VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - “La verdadera paz”

jueves, 7 septiembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En estos días de ‘guerra y paz’, como escribió Tolstoj, viene a la memoria el padre Aleksandr Men’, un sacerdote ortodoxo que vivió toda su vida sostenido por la certeza de que la grandeza de la razón humana se encuentra en aprender a descubrir las huellas de una Presencia, que es la única que puede colmar la sed de felicidad y de infinito del hombre. Gran evangelizador y educador de miles de cristianos, fue asesinado el 9 de setiembre de 1990, en plena perestrojka. Se puede observar: ¿qué tiene que ver la evangelización con la paz? Somos católicos y deberíamos preocuparnos antes de un valor como la paz, por cuanto hermoso, de la persona de Jesucristo, porque de Él todo surge. Más se hace conocer a Jesucristo y más se difunde la paz. ¿No ha dicho acaso San Paolo: Él es nuestra paz, porque ha abatido el muro de división, es decir la enemistad? El que ha pedido como vértice del amor el perdón de los enemigos, nos indica el contenido y el método de la paz: convertirse a Dios, cambiar vida y amar a todos. No se obra la paz alineándose en contra de unos y a favor de otros.
San Francisco enseña. Como ha recordado recientemente el Papa Benedicto XVI: no es un ecologista, ni un pacifista, sino que se ha convertido a Cristo, porque “en primer lugar, la paz tiene que construirse en los corazones. Ahí es donde se desarrollan los sentimientos que pueden alentarla o, por el contrario, amenazarla, debilitarla, sofocarla”. Por lo tanto su conversión es “la clave para comprender la fraternidad a la que todos los hombres están llamados” (Mensaje con motivo del encuentro interreligioso en Asís). Sin la conversión no hay paz en el corazón, por lo tanto lo que se propone fuera de esto es solamente táctica y casi siempre contra uno y a favor de otro. Nadie es operador de paz si no llega a considerar su hermano a todo hombre, incluso a su enemigo. Esta es la “diferencia” católica. ¿Es tan difícil ofrecer una reflexión sobre la paz como don de Dios?\
Los distintos pacifismos desfilan a corriente alterna bajo el único símbolo, ambiguo y controvertido, de la “bandera de la paz”. ¿Conocen los católicos el origen de esta bandera? Esa es un símbolo teosófico, podríamos decir esotérico, que partiendo del arco iris, símbolo bíblico de la alianza bíblica entre Dios y Su pueblo, invierte el orden de los colores (¡prácticamente una cruz de cabeza!) con la precisa intención de negar la alianza Dios-hombre. Por esto la Conferencia Episcopal Italiana había prohibido la exposición de la misma en las iglesias o fuera de ellas, destacando la incompatibilidad de tal símbolo con la identidad católica.
Si de los símbolos se deduce el significado, se debe constatar la confusión que reina alrededor de la paz. Pero quien sigue a Cristo sabe que la condición de la paz verdadera y durable está en el perdón que lleva a la abolición de la enemistad, de otro modo uno se debe contentar con los armisticios que no llevan al desarme de los arsenales porque los corazones siguen armados. ¿Pero cómo se hace para abolir la enemistad entre pueblos y naciones? Si seguimos el Evangelio, es necesario partir de la condición del hombre: él no es naturalmente bueno, no tiene como por encanto pensamientos de paz, sino al contrario nutre sentimientos de rencor, de envidia y de odio porque está herido profundamente en su inteligencia ab origine, una herida que se llama pecado (Cfr. Benedicto XVI, Ángelus del 20 de agosto). Una herida que ha introducido una enemistad entre el hombre y Dios y que solamente dirigiéndose a Dios puede ser sanada. Este dirigirse es llamado por Cristo ‘conversión’: el hombre, una vez arrepentido, está en grado de construir relaciones de paz y no de aflicción, justamente como Dios que nutre, dice el Salmo, tales pensamientos.
Un tiempo todo esto se invocaba a través de las rogaciones, las procesiones porque era evidente que la paz es un don que hay que pedir y sólo de consecuencia un compromiso que vivir. Francisco de Asís en la Regla sugiere a los suyos de ir entre los infieles con espíritu de minoría, - por esto se llamaron hermanos menores -, evitando las luchas y ahí donde Dios lo hubiese querido, que bauticen a los que quisiesen hacerse cristianos. Él tenía claro que la paz es un don mesiánico, que comienza solo con el reconocimiento de quien ha sido enviado, el Mesías. En efecto, Jesucristo es el príncipe, es decir el principio de la paz, en el momento mismo en el que el corazón lo acoge. Él nos da su paz, es más, Él mismo es la paz. Es el deseo al ingreso del eremitorio de las cárceles de Asís: ubi Deus ibi pax. (Agencia Fides 7/9/2006)


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