ASIA/MONGOLIA - Una misión casi de puntillas, un Magnificat para el renacimiento de la Iglesia en Mongolia

sábado, 26 agosto 2023 iglesias locales   evangelización   misión   caridad   papa francisco  

El padre Gilbert Sales con los primeros niños de la calle de Ulán Bator

de Paolo Affatato

Ulán Bator (Agencia Fides) - “Dimos los primeros pasos en la misión en Mongolia con cierta emoción e incluso conmoción. El 10 de julio de 1992 entramos de puntillas en un país desconocido, fortalecidos solo por la compañía de Cristo Jesús, a quien invocamos en cada paso de nuestro camino”. La historia del padre Gilbert Sales, ahora sacerdote filipino de sesenta años y misionero de la Congregación del Inmaculado Corazón de María (CICM, también conocidos como misioneros Scheut por el nombre de la ciudad belga donde se inició), se remonta a los inicios de la presencia católica que se reanudó en Mongolia a principios de los años 90. El Papa Francisco en su visita al vasto país de Asia Central, del 31 de agosto al 4 de septiembre, conocerá cómo en treinta años la misión ha llegado a 1.500 bautizados y ha consolidado con parroquias, escuelas, obras educativas y sociales. El misionero habla a la Agencia Fides sobre el “nuevo comienzo” de la presencia cristiana en Mongolia: “Nos sentíamos como extranjeros en una tierra donde no conocíamos la lengua ni a ninguna persona. Pero nunca nos faltó la fe. Estábamos seguros de la presencia de Jesús entre nosotros y confiábamos siempre en que todo saldría bien. El Señor abriría las puertas que tocáramos y nos conduciría de la mano hacia esa estepa fría e interminable que veíamos a nuestro alrededor. El Señor me había llevado allí, como dice al Profeta, con dos hermanos. Hoy puedo testimoniar que Dios realmente ha abierto todas las puertas, nos ha dado su gracia y su amor, que ha sido fructífero en tierra mongola y ha hecho renacer la Iglesia”.

El cristianismo, en su versión nestoriana, llegó a Asia Central, Mongolia y China ya en el siglo VII y tuvo una influencia significativa entre los mongoles durante la Edad Media. Después de distintos acontecimientos histórico-políticos, en la era del comunismo soviético, toda experiencia de fe cristiana desapareció y con ella los fieles y las iglesias del país. “Llegar allí y volver a sembrar el Evangelio, con sencillez, paciencia y caridad, fue un momento extraordinario, una experiencia que quedará en mi corazón para siempre”, dice hoy el misionero filipino. Junto al padre Gilbert Sales, los otros dos pioneros fueron los cohermanos del CICM Robert Goessens, belga, y el otro misionero filipino Wenceslao Padilla, que luego se convirtió en el primer prefecto apostólico de Mongolia y que falleció en 2018. La presencia de los tres misioneros que llegaron a Mongolia en 1992 fue el primer paso de lo que ellos mismos llamaron “un renacimiento”. El contexto político internacional había cambiado con la caída del Muro de Berlín y el nuevo gobierno de Ulán Bator mostró la voluntad de restablecer relaciones con la Santa Sede, que, a su vez, se dijo dispuesta a establecer relaciones diplomáticas, con el acuerdo de enviar misioneros al país. “Cuando la Santa Sede expresó su voluntad de iniciar una misión en Mongolia, respondimos con entusiasmo porque nos pareció una nueva oportunidad y una nueva llamada de Dios. Ya a principios del siglo XX, los misioneros del CICM tenían la intención de abrir una comunidad in Mongolia”, proyecto abandonado debido a la guerra. “Cuando tenía treinta años, acababa de ser ordenado sacerdote y me ofrecí no sin temores, pero confiando en el Señor Jesús. Él me llamaba a una misión especial”, recuerda el padre Gilbert.

