“Para que la Iglesia sea el ‘hogar’ de todos, pronta a abrir sus puertas a cuantos son obligados a emigrar a otros países por las discriminaciones raciales y religiosas, el hambre y las guerras” - Comentario a la Intención Misionera de agosto de 2010

sábado, 24 julio 2010

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Uno de los problemas más acuciantes del hombre actual, es el sentido de soledad. En medio de las multitudes que inundan las grandes ciudades, se echa de menos el interés por la persona. Hay muchas personas que experimentan la soledad, el abandono, aunque estén rodeadas de cientos de seres humanos. Este problema lo sufren especialmente los inmigrantes, aquellos que han tenido que abandonar sus casas y sus países de origen, forzados por la brutalidad de la guerra, la discriminación del racismo o la intolerancia de una religión impuesta, en contra de la propia conciencia.
Pertenece al mismo ser de la Iglesia el tener un sentido de “familia en Dios”, más aún, un sentido de “hogar”. El “hogar” es el lugar donde cada persona se sabe amada, valorada por lo que es. Decir “hogar” es decir calor humano, experiencia de la maternidad. Precisamente es con frecuencia la madre de familia, con su cariño materno, quien transforma una casa en un “hogar”. También la Iglesia, como Madre Santa, debe ser “hogar” para todos sus hijos, especialmente para los más necesitados.
Siempre deben resonar en nuestros oídos las palabras del Maestro: “Lo que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La realidad de la emigración crea en la persona que la sufre unas condiciones muy duras, de indefensión, de inseguridad, de falta de lo más necesario. Con frecuencia se une la limitación creada por la barrera lingüística, la falta de trabajo, etc. Su situación de debilidad y necesidad, a veces desesperada, los hace susceptibles de ser manipulados. Con frecuencia deben sufrir también abusos de tipo laboral. Pero no debemos olvidar que “el emigrante es una persona humana con derechos fundamentales inalienables que todos deben respetar siempre” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada del Emigrante 2010).
Es deber de todos nosotros, presentar un rostro de la Iglesia que refleje verdaderamente el rostro de Cristo. Un rostro materno que sea expresión de las “entrañas de misericordia de nuestro Dios”. El Papa Benedicto en la encíclica “Deus caritas est” ha dado una doctrina muy clara sobre el ejercicio de la caridad en la Iglesia. Por una parte, afirma que pertenece a su esencia, junto a la predicación de la Palabra de Dios y la santificación de los hombres a través de los sacramentos. Por otra parte, afirma que: “La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado «casualmente» (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea. No obstante, quedando a salvo la universalidad del amor, también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad” (DCE, 25b).
También, hablando de los siete primeros diáconos, clarifica que “este grupo tampoco debía limitarse a un servicio meramente técnico de distribución: debían ser hombres «llenos de Espíritu y de sabiduría» (cf. Hch 6, 1-6). Lo cual significa que el servicio social que desempeñaban era absolutamente concreto, pero sin duda también espiritual al mismo tiempo; por tanto, era un verdadero oficio espiritual el suyo, que realizaba un cometido esencial de la Iglesia, precisamente el del amor bien ordenado al prójimo” (DCE, 21). No se trata de un servicio meramente social, es una expresión de la caridad sobrenatural de la Iglesia.
Pidamos a María, nuestra Madre, que nos ayude a ser verdaderamente el rostro materno de la Iglesia como expresión de amor de Dios por todos los hombres. La Madre de Dios tuvo que emigrar a Egipto para defender la vida de la Vida, y experimentó las carencias y necesidades de los emigrantes. A su maternidad confiamos a todos nuestros hermanos que han debido abandonar su patria. Que Ella los custodie hasta la patria eterna. (Agencia Fides 24/07/2010)


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