INTENCIÓN MISIONERA - “Para que los pueblos de la tierra abran las puertas a Cristo y a su Evangelio de paz, fraternidad y justicia” - Comentario a la Intención Misionera de diciembre de 2010

lunes, 29 noviembre 2010

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – En su libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI recuerda cuál es el sentido original de la palabra evangelio. Habitualmente se traduce simplemente como buena noticia. Pero su sentido es más profundo. Proviene de la Roma imperial, donde las palabras del emperador eran anuncio de favor y salvación para el pueblo. Después pasó a designar el género literario de los escritos que nos legaron el apóstol Juan, Mateo, Marcos y Lucas. Pero si retornamos a su sentido primero, sólo la Palabra de Jesús es verdaderamente evangelio. Él, que es la Palabra hecha carne, se convierte en evangelio vivo para nosotros. Su persona y su presencia, traen la salvación de Dios para los hombres.
Cristo, como Palabra del Padre, dirigida a cada hombre, está postulando una respuesta para poder entablar un diálogo salvador con los hombres. El Apocalipsis nos recuerda la actitud de Cristo ante cada hombre: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Tenemos que alzar nuestra oración para que los corazones de todos los hombres se abran a Dios. En la medida en que nosotros le dejemos entrar a cenar con nosotros, es decir, le abramos nuestra intimidad, Cristo irá trasformando los corazones y la sociedad misma.
Cristo mismo es nuestra paz. Se ha hecho hermano nuestro al hacerse hombre, se ha hecho pequeño para que no podamos tener miedo de acercarnos a Él, de abrirle la puerta y recibirle. Él es para nosotros justicia salvadora de Dios. El concepto humano de justicia consiste en dar a cada uno lo que es suyo, pero Dios tiene un concepto distinto de justicia. Él ha entregado a su Hijo a la muerte por nosotros, y así el justo ha muerto por el pecador.
A nuestros ojos, la justicia de Dios aparece como injusta, porque cada uno recibe lo contrario de lo que es suyo. El justo asume la maldición del pecado y el pecador recibe la bendición que corresponde al justo. Pero Dios tiene un concepto distinto de justicia. Por eso, afirma Benedicto XVI: “Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad” (Mensaje para la Cuaresma 2010).
En la Navidad contemplamos la Palabra que se ha hecho carne. La Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña que puede caber en un pesebre. Se ha hecho niño y ahora tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret (Cfr. Verbum Domini, 12). “Él vino a los suyos y los suyos no le recibieron, más a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios” (Jn 1, 11-12). Sólo gracias a la filiación divina, podemos llegar a ser hermanos. Sólo cuando hay un Padre, puede existir la fraternidad. Porque Cristo nos ha hecho hijos, podemos ahora ser hermanos.
Que María nos enseña a escuchar la Palabra, a guardarla en el corazón y darle carne, para que Cristo sea visible en nosotros para nuestros hermanos. (Agencia Fides 29/11/2010)


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