VATICANO - El angustiado y reiterado llamamiento del Papa durante el genocidio ruandés: “No cedáis al odio y a la venganza. En esta trágica etapa de la vida de vuestra nación, sed todos artífices de amor y de paz”

martes, 6 abril 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) Desde las primeras noticias de los sangrientos enfrentamientos que se estaban verificando en Ruanda, la voz de Su Santidad Juan Pablo II se hizo sentir con fuerza para invocar la reconciliación y la paz. Ya el 9 de abril de 1994, en un mensaje dirigido a la comunidad católica de Ruanda, el Papa suplicó que “no se cediera a sentimientos de odio y de venganza, sino que se practicara, con valor, el diálogo y el perdón”. “En esta trágica etapa de la vida de vuestra nación -escribió el Papa- sed todos artífices de amor y de paz”.
En el marco de la solemne y jovial apertura de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos de África, que se celebró el domingo 10 de abril de 1994, y en la que no pudieron participar los obispos de Ruanda, Juan Pablo II manifestó su profunda preocupación por el país africano, “atormentado por antiguas tensiones y luchas sangrientas”. Durante la homilía recordó, en particular, “a la población y a la Iglesia ruandesas, puestas a dura prueba, en aquellos días, por una impresionante tragedia y por los dramáticos asesinatos de los presidentes de Ruanda y de Burundi. “Con vosotros, Obispos, comparto el sufrimiento frente a esta nueva y catastrófica oleada de violencia y de muerte que ha embestido a este amado país y hecho correr, desmesuradamente, también la sangre de sacerdotes, religiosas y catequistas, víctimas de un odio absurdo. Junto a vosotros, reunidos en este Sínodo africano y en comunión espiritual con los obispos de Ruanda, que no han podido estar aquí hoy con nosotros, siento el deber de dirigir un llamamiento para que se detenga la mano homicida de los violentos. Alzo mi voz con vosotros para decir a todos: ¡Basta de violencias! ¡Basta de tragedias! ¡Basta de masacres fraticidas!”.
Aquel mismo domingo, después de rezar el Regina Coeli, Juan Pablo II renovó su llamamiento en favor del país africano. “Las trágicas noticias que llegan de Ruanda suscitan en el ánimo de todos nosotros un gran sufrimiento. Un nuevo e indecible drama: el asesinato de los jefes de estado de Ruanda y de Burundi y de su séquito; la masacre del presidente del gobierno ruandés y de su familia, y el asesinato de sacerdotes, religiosos y religiosas. Odio, venganza y sangre fraterna derramada por doquier. En nombre de Cristo, os suplico, ¡deponed las armas! ¡No hagáis vano el precio de la Redención, abrid el corazón al imperativo de paz del Resucitado! Dirijo mi llamamiento a todos los responsables, incluidos los de la comunidad internacional, para que no cesen de buscar toda solución que pueda detener tanta destrucción y muerte”.
Los trabajos del Sínodo de África, el primero de la historia, estuvieron influenciados por las trágicas noticias que iban llegando desde Ruanda. El 14 de abril, Su Santidad celebró la Santa Misa por el pueblo ruandés y los miembros del Sínodo lanzaron un “acuciante llamamiento” en favor de la reconciliación y de las negociaciones de paz en Ruanda. En el mensaje, firmado por los tres presidentes delegados, los padres sinodales se declaraban “profundamente entristecidos por los trágicos acontecimientos” y se dirigían “a todos los que estaban involucrados en este conflicto, para que hicieran callar las armas y pusieran fin a las atrocidades y a los asesinatos”. Pidieron a los ruandeses que “caminaran juntos y que resolvieran sus problemas discutiendo de ellos” y a todas las personas y a las organizaciones presentes en África o fuera de ella, “que usaran su influencia para llevar perdón, reconciliación y paz a toda Ruanda”. Este llamamiento se redactó en respuesta a la carta que habían enviado los obispos ruandeses, cuya participación en el Sínodo resultó impedida a causa de la trágica situación de su país. En dicha carta, que fue leída por el secretario general del Sínodo, el Cardenal Schotte, los obispos “deploraban y renegaban las violencias homicidas que se estaban perpetrando en el país, pedían solidaridad y oración, y confiaban en que las partes antagonistas emprendieran negociaciones de paz”. En el mensaje final del Sínodo, que se hizo público el 6 de mayo de 1994, se perciben las repercusiones de los “odios fraticidas” que laceran a los pueblos africanos, y el “grito de las poblaciones de Ruanda” se añade, desgraciadamente, al de “una buena parte del territorio del continente africano” involucrada en otras guerras.
