INTENCIÓN MISIONERA - “Para que las comunidades cristianas del Asia, contemplando el rostro de Cristo, sepan encontrar las vías más convenientes para anunciarlo, con plena fidelidad al Evangelio, a las poblaciones de aquel vasto Continente, rico en cultura y en antiguas formas de espiritualidad” Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre para el mes de noviembre 2008

martes, 28 octubre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Es necesario leer con atención la intención misionera de este mes. Cada palabra del Santo Padre tiene sentido profundo y pone de manifiesto algún aspecto importante de la misión en Asia.
En primer lugar, podemos fijarnos en la necesidad de “contemplar el rostro de Cristo”. Esta era la llamada de Juan Pablo II al comienzo del Tercer Milenio: “Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro” (NMI, 16). No se puede anunciar a quien no se conoce en el trato íntimo de la contemplación.
Resulta imprescindible esta contemplación para el anuncio, puesto que no puede haber verdadera evangelización sin el anuncio explícito de Cristo. No basta la proclamación de los valores humanos. “No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor. El concilio Vaticano II, y desde entonces el Magisterio, respondiendo a cierta confusión sobre la verdadera índole de la misión de la Iglesia, han subrayado repetidamente el primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización” (Ecclesia in Asia, 19).
Otro aspecto que se debe señalar es la urgencia misionera de las jóvenes Iglesias. No se puede caer en la tentación de pensar que las Iglesias jóvenes sólo pueden recibir evangelizadores. La misión es tan esencial a la Iglesia, que cualquier Iglesia, por joven que sea, está llamada a anunciar el Evangelio y a ser ella misma misionera. “El buen Pastor invita también a las Iglesias de reciente evangelización a dedicarse generosamente a la misión ad gentes” (Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial Misiones 2007). También las Iglesias de Asia deben asumir la tarea de evangelizar su propio continente. Como decía el Santo Padre, en la Carta a los Católicos Chinos: “igual que durante el primer milenio cristiano la Cruz fue plantada en Europa y durante el segundo en América y en África, así durante el tercer milenio se recogerá una gran mies de fe en el vasto y vital continente asiático” (n.3).
Aunque siempre se tiene la impresión, al mirar con ojos meramente humanos, de que la tarea de evangelización supera nuestras fuerzas, debemos tener confianza en la acción íntima del Espíritu Santo. Él trabaja en el corazón de cada hombre para abrirlo a la verdad y al bien, a la belleza y al amor. “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti” decía S. Agustín en sus Confesiones. Por eso, “la Iglesia está convencida de que en lo más profundo del corazón de los hombres, de las culturas y de las religiones de Asia existe sed de «agua viva» (cf. Jn 4, 10-15), sed que el Espíritu mismo suscita y que sólo Jesús Salvador podrá saciar plenamente (Ecclesia in Asia, 18).
Benedicto XVI hace referencia a la gran variedad y complejidad de situaciones en Asia. Se trata de un continente rico en culturas y religiones. Ni el respeto ni la estima hacia esas religiones implican para la Iglesia una invitación a silenciar ante los no cristianos el anuncio de Jesucristo. Debemos actuar siempre “según la verdad en la caridad” (Ef. 4, 15) y proclamar la buena nueva con respeto y estima amorosa hacia los que la escuchan. “Una proclamación que respeta los derechos de las conciencias no viola la libertad, dado que la fe exige siempre una respuesta libre por parte de la persona” (Ecclesia in Asia, 20).
Si en algo es rica la Iglesia de Asia es en testimonio martirial. ¡Cuántos hermanos y hermanas que han dado su vida por el Evangelio, muchos de ellos sólo de Dios conocidos! Su ejemplo es fuente de riqueza espiritual y un gran medio de evangelización. “Con su silencio hablan de una forma aún más fuerte de la importancia de la santidad de vida y de que es preciso estar dispuestos a dar la vida por el Evangelio” (Ecclesia in Asia, 9).
Terminamos con una súplica de Juan Pablo II a María al termino de su Exhortación Apostolica “Ecclesia in Asia” (51): “Oh Madre santa, Hija del Altísimo, Virgen Madre del Salvador y Madre nuestra, dirige tu mirada, llena de ternura, hacia la Iglesia que tu Hijo ha plantado en tierra de Asia. Sé Tú su guía y modelo. Que todos los pueblos de Asia puedan llegar a conocer a tu Hijo Jesucristo, único Salvador del mundo, y a saborear así el gozo de la vida en su plenitud. Ruega por nosotros, tus hijos, ahora y siempre. Amén”. (Agencia Fides 28/10/2008)


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