JUAN PABLO II Y EL “GENIO FEMENINO” - De Sor Marcella Farina, FMA, teóloga, Docente de la Pontificia Facultad de Ciencias de la Educación

martes, 14 octubre 2003

Roma (Agencia Fides) - Es bastante complejo pensar y preparar un don para ofrecer a una persona querida hacia la que tenemos tantos motivos de reconocimiento.
Hay una simpática historia al respecto:
“Era la fiesta de Dios y toda la creación quería regalarle lo más bello que pudiera encontrar. Las ardillas las nueces más crujientes; los conejos la verdura más fresca; los pájaros habían inventado una canción ad hoc; las flores se preparaban con luminosos y fascinantes colores; las montañas y las colinas junto con las aguas del mar y de los ríos llevaban su música y danza.
Parecían que todas las criaturas habían encontrado un regalo especial para Dios, excepto la criatura humana. Nada le parecía digno de Dios y las cosas que parecían adecuadas habían sido ya elegidas por otros.
¡Pobrecilla! ¡Había recorrido el mundo para encontrar algo para Dios pero volvía con las manos vacías!
Cuando llegó el momento de la celebración no sabía a que santo invocar.
Había también objetos que venían de otros planetas porque evidentemente, todas las criaturas del espacio habían sido invitadas.
Pero la criatura humana no conseguía pensar en otra cosa que en el regalo para Dios.
Llegó el momento de la entrega de regalos y todos se pusieron en fila, pues eran muy numerosos. La criatura humana se quedó al fondo porque no había encontrado nada.
La fila comenzó a avanzar.
Después de un tiempo, cuando quedaban tan solo unas veinte criaturas, comenzó a sentirse presa del pánico.
Cuando llegó su turno se acordó de una cosa en la que no había pensado antes.
Entonces hizo lo que nadie se había atrevido a hacer.
Corrió hacia Dios, salto a sus rodillas y después le susurró algo al oído.
Rápidamente el rostro de Dios se iluminó.
Era el rostro mas feliz que se ha visto y que se verá jamás.
La criatura humana le había susurrado al oído las tres palabras mas bellas: “¡Te quiero mucho!”

Todos somos deudores de Juan Pablo II por múltiples y variados motivos, pero fundamental y radicalmente por su testimonio valiente y luminoso de Cristo y de su mensaje, porque de esta fuente derivan los otros ámbitos de su actuar en favor de la humanidad.
Podemos tan solo recordar: su insistente y solicita acción en defensa de la vida humana, por el reconocimiento y respeto de la dignidad de la persona, de toda persona y de toda las personas, sin discriminaciones geográficas, culturales, étnicas, religiosas; su llamamiento a la solidaridad proponiendo vías para sanar la deuda publica de los países pobres; su apenado llamamiento por la paz entre los pueblos, las familias, las religiones, las personas entre si, las iglesias , los grupos y organizaciones para que se construya una humanidad fraterna dentro de la única familia de Dios; el monito lleno de sabiduría y prudencia (en el sentido de prevenir y prever) dirigido a las instituciones nacionales e internacionales para que trabajen con coherencia y constancia por el verdadero bien de la comunidad humana, bien que no puede conseguirse sin el fundamento del orden moral, y por tanto de la verdad, la justicia la libertad y el amor; su espera tenaz de un mundo mejor confiando en la bondad de la persona humana hecha a imagen de Dios y por tanto llamada a realizarse según el orden del amor; su ponerse, con amistad y confianza, al lado de las nuevas generaciones indicándoles los caminos luminosos del Evangelio y llevándoles hasta la fuente de la vida que es Cristo único Salvador del mundo...

Nosotras mujeres tenemos además más motivos de gratitud porque el Santo Padre desde el inicio de su Pontificado ha hecho suya la causa de la mujer, de su dignidad y misión; ha intentado comprender y ha acogido las aspiraciones y los altos ideales femeninos, ha asumido como característica de la Iglesia el orden simbólico de la maternidad que enriquece a la humanidad con los valores de la ternura, la solicitud y el cuidado, expresiones concretas y diarias del orden del amor. Así ha empujado a toda la comunidad de creyentes a reflexionar sobre la dignidad y vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Quien podrá olvidar la Mulieris dignitatem? ¿Quién no recuerda el mensaje de la paz del 1 de enero de 1995, La mujer educadora de la paz? ¿Y la carta enviada a las mujeres con ocasión de la Cuarta Conferencia Mundial de la ONU de Pekín?
Casi al inicio (n 2) de esta carta el Papa Proclamaba:
“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

El reconoce que no es suficiente un gracias. Hay que realizar actos e iniciativas que favorezcan la genuina y real igualdad entre los sexos y evidencien los valores peculiares del hombre y la mujer; sobre todo los de la mujer tan frecuentemente apartados y reprimidos con gran
empobrecimiento de la humanidad.
En nombre de la Iglesia pide perdón y quiere Que este sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y de dominio tiene un mensaje de perenne actualidad, el cual brota de la actitud misma de Cristo. El, superando las normas vigentes en la cultura de su tiempo, tuvo en relación con las mujeres una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura. De este modo honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre, en el proyecto y en el amor de Dios. Mirando hacia El, al final de este segundo milenio, resulta espontáneo preguntarse: ?qué parte de su mensaje ha sido comprendido y llevado a término?
Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas (...)de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa « tradición » femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable.
Santo Padre, le decimos con todo el corazón: ¡Gracias! Una palabra sencilla que reúne sentimientos, oraciones y propósitos.
(Agencia Fides 14/10/2003)


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