El domingo 15 de mayo de 1994, el Papa recitó el Regina Coeli desde el “Policlínico Gemelli”, donde se encontraba ingresado a causa de una caída, recordando, una vez más, la agonía del pueblo ruandés: “Siento el deber de evocar, todavía hoy, las violencias de las que son víctimas las poblaciones de Ruanda. Se trata de un auténtico genocidio, del que, desgraciadamente, también son responsables algunos católicos. Cada día me siento cerca de este pueblo en agonía y quisiera apelarme nuevamente a la conciencia de quienes planifican y actúan estas masacres. Están conduciendo al país al borde del precipicio. Todos deberán responder de sus crímenes ante la historia y, sobre todo, ante Dios. ¡Basta de sangre! Dios se espera de todos los ruandeses, con la ayuda de los países amigos, el coraje del perdón y de la hermandad”.
El 9 de junio de 1994, tras recibir la noticia del asesinato de tres obispos y de otras veinte personas entre sacerdotes y religiosos, Juan Pablo II envió un mensaje al pueblo ruandés en el que se declara “profundamente trastornado por las noticias que me llegan desde vuestra patria”. “La dramática situación que Ruanda esta viviendo a causa del terrible conflicto que la lacera, me empuja a suplicar a Dios, Padre de misericordia, y a Cristo, que dio su vida por los hombres, para que permitan la reconciliación de esta nación mártir y acojan con bondad a sus víctimas”. El Papa suplicó a todos los habitantes de Ruanda y a los responsables de las naciones ”que hicieran enseguida todo lo posible para que se abrieran las sendas de la concordia y de la reconstrucción del país, tan gravemente afectado...” “Pastores y fieles de Ruanda, pueblo ruandés, sabed que estoy con vosotros cada día”.
Como conclusión del Consistorio extraordinario de los días 13 y 14 de junio de 1994, los cardinales aprobaron, por unanimidad, un llamamiento en favor de Ruanda en el que manifestaron su angustia “por el inenarrable horror que el pueblo de Ruanda estaba experimentando”. “En nombre de Dios, suplicamos a todos los que están involucrados en el conflicto que depongan las armas y se dediquen a la obra de la reconciliación...La grande tragedia de Ruanda subraya la urgencia de que las naciones del mundo clarifiquen, en términos jurídicos, las modalidades de la intervención humanitaria...La ausencia de tales normas jurídicas continuará haciendo que las naciones del mundo se encuentren impotentes frente a tragedias como la que amenaza ahora la vida de muchos inocentes en Ruanda”.
Los días 23 al 29 de junio de 1994, el Santo Padre envió a Ruanda al Cardenal Roger Etchegaray, presidente de los Consejos Pontificios “Justicia y Paz” y “Cor Unum”, en una misión de solidaridad y de paz. El Cardenal visitó las diócesis más afectadas por la guerra y los lugares del asesinato de los obispos, encontrándose, en ocasiones separadas, con el presidente “ad interim” de la República y con el líder del Frente Patriótico Ruandés, a quienes leyó un mensaje dirigido al pueblo de Ruanda en el que afirma: “Ahora, después de haber conocido el máximo del horror, ya no puedes ocultar más nada de tu miseria. No te desanimes, convierte tu corazón, aprovecha esta terrible lección de tu historia, que es, quizás, tu última posibilidad de comprender hasta dónde debe llegar tu conversión...No es suficiente con decir: quiero la paz; la paz hay que construirla aceptando pagar un precio que en Ruanda es muy alto...Después de tantas masacres nefandas (ésta la expresión utilizada por el Papa) hasta en vuestras iglesias, convertidas en lugares de matanza de inocentes; después de la destrucción de vuestras casas, de vuestras escuelas y de vuestros centros sociales, es vuestro corazón, el que cada vez está más herido...He venido entre vosotros, en nombre de Juan Pablo II, para dar conforto a una Iglesia debilitada, disgregada, decapitada por el asesinato de tres obispos y de numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas...Un día constataréis la exactitud de la palabra que hace vivir a la Iglesia siglo tras siglo : “la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos”. Pueblo ruandés, estás llamado por Dios a iniciar una nueva página de tu historia, escrita por todos tus hermanos, resplandecientes de perdón recíproco. Cree en ello, tu honor de cristiano y de hombre está en juego”.
(S.L.) (Agencia Fides 6/04/2004)


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