Tras elegir a los tres misioneros para iniciar la comunidad y después de un período de mutuo conocimiento y formación en Taiwán, los tres pioneros emprendieron la aventura misionera hacia Ulán Bator entre las lógicas esperanzas e incógnitas que marcan cada nuevo obra. “Para animarnos, leíamos cada día el pasaje del Evangelio en el que Jesús dice, 'donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy con ellos’. Nos ayudó a ser fuertes, a estar seguros en todo momento de su Providencia”, relata. “Hay que decir que recibimos la máxima asistencia y cortesía del gobierno de Mongolia. Incluso vinieron a recibirnos al aeropuerto con todos los honores. Gracias a la ayuda y mediación de un funcionario francófono, porque comunicarse fue un desafío, logramos alquilar un pequeño departamento donde nos instalamos”. El primer paso para ingresar al país, como ocurre con toda obra misionera, fue estudiar el idioma local, “un idioma difícil y compuesto de sonidos que no son fáciles de pronunciar. Sonreíamos y tratábamos de emular esos sonidos, no nos rendimos”, recuerda. Los misioneros se sumergieron en el estudio de la lengua mongol, asistieron a la Universidad de la capital y, poco a poco, por el boca a boca, se fue difundiendo la noticia de su presencia y de la posibilidad de celebrar los sacramentos propios de la fe católica en el país.

“Celebrábamos misa en una habitación de la casa, utilizada como capilla. Comenzaron a venir algunos embajadores de fe católica y algunos miembros del personal de las embajadas occidentales, que traían consigo algunos lugareños curiosos. Esa fue la primera forma de evangelización, una misión eucarística porque Jesús se entrega a la humanidad y también a los mongoles”, señala el padre Sales. La misión se desarrolló gracias a contactos informales y a quienes respondieron a la invitación de “ven y lo verás”. “Recibimos a todos con una sonrisa y mucha alegría. La gente venía a hablar con nosotros para preguntarnos sobre el porqué de nuestra fe y sobre Jesús. Vimos a los primeros mongoles participar en misa. Nunca nos ha faltado la confianza en Dios, que cada día nos demostraba su amor y actuaba tocando los corazones”, destaca el misionero. Los tres misioneros poco a poco empezaron a encajar en un contexto completamente nuevo, a mantener las primeras relaciones humanas y a establecer vínculos de amistad con la población local y con las instituciones civiles, sociales y culturales. Pusieron a disposición sus habilidades y recursos y pronto el padre Gilbert Sales, estudiante de lengua mongol, enseñaba lengua inglesa en la Universidad a jóvenes mongoles.

En este ambiente nacieron las primeras obras sociales iniciadas por la pequeña comunidad católica. “Solía ver a muchos niños solos en la calle. Mis compañeros de la universidad me explicaron que eran los niños de la calle de Ulán Bator, que vivían como podían y, en la estación fría (con temperaturas de 40 grados bajo cero), se refugiaban en las alcantarillas por donde pasan los conductos de calefacción”, recuerda el misionero. Quiso entonces ir a buscarlos a esos lugares insalubres y encontró a varios niños de entre 8 y 15 años, “alcohólicos, violentos, enfermos y vulnerables, en situaciones de promiscuidad sexual”. “Me recompuse después de tal visión y mi corazón estalló de compasión hacia esos pequeños, tratados como desechos humanos. Regresé a visitarlos con comida. Volví varias veces y cada vez iba a mejor porque me empezaban a dedicar alguna sonrisa”, recuerda. El misionero, con gestos gratuitos de ternura y bondad “completamente desconocidos para aquellos muchachos, maltratados y despreciados por la sociedad”, poco a poco se gana su confianza y así intentó sacarlos de esas calles. De esta forma nació la primera iniciativa sociocaritativa de los nuevos misioneros: un centro para niños de la calle que, regido por el padre Sales, se puso en marcha en los bajos de un edificio de la capital. Era el Verbist Care Center que abrió oficialmente sus puertas como centro de atención en 1995. “Los niños empezaron a acoger con agrado nuestra propuesta de cambiar sus vidas. Les dimos cariño y atención. Provenían de situaciones familiares marcadas por el alcoholismo y la violencia. Con nosotros empezaron a recuperar la dimensión de pequeños indefensos y necesitados de cariño”. El Centro se equipó para brindarles alimentación, alojamiento, atención médica y un camino educativo que los llevara a reintegrarse a la sociedad. “Muchos de esos niños ya han terminado sus estudios universitarios, trabajan de manera estable y son padres de familia. Todavía estoy en contacto con algunos. Están eternamente agradecidos por esa ayuda que les cambió la vida. Siempre les digo que alabemos a Dios juntos”, explica el padre Sales.

