VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Un año de continuidad

jueves, 21 diciembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El 22 de diciembre del 2005, hace exactamente un año, fue pronunciado el discurso de Su Santidad Benedicto XVI a la Curia Romana con ocasión de la presentación de las felicitaciones navideñas. Discurso extraordinario por su amplitud y respiración, que impresionó y, de hecho, ha pasado a la historia como un paso fundamental sobre la hermenéutica del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Aquello que sostenía como teólogo o como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, confortado por un numeroso grupo de conocidos estudiosos, teólogos, en particular dogmáticos eclesiológos, historiadores y canonistas, el Santo Padre lo puso ante la Iglesia universal.
El famoso pasaje del discurso decía: "Surge la pregunta: ¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos. Por una parte existe una interpretación que podría llamar "hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura"; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la "hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino. La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar".
La hermenéutica de la "discontinuidad y la ruptura" ha sido suspendida sin apelo. Antes bien es definida como "causa de confusión" y los efectos de dicha confusión están a la vista de todos.
Pero a distancia de un año ¿cuál ha sido la auténtica recepción de aquella inequívoca indicación de método del Papa? ¿Ha habido una verdadera voluntad de corregir los errores y las tendencias? El lenguaje de los teólogos, de los historiadores y sobre todo de los liturgistas, ¿está cambiando?
La impresión es que todavía hay muchísimo trabajo por realizar y que las resistencias a la "conversión de mentalidad" son todavía muchas. Como ha recordado con autoridad el Santo Padre, la "renovación" es parte constitutiva "del único sujeto-iglesia”, por tanto, con viva gratitud al Espíritu que renueva continuamente y hace joven y bella la Iglesia, debemos todo dar gracias por aquel extraordinario acontecimiento que fue el Concilio Ecuménico Vaticano II. Sin embargo, todavía necesita una atenta recepción que evite con cuidado todas esas "tentaciones" (y más que tentaciones) de discontinuidad que han caracterizado, y a veces predominado, en su primera recepción.
Parece necesario y urgente que nazcan y se desarrollen, con la contribución de todos, “escuelas de hermenéutica de la continuidad”, para que las jóvenes generaciones, sobre todo de teólogos y sacerdotes, no sufran las heridas y el escándalo de la confusión engendrados en estos cuarenta años de hermenéutica "de la ruptura".
Si debiera haber una ruptura, esta tendría que ser en los esquemas mundanos de "progresistas y conservadores", o políticos de "derecha e izquierda" que en el Cuerpo eclesial no tienen ningún sentido y que manifiestan que se ha cedido en modo preocupante “a la mentalidad de este mundo" y un extraño olvido, una macro-amnesia, de la verdadera identidad del cuerpo eclesial.
La hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura ya no tiene ciudadanía ni en la Iglesia ni en la historiografía del Concilio y, a pesar de que todavía viene sustentada por influyentes escuelas de pensamiento y a través de importantes medios de investigación y económicos, está destinada a la quiebra. La verdad, por el contrario, es capaz de andar sobre piernas aparentemente frágiles e inseguras, pero que saben ir lejos, más allá de todos los medios y poderes de este mundo.
A un año de distancia de aquel histórico discurso, es necesaria una gran obra coral para hacer de las indicaciones inequívocas del Santo Padre Benedicto XVI, el auténtico criterio de discernimiento en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia: desde la teología a la pastoral, de la liturgia a la historia, de la catequesis a la caridad, a la cultura y a la misión, todo tiene estar empapado de la sana recepción del Concilio Ecuménico Vaticano II, ante todo de los textos, en los que el Concilio vive y es entregado a los siglos y a la historia. La única hermenéutica legítima permanece, estamos seguros de ello, la "de la reforma" en la continuidad perenne del único sujeto-iglesia. (Agencia Fides 21/12/2006; Líneas: 60 palabras: 832)


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