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Nur-Sultan (Agencia Fides) – En la Iglesia «nadie es extranjero», porque el misterio de Dios ha sido revelado «a todos los pueblos », y «no sólo al pueblo elegido o a una élite de personas religiosas». La fe y la salvación prometida por Cristo, no ha sido transmitida de generación en generación «como un conjunto de cosas que hay que entender y hacer, como un código fijado de una vez para siempre». Son el don que Cristo resucitado puede obrar hoy en la vida de los que le siguen. Y los que más fácilmente pueden notarlas y disfrutarlas son los pequeños, los pobres de espíritu, «porque la pequeñez nos entrega humildemente al poder de Dios y nos lleva a no cimentar la acción eclesial en nuestras propias capacidades». Así se ha dirigido el Papa Francisco a la pequeña comunidad católica de Kazajistán - recordando también que «hay una gracia escondida al ser una Iglesia pequeña, un pequeño rebaño» - en el tercer y último día de su Viaje Apostólico a Kazajistán, reuniéndose en la catedral católica de Nur-Sultán con obispos, sacerdotes, consagrados, laicos y agentes de pastoral, la mayoría de los cuales llegados de países lejanos. Una vez más, el Papa Francisco ha querido aprovechar la ocasión para sugerir a todos la propia y misteriosa dinámica por la que la salvación de Cristo se extiende por todo el mundo, partiendo siempre de un «pequeño rebaño».
La Iglesia de Cristo, y toda auténtica aventura cristiana – ha señalado el Papa, inspirándose en algunas palabras clave de la Carta de San Pablo a los Efesios -, se mueven en el mundo entre el recuerdo y la espera, entre la «herencia» y la «promesa».
Toda obra apostólica auténtica no se produce por sí misma. Cada Iglesia – ha recordado el Obispo de Roma - «hereda siempre una historia, siempre es hija de un primer anuncio del Evangelio, de un evento que la precede, de otros apóstoles y evangelizadores que la establecieron sobre la palabra viva de Jesús». En Kazajistán, un país multicultural y multirreligioso, el vivo presente de las comunidades cristianas está ligado a la rica historia que lo precede, y que se nutre de la difusión del anuncio del Evangelio en Asia Central que comenzó ya en los primeros siglos del cristianismo. Muchos evangelizadores y misioneros - ha recordado el Papa - se han dedicado a difundir la luz del Evangelio, fundando comunidades, santuarios, monasterios y lugares de culto. Un legado que debe ser honrado y apreciado. « En el camino espiritual y eclesial» ha insistido el Pontífice « no debemos perder de vista el recuerdo de cuantos nos anunciaron la fe». En la experiencia cristiana, el «hacer memoria nos ayuda a desarrollar el espíritu de contemplación por las maravillas que Dios ha realizado en la historia, aun en medio de las fatigas de la vida y de las fragilidades personales y comunitarias». La memoria cristiana – ha insistido el Papa Francisco - no es un «mirar hacia atrás con nostalgia». La memoria del pasado «no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a la promesa del Evangelio. Jesús nos aseguró que estará siempre con nosotros. Por lo que no se trata de una promesa dirigida sólo a un futuro lejano, sino que estamos llamados a acoger hoy la renovación que el Resucitado lleva a cabo en la vida». Por ello la fe «no es una hermosa exposición de cosas del pasado, sino un evento siempre actual, el encuentro con Cristo que tiene lugar en nuestra vida, aquí y ahora». Es esta «memoria viva de Jesús, que nos llena de asombro y a la que accedemos sobre todo por el Memorial eucarístico, la fuerza del amor que nos impulsa. Es nuestro tesoro». Po eso «sin memoria no hay asombro. Si perdemos la memoria viva, entonces la fe, las devociones y las actividades pastorales corren el riesgo de debilitarse, de ser como llamaradas, que se encienden rápidamente, pero se apagan enseguida». De este modo desaparece la gratitud a Dios y a los hermanos y «se cae en la tentación de pensar que todo depende de nosotros». Mientras que los cristianos y todos los que participan en la labor apostólica de la Iglesia están llamados a confesar y dar testimonio de la obra de Cristo, están llamados a «dar testimonio de la esencia de la salvación, de la novedad de Jesús, de la novedad que es Jesús».
En esta obra de testimonio – ha continuado el Pontífice, refiriéndose a la pequeñez numérica de la comunidad católica en Kazajistán y a la inmensidad de ese inmenso país- uno podría sentirse “pequeño” e inadecuado. Pero el Evangelio – ha recordado el Papa Francisco – «dice que ser pequeños, pobres de espíritu, es una bienaventuranza, la primera bienaventuranza». Lejos de cualquier lamento sobre la condición de “minoría” que viven los cristianos en grandes partes del mundo, el Sucesor de Pedro ha recordado que «hay una gracia escondida al ser una Iglesia pequeña, un pequeño rebaño, en lugar de exhibir nuestras fortalezas, nuestros números, nuestras estructuras y cualquier otra forma de prestigio humano, nos dejamos guiar por el Señor y nos acercamos con humildad a las personas. Ricos en nada y pobres de todo, caminamos con sencillez, cercanos a las hermanas y a los hermanos de nuestro pueblo», empezando por los pertenecientes a otras comunidades cristianas.
Al concluir su discurso, el Obispo de Roma ha pedido a la pequeña comunidad católica de Kazajistán a ser «una comunidad abierta al futuro de Dios, encendida por el fuego del Espíritu: viva, llena de esperanza, disponible a su novedad y a los signos de los tiempos, animada por la lógica evangélica de la semilla que da frutos de amor humilde y fecundo». El Papa también ha pedido que se dé espacio a los laicos, «para que las comunidades no se hagan rígidas y no se clericalicen». El Pontífice además, ha exhortado a los obispos y sacerdotes a «no ser administradores de lo sagrado o gendarmes preocupados por hacer que se respeten las normas religiosas, sino pastores cercanos a la gente», invitando a todos a encontrar consuelo en los grandes testigos que han marcado la historia reciente del catolicismo en Kazajistán, como el beato Wladislaw Bukowinski (1904-1974), un sacerdote que pasó su vida atendiendo a los enfermos, los necesitados y los marginados, y que conoció la cárcel y los trabajos forzados. «Ya desde antes de la beatificación» ha recordado el Papa «siempre había sobre su tumba flores frescas y una vela encendida. Esto confirma que el Pueblo de Dios sabe reconocer dónde hay santidad, dónde hay un pastor enamorado del Evangelio».
(GV) (Agencia Fides 15/9/2022)