“A Asia hay que ir”. Qué impulsó al Papa Francisco a mirar hacia Oriente

lunes, 28 abril 2025 papa francisco   viaje apostólico  

Catholic Bishop Conference of Myanmar

Por Paolo Affatato

(Agencia Fides) - Universalidad, inculturación, misericordia, referencia a los sacramentos: en el curso de su pontificado, el Papa Francisco ha trazado, siguiendo la dinámica de cómo el Evangelio se ha difundido y camina en tierras asiáticas, un ejemplo de autenticidad y un paradigma válido para la Iglesia en todo el mundo.

“A Asia hay que ir”, había afirmado el Papa Francisco en 2013, al inicio de su pontificado, de regreso de Brasil. Poco después, sus viajes a Corea (2014), Sri Lanka y Filipinas (2015) concretaron ese deseo de recorrer caminos y encontrarse con los pueblos de Oriente. Luego siguieron Myanmar y Bangladesh (2017), Tailandia y Japón (2019), Kazajistán (2022), Mongolia (2023) y, más recientemente, Indonesia, Timor Oriental y Singapur (2024).

La mirada del Papa hacia la poliédrica realidad de los pueblos asiáticos y sus civilizaciones se ha situado a años luz de las trampas del neocolonialismo de corte occidental. Por el contrario, su actitud ha sido siempre de apertura, aprendizaje y de captación de signos y lecciones útiles también para los creyentes de países de antigua tradición cristiana.

“He estado en el corazón de Asia y me ha hecho bien. Es bueno entrar en diálogo con ese gran continente, captar sus mensajes, conocer su sabiduría, su modo de ver las cosas, de abarcar el tiempo y el espacio”, confió el Papa Francisco al regreso de su viaje apostólico a Mongolia. Recordando que el pueblo mongol es una comunidad católica “humilde y alegre”, Francisco reveló uno de los elementos cruciales de su experiencia: “Es lejos de los focos donde a menudo se encuentran los signos de la presencia de Dios. El Señor, de hecho, no busca el centro del escenario, sino el corazón sencillo de quien lo desea y lo ama sin aparentar, sin querer sobresalir por encima de los demás”.

En el continente más vasto y plural, cuna de grandes religiones, donde las comunidades católicas son a menudo minúsculas, ocultas y aparentemente irrelevantes, el Papa Bergoglio ha reconocido el significado profundo de la catolicidad: una “universalidad encarnada e inculturada”, que capta y asume el bien allí donde vive y sirve a las personas con las que convive. El Papa ha elogiado el testimonio de tantos misioneros que, en contextos donde Cristo aún no había sido anunciado, fueron germen “no de una universalidad que homologa, sino de una universalidad que incultura”. Así, en Asia Central, los misioneros “fueron a vivir como el pueblo mongol, a hablar su lengua, a tomar sus valores y a predicar el Evangelio al estilo mongol. Fueron y se inculturaron: tomaron la cultura mongola para inculturar el Evangelio en esa cultura”.

Las comunidades católicas asiáticas, precisamente por su condición de “pequeños rebaños”, han podido desarrollar su misión como “obras y lugares de misericordia”: espacios abiertos, acogedores, donde las miserias humanas pueden encontrarse sin vergüenza con la misericordia de Dios que levanta y cura.
En estos contextos, subrayó Francisco, “es decisivo saber ver y reconocer el bien”. Y añadió: “Es importante, como hace el pueblo mongol, dirigir la mirada hacia arriba, hacia la luz de la bondad. Sólo así, partiendo del reconocimiento del bien, ayudamos a que crezca”.

“¡Pensemos en cuántas semillas de bien, ocultas, hacen florecer el jardín del mundo, mientras que normalmente sólo oímos hablar del ruido de los árboles que caen!”. Y refiriéndose nuevamente a Mongolia, el Papa destacó: “Qué pueblo que aprecia sus raíces y tradiciones, respeta a sus mayores y vive en armonía con su entorno. Es un pueblo que escruta el cielo y siente el aliento de la creación. Pensando en las extensiones ilimitadas y silenciosas de Mongolia, sintámonos impulsados a ampliar los límites de nuestra mirada”.

De esa experiencia, Francisco extrae una enseñanza de alcance universal: “ensanchar los límites de nuestra mirada, para ver el bien que hay en los demás y dilatar nuestros propios horizontes. Y también para dilatar el corazón: para comprender, para estar cerca de cada persona y de cada civilización”.

Una clave de lectura que resume la mirada, a menudo emocionada, del Sucesor de Pedro hacia las pequeñas comunidades católicas dispersas en Asia, que confían más en la fuerza y la gracia del Espíritu Santo que en cualquier poder económico, político o mediático. Comunidades que siguen sustentándose en dos fuentes fundamentales para la misión: los sacramentos de la Eucaristía y de la Confesión, que Francisco no ha dejado de señalar como el corazón vivo de toda obra misionera.

El primero de los dos puntos fuertes es la Eucaristía, el sacramento en el que Dios se ofrece a sí mismo, en su carne y en su sangre, interrumpiendo así el ciclo de violencia y muerte. El ciclo de la vida y la muerte constituye un tema central en religiones como el hinduismo, el budismo y el taoísmo, todas ellas originarias del continente asiático; por ello, el sacramento de la Eucaristía posee un poder y un significado muy especiales para los pueblos de Asia.

Incluso en comunidades insertas en contextos hostiles -pensemos, por ejemplo, en Afganistán-, donde la situación política impide el pleno ejercicio de la libertad religiosa, sigue siendo posible celebrar el sacramento de la Eucaristía, presencia viva de Cristo.

El segundo punto fuerte para la misión de la Iglesia es el sacramento de la Confesión, que ofrece a los fieles una relación personal con Dios. A través de un intermediario humano, Dios concede el perdón y dona la reconciliación: un don existencial que viene de lo alto y no es fruto exclusivo de un compromiso meditativo o de un camino de purificación interior.

Por esta razón, “nuestras celebraciones eucarísticas están llenas de no cristianos”, ha explicado el padre Enrique Figaredo Alvargonzález, Prefecto Apostólico de Battambang, en Camboya, país de mayoría budista, “y entre ellos muchos inician el camino hacia el bautismo”.
(PA) (Agencia Fides 28/4/2025)


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