El testimonio evangélico de los misioneros atraía a los ciudadanos mongoles. “Comenzamos a celebrar los primeros bautismos. Todavía recuerdo la emoción del primer bautizado, un niño mongol adoptado por una pareja de ciudadanos ingleses al que pusieron el nombre de Peter. Cantamos juntos el Magnificat: era una obra de Dios que se estaba realizando. Así, en los primeros años se formó una comunidad de una treintena de católicos mongoles. Realmente era una pequeña comunidad de discípulos, con un rasgo que nos distinguía: la alegría, la alegría de ser amados, salvados por Cristo y de llevar su amor al prójimo”, recuerda. Poco a poco, gracias al apoyo de la Santa Sede y de benefactores de todo el mundo, la pequeña Iglesia en Mongolia se enriqueció con obras y experiencias pastorales y sociales, con la presencia de nuevas comunidades de religiosos y monjas. “Wenceslao Padilla, responsable de la misión, tuvo inmediatamente una mirada universal y quiso convocar a congregaciones de todo el mundo, cada una con su carisma, a contribuir a la misión en el país sin límites de Asia Central. Muchas órdenes religiosas respondieron positivamente y comenzaron a llegar nuevos misioneros, religiosos y religiosas de Asia, África, Europa y América Latina que ayudaron a establecer parroquias, escuelas técnicas, orfanatos, hogares para ancianos, clínicas, refugios para víctimas de violencia doméstica y guarderías en los suburbios donde faltaban servicios básicos, beneficiando sobre todo a los pobres y a las familias necesitadas”.

La misión sigue adelante. “En unos diez años se creó un centro pastoral católico y se construyó la primera iglesia, que hoy es la catedral de Ulán Bator, consagrada en 2002. Nuestro obispo Padilla (Prefecto Apostólico desde 2002) consideró que era necesario tener una iglesia para darle al país, a las autoridades civiles y a la población la idea de una presencia estable y para decir, ‘estamos aquí en Mongolia y queremos quedarnos, no somos visitantes temporales, queremos estar a vuestro lado para siempre, como el amor de Dios que nunca abandona’”, continúa.

Entonces floreció la primera vocación al sacerdocio de un joven mongol, se consolidaba la catequesis y la labor de los voluntarios y se abrían parroquias. Llamado por su congregación para servir en Filipinas, el padre Gilbert Sales abandonó Mongolia en 2005 cuando la comunidad católica mongola contaba ya con más de 300 personas y la misión se está expandiendo incluso más allá de la capital, Ulán Bator. Ahora, con motivo de la visita del Papa Francisco, regresará al país con profunda gratitud. Podrá encontrar y abrazar a muchos de los fieles mongoles que lo recuerdan con afecto. A la comunidad donde dejó un pedazo de su corazón quiere decirles: “Adelante con paciencia. El Espíritu sopla cuando y donde quiere y da fruto. Deja espacio para que la gracia de Dios guíe tus pasos. El Señor ha hecho y hará grandes cosas. Cantemos juntos el Magnificat”.
(Agencia Fides 26/8/2023)


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