EUROPA/ITALIA - "Misioneras de la oración” - Una contribución de la Abadesa de las Benedictinas de la Abadía de Rosano con motivo de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

viernes, 27 abril 2007

Rosano (Agencia Fides) - La unión profunda que une la vida contemplativa y la misión es una constante en la vida de la Iglesia y tiene su significado esencial en la vida misma del Señor quien, encarnándose para llevar a todos los hombres la Buena Nueva, pasó los primeros treinta años de su breve existencia terrena en una vida pobre y escondida entretejida de oración y trabajo pero sumamente fecunda por esa oblación total al Padre que se resume en las palabras: "He aquí oh Padre, que vengo a hacer Tu voluntad".
Toda monja siente intensamente este compromiso misionero, este anhelo de llevar el Evangelio, la Buena Noticia, hasta los últimos confines del mundo y lo realiza usando los medios que son propios de la vida contemplativa claustral. Su oración, el trabajo asiduo y generoso de una conversión que llegue hasta las fibras más profundas del ser, el sacrificio, casi siempre escondido y sin gloria aparente, tal como se presenta en el entretejido de los hechos cotidianos, toda sube hasta el corazón de Dios y de este desciende de nuevo como fermento de gracia para abrir un horizonte de luz allí donde todavía no ha llegado el nombre de Jesús, a preparar silenciosamente mentes y corazones para acoger la sobrecogedora noticia de un Dios que por amor se hace hombre y muere amor para salvarlo.
Una de las características más específicas de nuestra vocación es no llegar a conocer concretamente el fruto de nuestra vida, no ver la sonrisa de quien recibe el consuelo de nuestra oración, no recibir el agradecimiento de aquel a quien hemos ayudado y esto hace el don absolutamente gratuito, lo pone todo a disposición de Dios que le envía allá dónde sólo Él ve la necesidad, sólo Él percibe el grito afligido, y a veces desesperado, de quien se encuentra sólo aún en medio de tanta gente, de quien es pobre aún en medio de riquezas, de quien está en la oscuridad porque o tiene la luz de la fe, la única capaz de dar verdadero sentido a la vida.
Los misioneros que llegan al Monasterio presentan a nuestros ojos un horizonte que, aunque sea lejano, incluso a veces muy lejano en el espacio, nos ve presentes de modo realmente sorprendente. Cuántas veces en sus narraciones podemos ver la mano benéfica de Dios que previene, que resuelve situaciones que parecen insolubles, que da fuerza, ánimo y constancia a los que anuncian el Reino entre grandes fatigas, riesgos y sufrimientos. Ellos y nosotros somos conscientes de que el Omnipotente, que no necesita de nada ni de nadie, ha querido asociar su criatura en la obra de la Salvación, que esa mano colmada de toda la gracia es feliz de distribuir el pequeño don que nuestro amor, con paciencia y constancia, ha realizado por nuestros hermanos.
Hace un par de años nos enviaron desde una lejana misión un gran paquete de semillas utilizables para confeccionar Rosarios. La Madre mandó hacer uno para cada monja y se lo regaló con ocasión de su fiesta onomástica. Desgranando los granos de este rosario entre las manos mientras caminamos rápidas a lo largo de los claustros o por los largos pasillos o mientras nos encontramos ante el tabernáculo, fuente y cumbre de nuestra vida contemplativa, nos parece poder hacer llegar, por medio de la mano materna de Maria, una caricia leve pero eficaz a todos nuestros hermanos y hermanas que gracias a la labor de quienes han entregado toda su vida a Dios en la oración y en la misión han conocido y creído en el amor. Benedictinas de S. Maria de Rosano, Madre Maria Estefanía Robione OSB. (Agencia Fides 27/4/2007 - Líneas: 43 Palabras: 638)


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