VATICANO - “LAS PIEDRAS, LOS SONIDOS, LOS COLORES DE LA CASA DE DIOS” a cargo de Su Excelencia Mons. Mauro Piacenza - El centro del espacio litúrgico y el corazón de la sacralidad humana: Presbiterio y Crucifijo (II)

martes, 19 septiembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Es conocida la afirmación de la Sacrosanctum Concilium (n.7) según la cual “Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro (…) sea sobre todo bajo las especies eucarísticas (...). Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia ora (…)”. Todas estas afirmaciones nos indican que la liturgia no es algo estático, un espectáculo al que “asistir”, sino algo dinámico, en el sentido de una acción mediante la cual Dios se hace presente y en la cual se debe “participar” de manera consciente.
A la luz de cuanto se ha dicho, algunos elementos de la reforma litúrgica parecen ya adquiridos: a) un altar único, separado, en torno al que se pueda girar para la incensación, si bien esto no indique de por sí la dirección del celebrante; b) el altar separado de la custodia eucarística; c) un ambón envolvente como lugar físico para la proclamación de la Palabra; d) una sede para la presidencia en la celebración litúrgica, preferentemente no central sino en disposición cruzada con respecto al ambón; e) una colocación visible para la pila bautismal (fuera del presbiterio y eventualmente, fuera de la Iglesia). Se mantiene la necesidad de una distinción clara entre presbiterio y aula.
4. Queremos ahora afrontar la relación entre los elementos individuales en la decoración del presbiterio o santuario, con particular atención al altar, centro de la iglesia.
La introducción General del Misal Romano (IGMR 3a y. 2000) traduce en práctica los principios teológicos y a ellos - como a las introducciones y a los textos de los libros litúrgicos - debe dirigirse la atención del arquitecto de iglesias.
En el n. 295, comenzando a describir la disposición del presbiterio, el IGMR habla de una oportuna distinción de la nave de la iglesia "a través de una elevación, o a través de estructuras ornamentales particulares". Es evidente que se quiere subrayar precisamente de este modo la diferencia esencial entre sacerdocio ministerial y sacerdocio de los fieles. También es verdad que tal norma debe ser coordinada con la exigencia expresada en el párrafo anterior, n. 294, por la que "es necesario que la disposición general del lugar sagrado sea tal que presente en cierto modo la imagen de la asamblea reunida, que permita la ordenada y orgánica participación de todos y favorezca el regular desarrollo de las tareas de cada uno".
Por tanto, toda elevación o elemento estructural deberá servir para subrayar la dignidad del presbiterio y para crear un área de respeto y no ciertamente para rechazar a los fieles. Sirven a este objetivo los antiguos pergulae en las basílicas paleocristianas, que sucesivamente se han desarrollado en elementos separadores del altar de la asamblea (jubé, Lettner, trascoros, cancel) hasta el punto de haber sido eliminadas de todas partes después del Concilio de Trento para permitir la visión del altar. Las balaustradas fueron ideadas sucesivamente para favorecer la distribución de la comunión de rodillas y no han finalizado necesariamente su función: ciertamente no está prohibida la distribución de la comunión de rodillas y, además, en las iglesias antiguas sería un error quitarlas.
En las adecuaciones, es necesario también que los espacios con escalones sean rituales, o bien sean simbólicos, incluso numéricamente, y permitan los movimientos litúrgicos, como son la incensación, la genuflexión, las postraciones, las procesiones, la colocación del faldistorio, etc.,
5. Naturalmente el elemento aglutinante del presbiterio y todo el espacio litúrgico es el altar, que debe constituir "el centro hacia el que converja espontáneamente la atención de los fieles", (IGMR n. 299) y además: "el altar es el centro de la acción de gracias que se realzia con la Eucaristía" (ivi n. 296).
Análogamente, a su vez, a propósito del ambón se afirma que "la importancia de la Palabra de Dios exige que haya en la iglesia un lugar apto desde el que sea proclamada dicha Palabra, y hacia el cual se dirija, durante la Liturgia de la Palabra, de forma espontánea la atención de los fieles" (ivi n. 309). Además el ambón debe ser envolvente, como figura del sepulcro vacío, del anuncio de la Resurrección.
Estas normas, que no están en absoluto en contradicción, traducen el principio de la unidad de las dos partes de la Misa, la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, "estrechamente unidas entre si hasta formar un único acto de culto" (Sacrosanctum Concilium n. 56). También el IGMR pone estos dos sentidos en una relación de complementariedad: " El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios […], n. 296.
Naturalmente tales exigencias han introducido problemas que el arquitecto, en colaboración con el liturgista, debe solucionar: ¿cómo poner en relación entre ellos estos dos polos? ¿Cómo expresar la idea de un paralelismo entre una "mesa del cuerpo del Señor" (Sacrosanctum Concilium n. 48) y una “mesa de la palabra de Dios" (ivi n. 51), sin olvidar la centralidad, no sólo ideal sino real y arquitectónica, de reservar absolutamente al altar como centro de la acción de gracias, que se realiza en la eucaristía?
Se debe, por ejemplo, excluir de modo perentorio un modelo del presbiterio con el ambón en eje o bien un esquema elíptico, que reserve al altar y al ambón el puesto de los dos fuegos, atribuyéndoles por tanto erróneamente una sustancial equivalencia. Por tanto, los arquitectos tiene el fascinante desafío de buscar nuevas soluciones, ayudándose del estudio de la sana doctrina católica, de la liturgia y de la historia de la arquitectura para el culto, dónde novedad no significa nunca excentricidad sino fidelidad al mensaje religioso de comunicar en el flujo de una tradición viviente. + Mauro Piacenza, Presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, Presidente de la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada. (Agencia Fides 19/9/2006 - Líneas: 74 Palabras: 1047)


Compartir: