AMÉRICA/ESTADOS UNIDOS - Emigrantes, refugiados y víctimas del tráfico: personas como nosotros, seres humanos que tienen un hombre, sueños y esperanzas, miedos y desilusiones

miércoles, 2 junio 2010

Washington (Agencia Fides) – “El punto de partida para atender a los migrantes, refugiados, víctimas de la trata es entender su situación y todas sus facetas, personal, social, económica, política, a la luz de la Palabra de Dios, así como reconocer la responsabilidad de estar implicados. Naturalmente, también se han de abordar los factores que causan su desarraigo. En este compromiso la Iglesia se guía por los ‘principios permanentes’ de su ‘doctrina social [que] constituyen los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica’.” Lo afirmó el hoy Presidente del Pontificio Consejo para los Migrantes, el Arzobispo Antonio María Veglió, en el discurso de apertura de la Consulta Regional de las Conferencias Episcopales de las Américas sobre la Emigración, que se realiza en Washington (Estados Unidos), del 2 al 4 de junio, sobre el tema: “Renewing Hope, Seeking Justice". La Consulta se propone como objetivo responder mejor a las exigencias de los emigrantes y de los refugiados en el gran continente americano, afrontando las causas profundas de la emigración a través de una coordinación más eficaz de los servicios, atención pastoral y políticas de “advocacy”.
El Arzobispo Vegliò recordó que en los Estados Unidos hay 38 millones de inmigrantes y “los EE.UU. se han configurado por los esfuerzos de los migrantes, antiguamente pero también en la actualidad. Muchos inmigrantes llegan a los EE.UU. con objetivos económicos, expectativas, pero también con su contribución. Los migrantes se han convertido en esenciales para la economía de los EE.UU”. Sin embargo, los cambios registrados en la sociedad –rápido crecimiento de la lengua española hablada en las Iglesias, el trabajo pastoral que depende mucho de los sacerdotes extranjeros, la concentración de restaurantes étnicos en una determinada zona –“no reflejan una mayor aceptación de la "alteridad" y la buena disposición a un cambio mutuo y recíproco. Un cambio en la persona que llega, pero también una modificación en la sociedad receptora”.
Al tocar el tema de los “Inmigrantes irregulares”, el Arzobispo destacó que muchos de ellos “han estado viviendo en el país durante años, trabajando y contribuyendo a la economía y al sistema de seguridad social”. El número de deportaciones en el 2008 superó las 350 mil personas y en Centroamérica “uno de los resultados no previstos ha sido el aumento de la violencia de las pandillas juveniles”. Los hijos de los inmigrantes, crecidos en los Estados Unidos, que es el único país que conocen, ven su futuro en peligro a causa de la dificultad de completar su formación escolástica. La Iglesia los apoya a través del proyecto DREAM (Desarrollo, sostenimiento y educación de menores extranjeros), y se esfuerza por contribuir a la regularización de 12 millones de inmigrantes irregulares al menos reconociendo su existencia. Pero ello, subrayó Mons. Vegliò, debe darse junto con una reforma de la inmigración, que no puede prescindir de la “voluntad política de afrontar humanamente la inmigración irregular”.
En los últimos treinta años, más de 2 millones de refugiados se establecieron en los Estados Unidos de América, cada uno con su propio bagaje cultural y una situación particular. “Los Programas de recepción y acomodación del Departamento de Estado los apoya durante un tiempo relativamente corto, con un subsidio único”, recordó el Arzobispo, luego del cual son considerados en grado de sostenerse y ser autónomos. Pero se sabe que, privados del apoyo necesario, muchos de ellos caen en la categoría de pobres americanos, compartiendo la situación de estos últimos… “Hay que tener en cuenta las necesidades y experiencias únicas de la persona, que se traducirán en diferentes programas, también con la solicitud de un período de apoyo diferente y, muy probablemente, más largo. Esto debe llevar a la autosuficiencia, al empleo y a la integración final en el país para que participen en la sociedad.”
El drama del tráfico de seres humanos toca hoy en día a casi todos los países, “ya sea explotación sexual, trabajo forzoso o servidumbre por deudas, niños soldados, o formas abusivas de adopción”. “Las causas profundas de la trata –recordó el Arzobispo– no son sólo la pobreza y el desempleo en los países en desarrollo. La demanda de mano de obra barata, de productos de bajo precio o de ‘sexo exótico o insólito’ son también causa fundamental de la trata que han de ser abordadas. Las diversas formas de trata constituyen una violación de los derechos humanos, que exigen distintos enfoques y medidas para restablecer la dignidad de las víctimas”.
Además, una nueva formada de traslado forzado se está produciendo, continuó el Presidente del Pontificio Consejo para los Migrantes: “Las personas se están marchando, pues ya no pueden ganarse la vida a causa de la descertificación de la creciente escasez de agua, aumentando el nivel del mar y la salinización de las aguas agrícolas. El cambio climático está también provocando cada vez más desastres naturales, como inundaciones y tormentas. Como resultado aumentan los conflictos a causa de los recursos. Esta nueva forma de desplazamiento tendrá enormes consecuencias en las próximas décadas. Las estimaciones frecuentemente mencionadas y aceptadas de 200 millones de personas desplazadas en el año 2050 por efecto del cambio climático indican la gigantesca dimensión del problema. La migración humana, sin duda, será una de las consecuencias más significativas del cambio climático.”
En la parte conclusiva de su discurso, Mons. Vegliò recordó cómo la Iglesia y las diócesis están desde hace tiempo activas en este campo, promoviendo una serie de proyectos, actividades e intercambios. Precisamente por ello, “existe el riesgo de que tengamos tan asumida nuestra participación que acabemos percibiendo a quienes están implicados en la inmigración como un trabajo, un caso o una ocupación. La hospitalidad puede protegernos de esa actitud. La hospitalidad no es tanto una tarea cuanto una manera de vivir nuestras vidas y de compartir. Ofrecer hospitalidad brota de nuestro esfuerzo por ser fieles a Dios, al escuchar la voz de Dios en las Escrituras y en la gente que nos rodea. Es uno de los temas centrales en el cristianismo desde los tiempos de la Iglesia primitiva. La acogida, la compasión y la igualdad de trato son parte de una respuesta cristiana apropiada, que rompe las barreras sociales. Es una respuesta a las necesidades de las personas, pero también un reconocimiento de su valor y de la humanidad compartida.” (SL) (Agencia Fides 2/06/2010; líneas, palabras)


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