INTENCIÓN MISIONERA - Agosto 2006: “Para que los fieles cristianos sean conscientes de su vocación misionera en todos los ambientes y circunstancias” Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre a cargo de Sor Elisabetta Adamiak, Superiora General de las Hermanas Misioneras de San Pedro Claver (SSPC)

sábado, 22 julio 2006

Roma (Agencia Fides) - La Iglesia, vive en el mundo aunque no es del mundo (Cfr. Jn 17, 16) y es enviada a continuar la obra redentora de Jesucristo, la cual mientras que “de suyo tiende a salvar a los hombres, comprende también la restauración incluso de todo el orden temporal” (Cfr. AA 5). Por eso, el mundo, destinado a glorificar a Dios Padre en Cristo, es el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles los cuales, por el bautismo, son corresponsables de la misión de la Iglesia (Cfr. CL 15).
Actuando la común llamada a la santidad y al apostolado, los fieles cristianos son llamados a contribuir a la santificación del mundo, sobre todo con el testimonio de su vida y con el fulgor de la fe, de la esperanza y de la caridad (Cfr. LG 31), iluminando y ordenando las realidades temporales según Dios. Estas sirven a la sociedad viviendo radicalmente el Evangelio y evangelizando la cultural. En su compromiso social y político tratan de promover la dignidad de la persona humana, poniendo al hombre en el centro de la vida económica-social; se comprometen en defender el inviolable derecho a la vida, a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa. El primer espacio de su compromiso social es la familia y el alma de su compromiso apostólico es la caridad (Cfr. CL 25).
El Papa Benedicto XVI define con maestría la elección fundamental de la vida de todo cristiano y las motivaciones de su compromiso apostólico en una “fórmula sintética de la existencia cristiana”: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros, y hemos creido en él” (1Jn 4, 16) (Cfr. Encíclica Deus caritas est nº 1). En efecto, reconocer y creer el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros - por cada hombre y mujer sobre la tierra - y sentirse llenos de un amor así, estimula fuertemente a compartirlo, a comunicarlo a los demás, esto es a vivir activamente la propia pertenencia a la Iglesia Misión.
Siendo, sin embargo, el término amor una de las palabras más usadas y más abusadas en el lenguaje de hoy, no supone una sorpresa que también para los cristianos - incluso para aquellos más comprometidos - es bastante difícil creer que Dios nos ama, es más, que nos ha amado primero; y esto explica, al menos en parte, la debilitación de la conciencia de la grandeza de la vocación cristiana.
¿Cómo reforzar tal conciencia? Una indicación la encontramos en la citada Encíclica Deus caritas est: “Ha llegado el momento - dice el Santo Padre - de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos” (Nº 37). Por lo tanto todos nosotros miembros de la Iglesia - ministros ordinarios, consagrados y laicos - debemos acudir a la oración, cultivando una cada vez más profunda familiaridad con Dios y el abandono a su santa voluntad. Sólo así, aunque seamos un “pequeños rebaño”, nos convertiremos en levadura evangélica capaz de fermentar la gran masa de la humanidad; porque sólo el encuentro personal con el Padre de Jesucristo, al que queremos conducir a los demás, podrá impedir la degradación del hombre y salvarlo de la prisión del mal.
Ser conscientes de la propia vocación cristiana, significa creer que el amor es posible, y que nosotros somos capaces de practicarlo porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, significa creer que, con su gracia, somos capaces de vivirlo y hacer entrar en la luz de Dios en el mundo de hoy tan sediento de amor (Cfr. DCE 39). Sor Elisabetta Adamiak, SSPC. (Agencia Fides 22/7/2006 Líneas: 46 Palabras: 656)


Compartir: