JUAN PABLO II Y EUROPA - de S Em. el Card.. Philippe Barbarin, Arzobispo de Lion

sábado, 18 octubre 2003

Lión (Agencia Fides) - En el momento en que Europa busca las formas de su unidad política, el pensamiento del Santo Padre puede aportar una contribución original. Para Juan Pablo II, Europa no es solo un dato geográfico externo a las naciones que la componen y que se superponen de forma más o menos armoniosa. Europa es antes que nada una vocación espiritual específica de todo estado. Europa es al mismo tiempo profundamente una y diversa.
¿Cuál es el secreto de esta tensión entre la unidad y diversidad? Una lectura veloz de los documentos pontificios, en particular de las homilías pronunciadas en las distintas capitales europeas, hace emerger un hilo conductor subterráneo. Este hilo conductor es la articulación, del todo original en el pensamiento del Santo Padre, entre cultura y política.
La unidad de Europa, antes que política es cultural: las laceraciones que han obscurecido a lo largo de los siglos la identidad política de Europa son bien conocidas. Separaciones confesionales, crecimiento de los nacionalismos que sustituyen progresivamente la idolatría de las nación por un sano patriotismo. Pero estas fisuras políticas no consiguen hacer desaparecer la unidad cultural de un continente que ha sabido forjar en el curso de su historia un patrimonio común de valores éticos y de experiencias religiosas.
El pensamiento del Santo Padre proyecta sobre Europa, de un mundo casi visionario, lo que el vivió cuando su país pudo sobrevivir gracias a su cultura. Se sabe que la elección de hacer vivir la cultura polaca por medio del teatro fue para Karol Wojtyla una forma de autentica resistencia política. Esta intuición de Juan Pablo II es la que reclama hoy cada vez que recuerda que la responsabilidad política actual esta radicada en una común cultura fundadora.
Los regímenes políticos de las diversas naciones puede cambiar, los intereses pueden ser incluso antagónicos, pero Europa permanece siempre como una comunidad cultural formada por una tradición plurisecular. Frente a esta continuidad trascendente el Papa recuerda a todos los países, a cada gobierno la propia responsabilidad en el tiempo presente. Porque si esta continuidad cultural se impone a cada Estado, esta se impone desde dentro y no desde el exterior. Cada Estado es a su modo, una concretización política de la única cultura europea. Cada capital es como , le gusta recordar a Juan pablo II, al mismo tiempo, capital de un país concreto y capital europea. En los diversos mensajes dirigidos a Francia durante sus visitas pastorales, el Santo Padre no ha dejado nunca de subrayar esta doble identidad de una capital como París: capital del continente europeo. La diversidad deriva pues de la riqueza misma de la cultura europea: corresponde a cada país realizar su específica modalidad en el ser miembro de Europa.
Más que nadie el Papa conoce cuan frágil puede ser una cultura: son necesarios siglos e incluso milenos para construir una cultura ; bastan pocas generaciones para destruirla. El sucesor de Pedro tiene una viva conciencia de la responsabilidad histórica del Papado en la lenta construcción de la cultura europea: el tiene una conciencia muy viva de la fragilidad de esta construcción amenazada mas que nunca por las tentaciones de los desvíos de la identidad. El peligro de estas desviaciones es el de romper los lazos que por medio de la cultura, deben unir lo político y lo espiritual. Porque sin ninguna duda es allí donde encuentra la base de la visión europea del Santo Padre: los que es verdadero de cada continente lo es de modo más especifico, para el peso de la historia, de Europa.
La insistencia del Santo Padre sobre el papel antropológico de la cultura perceptible en la encíclica “Fides et Ratio” es en primer lugar una insistencia sobre la mediación entre lo espiritual y los político. la cultura es un elemento decisivo de esta relación siempre problemática entre la dimensión espiritual y la dimensión política de Europa. La voluntad del Papa de promover el papel original de la Iglesia en la cultura deriva de esta intuición centrada: la cultura permite encarnar en la política la vocación espiritual de un continente. “Francia, hija primogénita de la Iglesia ¿qué has hecho de tu bautismo?” Este interrogante la Iglesia lo dirige a toda la iglesia por medio de Francia, ella se dirige a Francia no solo por la historia, sino por su responsabilidad actual en la construcción de una unidad política que sea verdaderamente expresión de una vocación espiritual.
En 25 años de infatigable Magisterio, se han designado con firmeza las grandes líneas de esta vocación espiritual que se debe encarnar en orientaciones políticas coherentes. “El Papa de los derechos del hombre”: Juan Pablo II ha mostrado en todos los campos que estos derechos son indivisibles y que la libertad religiosa es la piedra angular de la unidad orgánica de estos derechos. El ha recordado que la importancia política de los derechos del hombre encuentra su orientación, su eje, en la libertad religiosa que transforma estos derechos en derechos del hombre y deberes hacia Dios, el Papa retoma la intuición del Concilio Vaticano II para recordar a Europa que la promoción de la libertad religiosa, valor principal en la historia del continente, es el punto decisivo de mediación. No puede haber derechos humanos sin el deber hacia el hombre de ser realmente libre frente a Dios y para Dios. En este sentido, Europa podrá, por medio de su influencia cultural y su acción política, continuar testimoniando su vocación espiritual.
Esta reflexión fundamental, desarrollada después del célebre discurso de 1980 en la UNESCO, esta integrada dentro de la exhortación a la esperanza cuyo vértice es dado por la carta post-sinodales “Ecclesia in Europa” (Junio 2003): “Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir” (Ap. 3,2). Nuestras comunidades eclesiales(...) necesitan también ellas, ser de nuevo la voz de los apóstoles que les invita a la gran obra de la “nueva evangelización”. Así es como Jesucristo llama a nuestras Iglesias en Europa a la conversión y se convertirán entonces, con el Señor y por la fuerza de su presencia, en portadores de esperanza para la humanidad. (§ 23). Juan Pablo II saca la fuerza de su voz y el ímpetu de su esperanza del texto del Apocalipsis que constituye la trama espiritual de este texto.
El recuerdo más significativo del llamamiento lanzado por Juan Pablo II a Europa en todo su pontificado es quizá el discurso que pronunció en Santiago de Compostela en 1982: “Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal... te dirijo a ti, vieja Europa, un grito lleno de amor: encuéntrate a ti misma, se tú misma. Redescubre tus orígenes. Reaviva tus raíces... Tú puedes ser todavía un faro de civilización y un empuje de progreso para el mundo. Los otros continentes te miran y esperan también de ti la respuesta que Santiago dio a Cristo: “Yo lo puedo”. (Agencia Fides 18/10/2003).


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