VATICANO - “La Iglesia en Italia pueda partir nuevamente de este Convenio como empujada por la palabra del Señor resucitado que repite a todos y a cada uno: sed en el mundo de hoy testigos de mi pasión y de mi resurrección”: la exhortación del Papa Benedicto XVI durante la Misa en el Convenio de Verona

viernes, 20 octubre 2006

Verona (Agencia Fides) - En la tarde del jueves 19 de octubre el Santo Padre Benedicto XVI presidió la Concelebración Eucarística en el Estadio Comunal “Bentegodi” de Verona, con ocasión del IV Convenio nacional de la Iglesia Italiana. “El corazón de todo evento eclesial es la Eucaristía- dijo el Papa en la homilía-, en la cual Cristo Señor nos convoca, nos habla, nos nutre y nos envía. Es significativo que el lugar preescogido para esta solemne liturgia sea el estadio de Verona: un espacio donde habitualmente se celebran, no ritos religiosos, sino manifestaciones deportivas, involucrando a miles de apasionados. Hoy, este espacio alberga al Jesús resucitado, realmente presente en su Palabra, en la asamblea del pueblo de Dios con sus Pastores y, en modo inminente, en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Cristo viene hoy, a este moderno areópago, para derramar su Espíritu sobre la Iglesia que está en Italia, para que, reavivada con el soplo de una nueva Pentecostés, sepa “comunicar el Evangelio en un mundo que cambia”, como proponen las Orientaciones pastorales de la Conferencia Episcopal Italiana para el decenio 2000-2010”.
Tras haber saludado y agradecido a todos los presentes y a cuantos han colaborado a la realización de este importante evento eclesial, el Santo Padre se detuvo a comentar las lecturas bíblicas proclamadas. “La Palabra de Dios pone en evidencia la resurrección de Cristo, evento que ha regenerado a los creyentes a una esperanza vida… Fuertes con esta esperanza no tenemos miedo de las pruebas, las cuales, por muy dolorosas y graves, jamás pueden resquebrajar el gozo profundo que deriva del ser amados por Dios… De la fuerza de este amor, de la firma fe en la resurrección de Jesús que funda la esperanza, nace y constantemente se renueva nuestro testimonio cristiano. Es ahí que se arraiga nuestro “Credo”, el símbolo de fe al que ha alcanzado la predicación inicial y que continua inalterado a alimentar al Pueblo de Dios… El misterio de la resurrección del Hijo de Dios, que, subido al cielo junto al Padre, ha derramado sobre nosotros el Espíritu Santo, nos haga varar con una sola mirada a Cristo y a la Iglesia… Así se dio al inicio, con la primera comunidad apostólica, y así debe suceder también ahora. Desde el día de Pentecostés, en efecto, las luces del Señor resucitado ha trasfigurado la vida de los Apóstoles… La fe pascual llenaba su corazón de un ardor y de un celo extraordinario, que los hacía listos para afrontar toda dificultad, hasta la muerte, e imprimía a sus palabras una irresistible energía de persuasión”.
“¡Hoy nosotros somos los herederos de aquellos testigos gloriosos!” prosiguió el Santo padre. “Pero justamente de esta constatación nace la pregunta: ¿Qué es de nuestra fe? ¿En qué medida sabemos comunicarla hoy? La certeza que Cristo ha resucitado nos asegura que ninguna fuerza adversa podrá jamás destruir a la Iglesia. Nos anima también la conciencia que solamente Cristo puede satisfacer plenamente las expectativas profundas de todo corazón humano y responder a los interrogativos más inquietantes de su dolor, la injusticia y el mal, sobre la muerte y el más allá. Por ello, nuestra fe está fundada, pero es necesario que esta fe se convierta en vida en cada uno de nosotros… Por esto es necesario volver a anunciar con vigor y gozo el evento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del Cristianismo, fulcro portante de nuestra fe, palanca potente de nuestras certezas, viento impetuoso que hace pedazos todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano. Solo de Dios puede venir el cambio decisivo del mundo… Cristo es esperanza para el mundo porque ha resucitado, y ha resucitado porque es Dios. También los cristianos pueden llevar al mundo la esperanza, porque son de Cristo y de Dios en la medida en que mueren con Él al pecado y resucitan con Él a la vida nueva del amor, del perdón, del servicio, de la no violencia”.
El Santo Padre concluyó su homilía deseando que “la Iglesia en Italia pueda partir nuevamente de este Convenio como empujada por la palabra del Señor resucitado que repite a todos y a cada uno: sed en el mundo de hoy testigos de mi pasión y de mi resurrección. En un mundo que cambia, el Evangelio no muta. La Buena Noticia permanece siendo la misma: ¡Cristo ha muerto y ha resucitado por nuestra salvación! En su nombre llevad a todos el anuncio de la conversión y del perdón de los pecados, pero dad siendo los primeros testimonio de una vida convertida y perdonada”. (S.L.) (Agencia Fides 20/10/2006)


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