VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA - de D. Nicola Bux y D. Salvatore Vitiello - Castidad y verdad

jueves, 7 diciembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El reciente debate, en realidad nunca adormecido en los últimos 2000 años, sobre la disciplina del celibato eclesiástico para los presbíteros, ofrece la ocasión para algunas reflexiones que no se limiten exclusivamente al ámbito practico y a la valoración de las oportunidades, sino que son capaces de brindar una mirada integral y llegar hasta las verdaderas motivaciones tanto de orden tanto teológico como espiritual.
En la homilía de la Santa Misa concelebrada con los miembros de la Comisión Teológica internacional, el 6 de octubre del 2006, el Santo Padre Benedicto XVI, afirmó: “me viene en mente una bellísima palabra de la Primera Lectura de San Pedro en el primer capítulo, versículo 22. En latín suena así: “Castificantes animas nostras en oboedentia veritatis. La obediencia a la verdad debería “castificar” nuestra alma, y de este modo llevar a la recta palabra y a la recta acción”.
Es innegable en efecto, que el desconocimiento del valor absolutamente profético de la castidad, y por tanto, de la disciplina del celibato para los presbiterios, lleva consigo la tentación de la desobediencia a la verdad sea a la histórica, como a la comprensible por la razón teológica. Bastaría preguntarse a que forma de vida se le ha reconocido a lo largo de los siglos, mayor eficacia como testimonio y responder en obediencia a la verdad.
En un contexto como el contemporáneo caracterizado por la “dictadura del relativismo”, que no tolera la afirmación de una verdad universalmente valida ni objetiva ni subjetivamente, la obediencia a la verdad aparece como un verdadero y auténtico desafío con el que uno debe medirse en un camino que no excluya aquella rara capacidad de autocontrol que supera el mero instinto y en el que la misma castidad pone las propias raíces.
Obedecer a la verdad, en efecto, puede ser mucho más difícil que vivir la castidad. Prueba de ello es que en la tradición eclesial los pecados contra la verdad siempre han sido considerados como más graves que aquellos contra la continencia. La obediencia a la verdad comporta una capacidad de ver la realidad, una actitud realista hacia el mundo y hacia sí mismo y exige una disciplina, es decir un ser discípulos, un ponerse al seguimiento de la realidad, que no se improvisa, sino que es fruto de un auténtico y constante trabajo.
Más que poner en tela de juicio el celibato sacerdotal sería necesario "castificar nuestras almas”, haciéndolas obedientes a la verdad y dejando la infinita prostitución a la mentira que acosa la sociedad y a veces incluso a los creyentes, cristianos y hombres de Iglesia.
La castidad, de la que el celibato es parte integrante, no es un elemento accesorio de la fe cristiana, sino que representa una de las actitudes constitutivas de la que dependen tanto la relación con Cristo como la relación con uno mismo y con la realidad.
El recorrido de "purificación de la memoria”, inaugurado por el Siervo de Dios Juan Pablo II y que tuvo un momento importante en el encuentro entre Benedicto XVI y Bartolomé I, es hijo de este castificación de las almas en obediencia a la verdad: cuanto más vivamos la castidad más seremos capaces de obedecer a la verdad y la obediencia a la verdad, nos conducirá a la defensa y a la acogida cordial del supremo valor de la castidad.
La cuestión no es pues mantener o cambiar la disciplina de siglos de la Iglesia, sino que Iglesia se tiene en la mente: ¿una sociedad de hombres capaces de organizarse autónomamente y conforme a los tiempos o el Cuerpo Místico de Cristo del que el Señor es la cabeza y nosotros todos los miembros? Tras la polémica instrumental contra el celibato se esconde la cuestión realmente central: ¿cómo está hoy la fe de la Iglesia? La impresión es que admitir a hombres casados al presbiterado, aún teniendo en cuenta el número de las vocaciones, no sería mas que "una bocanada de oxígeno para un moribundo". Nosotros sabemos por el contrario que: "La Iglesia está viva, la Iglesia es joven", como proféticamente anunció el Santo Padre en la Misa del inicio de su pontificado, y fuertes con las energías propias de la vida y de la juventud vivimos, con la Gracia de Dios, en castidad y obedientes a la verdad. (Agencia Fides 7/12/2006; Líneas: 50 Palabras: 738)


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