VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - La recepción del Magisterio

jueves, 9 noviembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Los Hechos de los Apóstoles, al describir la belleza extraordinaria de la comunidad cristiana de los orígenes, en el capítulo 2 versículo 42, afirma: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”. La descripción presenta cuatro elementos característicos que no han sido puestos en el texto sino es por una razón muy precisa. El mismo orden de los datos no es casual: el ser asiduos en escuchar la enseñanza de los "apóstoles" es la condición de la "unión fraterna", del auténtico "Fractio panis" y de la fidelidad orante.
Por desgracia, en muchas hermenéutica postconciliares de la discontinuidad, esa según la cual, el Concilio Ecuménico Vaticano II habría sido un "nuevo principio" de la Iglesia, la idealización de la primitiva comunidad cristiana ha olvidado con frecuencia esta fundamental premisa: el ser "asiduos en escuchar la enseñanza de los Apóstoles". El Santo Padre Benedicto XVI, en la ya histórica felicitación de Navidad del 2005 a la Curia Romana, definió dicha posición como portadora de peligrosas tergiversaciones. En la practica, por tanto, errónea, sustituyendo la justa hermenéutica de la reforma, según el bimilenario dicho "Ecclesia semper reformanda."
La asiduidad "en escuchar la enseñanza de los Apóstoles" plantea el delicado problema de la recepción del Magisterio. Si por un lado se debe reconocer un gran crecimiento en la atención, de tantos laicos cristianos y no creyentes, a los pronunciamientos del Magisterio, en los diversos niveles en los que interviene, por otro sería realista preguntarse cuál es su verdadero grado de recepción, hasta que punto la "enseñanza" de los Apóstoles se convierte en el auténtico criterio de juicio con el que afrontar cada cosa, toda realidad personal y comunitaria, todo juicio auténticamente eclesial.
No por casualidad el texto de los Hechos habla de "enseñanza" en singular, precisamente para subrayar la unidad doctrinal fundamental de la Iglesia, contra toda forma de relativismo teológico, de democratización en las decisiones, de reducción de la verdad transmitida por la Iglesia a una opinión más entre otras muchas. No es un misterio como, en el general aplastamiento de la comunicación, que es directamente proporcional al aumento de la información, el Magisterio eclesial ha sido reducido, a veces incluso por los católicos (y sobre todo por los que se dicen "adultos") a una de las muchas opiniones posibles, en el lago estancado del relativismo, sin ningún suplemento de autoridad y sin ninguna diferencia de consideración.
Análogo fenómeno es posible hallarlo en la recepción del Magisterio Pontificio: la "enseñanza" de los Apóstoles, bien lo sabemos, tiene autoridad en la medida en que está en plena comunión con la del apóstol Pedro y sus sucesores. Teniendo en cuenta las conocidas distinciones canónicas sobre los grados del magisterio y sobre el relativo consentimiento debido, permanece el hecho de que, también según el común "sensus fidei" del pueblo de Dios, el Magisterio del Papa no es calificable en ningún caso como una de entre las muchas opiniones en la Iglesia ni es comparable a la enseñanza de cualquier Obispo o Cardenal, por muy anciano o mucha autoridad que tuviera. El Magisterio del Papa es la auténtica posición de la Iglesia y con ella todos estamos llamados a confrontarnos, para ser "asiduos en escuchar la enseñanza de los Apóstoles".
Ante esta verdad, en aquellos que piensan (como se dice en algunos entornos teológicos) que pueden ir "no contra pero más allá” del Magisterio Pontificio, se desencadena un mecanismo con efectos desoladores para la vida y el crecimiento espiritual de la Iglesia: la censura. Esta no sólo ataca los ambientes extra-eclesiales, sino que a veces incluso los intra-eclesiales. En lugar de entregarse de modo adulto, a un sano y franco debate teológico, se extrapolan algunas partes de los discursos o se pone el "silenciador" a las intervenciones Pontificias, con la esperanza de que el tiempo y la distracción general puedan hacer caer dichas enseñanzas que no son conformes al limitado punto de vista de uno. Sobrevolando sobre la responsabilidad moral personal de un modo tal de comportarse, uno debe preguntarse que tipo de comunión tiene en mente, que idea de Iglesia, que idea de seguimiento y de disciplina.
Entre todos los que "imaginan una Iglesia" distinta de la actual y real, ¿sería muy extraño "imaginar" que las intervenciones del Magisterio pontificio fueran el normal objeto de estudio y catequesis de todos los cristianos, en todas las comunidades del mundo, apoyando la "unión fraterna" que nace del juicio común? ¿Sería tan extraño desear que todos los órganos de información eclesial obedecieran a la única lógica de la difusión de la Buena Nueva, en la radical fidelidad al Magisterio de Pedro, sin dejarse nunca llevar por lógicas políticas extrañas a la vida de la Iglesia y a la verdad católica?
Bien sabemos que sólo el amor lleva a la escucha cordial, humilde y obediente del magisterio. Este hecho lleva consigo una dúplice consecuencia: por un lado, la obediencia al Magisterio y al trabajo incansable para su plena y correcta recepción a todos los niveles de la comunidad eclesial, es índice inequívoco del amor al Señor, a la Iglesia y a los hermanos, por encima de uno mismo. Por otro, es absolutamente indispensable volver a hacer razón (hacer apo-logia) de la fe, para hacer también emerger la completa sensatez de los pronunciamientos magisteriales y, por qué no, la "conveniencia humana" de la obediencia cordial a la Iglesia "madre y maestra" de los cristianos y de la humanidad. (Agencia Fides 9/11/2006; Líneas: 66 Palabras: 933)


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