ÁFRICA - Que la movilidad de los africanos sea una ocasión para la promoción humana y no para la explotación

sábado, 17 julio 2010

Roma (Agencia Fides) – En los países africanos viven actualmente casi mil millones de personas (el 14,8% de la población mundial). Según las estimaciones de las Naciones Unidas, los africanos a mitad del siglo llegarán a pasar los dos mil millones, con una incidencia de casi un cuarto sobre la población del planeta, y distinguiéndose por la edad media más baja (actualmente 19 años). Aumentará la urbanización, que ya incluye al 40-70% de la población africana, según los contextos, mientras la falta de crecimiento paralelo de los recursos económicos y sociales determinará un empeorarse de las condiciones de vida, con inevitables reflejos en los flujos migratorios. Es lo que se lee en un amplio reporte “África-Italia. Escenarios migratorios” de Caritas- Migrantes, redactado por unos sesenta autores después de un viaje de estudio a Cabo Verde.
Las migraciones, forzadas o voluntarias, se llevan a cabo ante todo al interno del continente africano. Se huye de los conflictos, como en Somalia, Eritrea, Congo y otros lugares. Según el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados, hoy en África viven 6 millones 340 mil desplazados internos, es decir casi la mitad (45%) de los desplazados internos de todo el mundo. Los refugiados y los que piden asilo son 2 millones 660 mil. Intensas son también las migraciones dictadas por motivos económicos: se pasa de las áreas agrícolas a las urbanas (Dakar, capital de Senegal, contaba con 1.600 habitantes en 1878 y actualmente con cerca de 2 millón 400 mil considerando solo la ciudad) y de un país menos próspero hacia otros que ofrecen mejores perspectivas ocupacionales, como Sudáfrica o los países árabes del Norte. Los migrantes cada año se transfieren desde la zona subsahariana en el Magreb son entre 65.000 y 120.000: no siempre se trata de un alojamiento definitivo, porque la intención normalmente es pasar a Europa, y una cuota estimada entre el 20% y el 38% trata de pasar el Mediterráneo. Las salidas hacia Europa, si son irregulares, siguen normalmente la vía del mar, y estas movilizaciones no pocas veces están marcadas por naufragios u otras circunstancias mortales.
De los casi 5 millones de africanos llegados a la Unión Europea, alrededor de la quinta parte se ha establecido en Italia. Las mujeres son el 39,8%, pero con variaciones notables según las diversas colectividades. Cada 10 migrantes africanos 7 son norteafricanos (69,6%) y casi 5 son marroquíes (46,3%). Cerca de medio millón de personas originarias del continente africano trabajan en el sistema productivo italiano. Los africanos constituyen una buena presencia en la industria (en el 41,7% de los casos) y los inmigrantes en general, no sólo africanos, comienzan a estar bien representados también en las cooperativas sociales y las de servicio, tanto como dependientes que como socios. No faltan con todo serios obstáculos a la inserción, como la explotación laboral, los estereotipos, los prejuicios y los comportamientos discriminatorios.
En el estudio son considerados también los problemas que hacen difícil a África el camino de la autonomía, y por lo tanto estimulan la emigración, en primer lugar por la herencia de la trata de esclavos y del colonialismo. Entre los 33 países del mundo colocados en la zona más baja según el índice de desarrollo humano de la ONU, 31 son africanos. Casi la mitad de la población africana es pobre y mal alimentada, especialmente en el área subsahariana, donde se concentra un octavo (12,4%) de la población de la Tierra (más de 800 millones de personas) con apenas el 2,1% de la riqueza mundial y una renta per capita 20 veces inferior a la de la Unión Europea. La desocupación juvenil llega al 60% y la agricultura sigue siendo la actividad principal (70% de los ocupados) pero, especialmente en el área subsahariana, es más de subsistencia. Los yacimientos mineros más grandes y rentables están en mano a las compañías extranjeras y los productos extraídos son exportados en bruto, por lo que la industria minera vinculada a la actividad de extracción prácticamente no existe. Las economías africanas son precarias y están marcadas por una modesta capacidad autónoma de crecimiento, porque dependen de factores externos sobre los cuales tienen poca posibilidad de incidir.
El éxodo de los africanos puede representar un factor de éxito para los protagonistas singulares, mientras que para sus países de origen es un factor de empobrecimiento, en particular cuando se trata de trabajadores calificados que han supuesto una inversión consistente en su formación. En total, un tercio de los intelectuales africanos vive en el extranjero, mientras que África subsahariana carece de un 30% de su mano de obra calificada.
Frente a este escenario, Caritas y Migrantes solicitan una intervención con el fin de que la movilidad de los africanos “no se transforme en una ocasión de explotación antes que de promoción humana”. El primer deber es el apoyo a la integración de los migrantes africanos, que tiene que ser comprendida como un intercambio dentro de un marco claro de deberes y derechos. En segundo lugar la migración tiene que ser entendida como uno de los pocos signos de esperanza. Los africanos en el extranjero son un potencial enorme para el “desarrollo” de sus propios países, que seguirá siendo potencial hasta que las políticas no intervendrán para sostenerlo. África necesita no sólo de las remesas sino también de un regreso de profesionales con capacidad de proyección. Como se sugiere en el prefacio del volumen, “África es un continente que tiene que ser visto con mayor esperanza, confiando en el aporte que podrán dar los mismos migrantes”. (SL) (Agencia Fides 17/7/2010)


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