ASIA/CHINA - La Carta del Cardenal Bertone a los sacerdotes chinos

martes, 17 noviembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – La Carta que su Eminencia el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, ha enviado a todos los sacerdotes de la Iglesia católica en la República Popular China, con ocasión del Año Sacerdotal y de la “Carta a la Iglesia en China” de Papa Benedicto XVI. El Cardenal no ignora las difíciles situaciones en que se encuentran los obispos y los sacerdotes. Es consciente que a ellos especialmente es confiado el ministerio de la reconciliación, para que se alcance la plena comunión entre todos los católicos en China y con la Iglesia universal, cuya columna y fundamento visible es el Romano Pontífice. Pero su Carta omite intencionalmente señalar las dificultades de relación existentes entre el Estado Vaticano y la República Popular china, y la dialéctica existente y sufrida entre los católicos chinos. Es un lenguaje diferente de los usuales clichés, que creen que la vida y los problemas de la Iglesia en China sean solo aquellos atribuibles a la situación “eclesial y socio-política”.
Él afirma que también la Iglesia en China tiene la misión de anunciar el Evangelio, y por esta misión tiene que ofrecer una adecuada formación a sus ministros ordenados. Tiene en cierto sentido que abrir los propios horizontes, no dejarse engañar por las dificultades internas, y poner la eficacia de la actividad evangelizadora en la Palabra de Dios, energía de Dios que salva.
Por ello “es urgente para cada uno de vosotros – dice – saque luz y fuerza de las fuentes de la espiritualidad sacerdotal, que son el amor de Dios y el seguimiento incondicional de Cristo”.
Esta espiritualidad radical convertirá a la Iglesia en China y a sus ministros en idóneos para afrontar los desafíos que hoy se ponen al Evangelio y a aquellos que se hacen sus testigos y anunciadores.
El amor de Cristo. Es lo que tiene que empujar a los obispos y sacerdotes chinos por la vía de la misión, de la reconciliación y de la unidad. La Unidad del Pueblo de Dios, donde quiera que se encuentre, es un regalo del Espíritu y no una conquista o concesión humana. Ella procede del amor de Cristo, que ha muerto y resucitado para reunir a todos los hijos extraviados de Dios bajo la paternidad amorosa del Padre de todos. Es el Eucaristía que hace pasar a la humanidad de la disgregación a la unidad, de la división a la comunión, del egoísmo a la caridad y a la solidaridad universal. Es la Eucaristía que tiene que dar método y contenido a las estructuras de diálogo, instrumentos necesarios para llegar a la unidad.
La secuela de Cristo. Es necesario que los responsables directos de la Iglesia se empeñen con más decisión es la secuela de Cristo, viviendo con radicalidad los imperativos evangélicos de la pobreza, de la no-violencia, dispuestos por esto al sufrimiento y persecución a causa del nombre de Cristo. La Iglesia especialmente en este período es perseguida en no pocas naciones, limitada en su expresión de fe. La secuela de Cristo implica que cada cristiano esté dispuesto a subir con Él a la cruz por la vida del mundo.
Esto exige que la Palabra de Dios “invada nuestro ser, sea nuestro nutrimento, y deje huella en nuestra vida, y modele nuestra mentalidad”.
Corresponde a los obispos poner en acción recorridos de formación permanente, para que se avive en los presbiterios de sus diócesis el don recibido con la imposición de las manos y estén preparados a desarrollar de manera eficaz el ministerio de la evangelización. (Agencia Fides 17/11/2009)


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