VATICANO - El Discurso del Santo Padre a las Obras Misionales Pontificias

sábado, 18 mayo 2013

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - A las 12.30 de la mañana del 17 de mayo del 2013, el santo padre Francisco ha recibido en la Sala Clementina del Palacio Apostólico a los participantes de la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias y les ha dirigido el discurso que publicamos a continuación:

•DISCURSO DEL SANTO PADRE:

Me complace de forma especial, queridos hermanos y hermanas, reunirme por primera vez con ustedes, Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias de todo el mundo. Saludo cordialmente al Cardenal Fernando Filoni, le doy las gracias por el servicio que realiza como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, así como por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. El Cardenal Filoni realiza un trabajo adicional en este momento: él es profesor. Viene para “enseñarme la Iglesia”. Sí, viene y me dice: esta diócesis es así, así y así... Yo conozco la Iglesia gracias a sus lecciones. ¡Y son lecciones gratuitas!. Saludo también al Secretario, Monseñor Savio Hon Tai-Fai, al Subsecretario Adjunto Mons. Protase Rugambwa, y a todos los colaboradores del Dicasterio y de las Obras Misionales Pontificias, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas.

1. Me gustaría deciros que os aprecio de forma especial porque ayudáis a tener siempre viva la actividad de evangelización, paradigma de toda obra de la Iglesia. La misionariedad es el paradigma de toda obra de la Iglesia; es una actitud paradigmática. De hecho, el obispo de Roma está llamado a ser pastor no solamente de su Iglesia particular, sino de todas las Iglesias, para que el evangelio sea anunciado hasta los extremos de la tierra. Y en esta tarea las Obras Misionales Pontificias son un instrumento privilegiado en las manos del papa, el cual es principio y signo de la unidad y de la universalidad de la Iglesia, (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen gentium, 23). De hecho se llaman “pontificias” porque están bajo la directa disposición del obispo de Roma, de manera que sea ofrecido a todos el don precioso del evangelio, Estas son plenamente actuales, más aún, necesarias porque hay tantos pueblos que todavía no han conocido ni encontrado a Cristo y urge encontrar nuevas formas y caminos para que la gracia de Dios toque el corazón de cada hombre y cada mujer y los lleve a Él. Todos nosotros somos instrumentos sencillos, pero importantes; hemos recibido el don de la fe no para ocultarlo, sino para difundirlo, para que pueda iluminar el camino de tantos hermanos.

2. Ciertamente la misión que nos espera es difícil, pero con la guía del Espíritu Santo se transforma en una misión que entusiasma. Y aunque todos experimentamos nuestra pobreza, nuestra debilidad al llevar al mundo el tesoro precioso del Evangelio, debemos recordar la frase de san Pablo: «Nosotros... tenemos este tesoro en vasos de creta, para que sea visible que esta extraordinaria potencia le pertenece a Dios y no viene de nosotros» (2Cor 4,7). Y esto nos tiene que dar siempre coraje: saber que la fuerza de la evangelización procede de Dios, le pertenece. Nosotros estamos llamados a abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu Santo, a ofrecer toda nuestra disponibilidad para ser instrumentos de la misericordia de Dios, de su ternura y de su amor por cada hombre y mujer, sobre todo por los pobres, los excluidos, los que están lejos. Y esta para cada uno de los cristianos, para toda la Iglesia, no es una misión facultativa, sino esencial. Como decía San Pablo: «Anunciar el Evangelio no es para gloriarme, sino un deber ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9,16). La salvación de Dios es para todos!

3. A vosotros queridos directores nacionales os repito la invitación que hizo Pablo VI casi cincuenta años atrás, de cuidar celosamente la universalidad de las Obras Misionarias «que tienen el honor, la responsabilidad y el deber de sostener la misión [de anunciar el evangelio], con las ayunas necesarias» (Discurso a las Obras Misionarias Pontificias, 14 de mayo de 1965: AAS 57 1965, 520). No os canséis de educar a todos los cristianos, desde la infancia, a un espíritu verdaderamente universal y misionero, y de sensibilizar a toda la comunidad a apoyar y ayudar a las misiones de acuerdo a las necesidades de cada uno (cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Ad gentes, 38). Aseguraos de que las Obras Misionales Pontificias siguen la estela de su tradición centenaria, animando y formando a las Iglesias, abriéndolas a una dimensión más amplia de la misión evangelizadora.
Si bien las OMP están puestas también bajo la solicitud de los obispos, para que se «radiquen en la vida de las Iglesias particulares» (Estatuto de las Obras Misionarias Pontificias, n. 17); deben convertirse realmente en una herramienta privilegiada para la educación en el espíritu misionero universal y en la comunión y colaboración cada vez más intensas entre las Iglesias para el anuncio del Evangelio al mundo. Frente a la tentación de las comunidades de encerrarse en sí mismas, preocupadas por sus problemas vuestra tarea es llamar a la “missio ad gentes”, de testimoniar proféticamente que la vida de las Iglesias es misión y es misión universal. El ministerio episcopal y todos los ministerios son para el crecimiento de la comunidad cristiana, pero también se ponen al servicio de la comunión entre las Iglesias para la misión de la evangelización. En este contexto les invito a tener una atención particular por las Iglesias jóvenes que, a menudo, viven en un clima de dificultad, de discriminación y también de persecución, para que sean sostenidas y ayudadas a la hora de testimoniar con la palabra y las obras el Evangelio.

Queridos hermanos y hermanas, al renovar mi agradecimiento a todos, os animo a continuar con vuestro compromiso para que las Iglesias locales asuman cada vez con más generosidad, su parte de responsabilidad en la misión universal de la Iglesia.
Invocando a María, Estrella de la evangelización, hago mías las palabras de Pablo VI, palabras de una actualidad como si hubieran sido escritas ayer. El Papa decía así: «que el mundo actual, que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo» (Exhort. Apost. Evangelii nuntiandi, 80). Gracias.

A vosotros, a vuestros colaboradores, a vuestras familias y a todos los lleváis en el corazón, a vuestro trabajo misionero, a todos imparto mi bendición. (Agencia Fides 18/5/2013)


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