VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - El celibato sacerdotal, horizonte de un amor más grande

jueves, 16 noviembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Afirmaba el Card. Joseph Ratzinger en la "Relación sobre la fe” de 1985 "El sacerdote siempre ha estado tentado de acostumbrarse a la grandeza, de hacer de ello una rutina. Hoy la grandeza de los Sagrado podría sentirla como un peso, desear (quizás inconscientemente) liberarse de ello, disminuyendo el Misterio a su medida, antes que abandonarse con humildad pero con confianza para hacerse elevar a esa altura" (p. 58).
Varias veces en la historia se ha intentado poner en tela de juicio, quizá tomando como pretexto las debilidades humanas, la vocación al ministerio sacerdotal que la Iglesia católica latina considera indisolublemente unida al celibato. Pero bastaría consultar los boletines oficiales de la Congregación para el Clero para demostrar, estadísticas en mano, que las deserciones, injustamente enfatizadas por los medios de comunicación, constituyen un porcentaje irrisorio y casi fisiológico. Al contrario, desde que se invoca la autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II en apoyo de cualquier novedad, parece extraña en muchos la ausencia de una seria pregunta sobre el porque, en su obra de actualización, no se ha menoscabado lo más mínimo el celibato eclesiástico, antes bien, el Concilio lo ha sostenido fuertemente y lo ha confirmado en el decreto "Presbyterorum ordinis" en el número 17.
"No penséis que he venido atraer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. El que ama a su padre o a su madre más que a mi, no es digno de mí […] El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mi, la encontrará. Quien a vosotros recibe a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado”. (Mt 10,34-37;39-40). Así, entre los muchos dichos sobre el seguimiento, el Señor Jesús preanuncia, para quien lo siga, la persecución incluso por parte de los familiares y se propone a la vez a sí mismo, Hijo de Dios que es amor como el centro de la afectividad y de la libertad de todo hombre.
Al describir los sentimientos naturales que se dan entre los seres humanos, el Señor nos avisa: o está Él en la raíz o todo terminará secándose. No anteponiéndolo a ninguna relación con personas y cosas, se llega paradójicamente a poseer todo. Él es la sal que permite que no se corrompa ninguna relación afectiva: esta es la virginidad del corazón o el celibato por el reino de los cielos; es el amor que no se corrompe ni muere sino que dura siempre. En dicho sentido el celibato es un anticipo de la condición del reino de Dios.
No a todos les es dado entenderlo sino sólo a quienes les ha sido concedido de lo Alto. Por ello, Jesús se ha propuesto a si mismo como el modelo más alto y perfecto del amor de Dios que es Ágape. Así como "a la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monogámico" ("Deus Caritas Est" 11) así a ese Jesús Único Señor y Salvador, corresponde el sacerdocio célibe: signo de un amor inagotable que hunde sus raíces en la virginidad, en el corazón indiviso.
Esta tensión hacia la perfección debe también caracterizar el matrimonio. No se puede amar realmente a la esposa, al esposo, quedándose en el semblante que es sólo el signo de un misterio, de una belleza más grande y eterna. Por tanto la virginidad o el celibato es una posesión nueva con una separación dentro, una renuncia temporal que obtiene “el céntuplo ya aquí abajo y la eternidad".
Seguir a Jesús significa vivir como Él: es una única vocación. El ideal del celibato se revela imposible de realizar, sin la experiencia de Cristo como plenitud de lo humano. La consagración del sacerdocio virginal y la indisolubilidad del matrimonio dan testimonio de la eternidad del amor y de la verdad de que "nada es imposible para Dios". Se ha dicho que en cierto sentido los sacerdotes con el celibato y los novios con la fidelidad conyugal están llamados a dar testimonio, los unos a los otros, de que la razón y la libertad se ven constantemente atraídas por la belleza del ideal del amor casto y fecundo: para los primeros en el origen de la generación espiritual de dicha multitud de hijos que es la Iglesia, para los segundos en el origen de una familia humana que es pequeña Iglesia doméstica.
El celibato sacerdotal como todos los dones de Dios, son para toda la Iglesia. Así como para la pareja es posible vivir la fidelidad gracias al vínculo conyugal, así para los sacerdotes es posible vivir el celibato gracias al vínculo de la íntima fraternidad sacramental como recuerda la encíclica de Pablo VI "Sacerdotalis coelibatus" en el n. 8. El Sínodo de 1971, el primero después de la misma institución sinodal, confirmó el celibato como un gran bien en la Iglesia y para la misión de la Iglesia, tras la huella del seguimiento apostólico. Si es Cristo quien bautiza cuando el sacerdote bautiza, si es el mismo Cristo que se hace presente cuando el sacerdote pronuncia las palabras sobre el pan y sobre el vino, entonces el fundamento del celibato es el mismo Cristo y su secuela apostólica, de la que mana y toma forma la disponibilidad al servicio pastoral. En definitiva, si se renuncia al celibato sacerdotal, la Iglesia católica latina no ganaría nada en orden al testimonio de Cristo y a la misión en el mundo, ni incrementaría el número de vocaciones, por el contrario, perdería mucho de su propia historia y tradición, de la profunda identidad que la caracteriza. (Agencia Fides 16/11/2006; Líneas: 63 palabras: 991)


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