia del 31 de mayo del 2002).
En vísperas del Año de la Eucaristía - sacramento que “se pone como fuente y a la vez culmen de toda evangelización, porque su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y en Él con el Padre y el Espíritu Santo" (Ecclesia de Eucharistia n.22) - pedimos pues con fervor ante Cristo presiente en el Santísimo Sacramento, confiados en la intercesión de Maria Asunta al cielo, para que la comunión y la colaboración entre todos los institutos que trabajan en misiones sea el testimonio concreto ofrecido a tantos hermanos que todavía no han podido conocer al Señor. (Card Crescenzio Sepe) (Agencia Fides 27/7/2004, Líneas: 62 Palabras: 904


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