VATICANO - La venida del Mesías, es el acontecimiento cualitativamente más importante de toda la historia. El Santo Padre Benedicto XVI preside la celebración de las Vísperas y del Te Deum en la Basílica Vaticana el 31 de diciembre de 2006.

miércoles, 3 enero 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Dos son las características relevantes de la celebración de las Vísperas y del Te Deum: la conclusión del año civil y la memoria litúrgica de la Madre de Dios.
La primera ofrece al Santo Padre la ocasión para una reflexión sobre el significado del tiempo, no sin una crítica a ciertos ritos mundanos típicos de las celebraciones de fin de año. “En las últimas horas de cada año solar asistimos al repetirse de algunos ‘ritos’ mundanos que, en el actual contexto, están dirigidos sobre todo a la diversión, vivida muchas veces como evasión de la realidad, caso para exorcizar los aspectos negativos y propiciar fortunas improbables”.
La “fuga de la realidad” es la actitud típica de la cultura contemporánea que, no sabiendo dar respuestas a la pregunta por el significado que la realidad impone, debe reducirla necesariamente, huyendo de ella.
“¡Qué distinta debe ser la actitud de la Comunidad cristiana!”, afirma el Papa. En efecto la actitud propia de todo cristiano es la fidelidad a la realidad: a la propia realidad de hombre creado y a la realidad como lugar de la plena manifestación de Dios en el Verbo encarnado. La fuga de la realidad no ha representado nunca al verdadero cristianismo, sino que justamente el seguimiento del método de Dios que ha querido “entrar” en la realidad, es la característica y el criterio de discernimiento y de reconocimiento del cristiano. Incluso cuando la realidad parece negar a Cristo, negando al mismo tiempo al hombre y sus derechos inalienables, el cristiano sabe que “es el acontecimiento de la Encarnación a ‘llenar’ de valor y de significado la historia”.
La dignidad extraordinaria del hombre está significada fuertemente también por el “respeto de Dios por nosotros hombre y por nuestra historia. Él no ha llenado el tiempo volcándose en él desde lo alto, sino ‘desde adentro’, haciéndose una pequeña semilla para conducir a la humanidad hasta su madurez plena”.
La maternidad de María Santísima es símbolo real, sacramento de este método de Dios, ella “es al mismo tiempo un evento humano y divino”.
Recordando la importancia del término Madre de Dios, “Theotókos”, el Papa vuelve con la mente a la etapa de Éfeso durante el viaje en Turquía y agradece a la Virgen por la especial protección acordada en esos días de gracia.
El Santo Padre recuerda, asimismo, que también la segunda parte del Ave María tiene un profundísimo valor ya que en ella se recuerda justamente el título de Madre de Dios: “cada vez que recitamos el Ave María, nos dirigimos a la Virgen con este título, suplicándole que rece ‘por nosotros pecadores’. Al final de un año, sentimos la necesidad de invocar de modo completamente especial la intercesión maternal de María Santísima”.
Las situaciones en el mundo aparentemente sin esperanza, son finalmente confiadas a la intercesión de la Virgen, con la certeza que verdaderamente nada es imposible para Dios: “A Ella, que es la Madre de la Misericordia encarnada, confiamos sobre todo las situaciones en las cuales sólo la gracia del Señor puede traer paz, consuelo, justicia”.
La mirada a María como absoluto modelo de fe cristiana, concluye la meditación del Santo Padre: “una fe clara, genuina, humilde y al mismo tiempo valiente, llena de esperanza y de entusiasmo por el Reino de Dios, [...] en la certeza absoluta que Dios no quiere nada más que amor y vida, siempre y para todos”. (S.V.) (Agencia Fides 3/1/2007)


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